Oct. 21, 1960, El senador John F. Kennedy, habla y el vicepresident Richard M. Nixon escucha durante el cuarto debate presidencial desde un estudio de Nueva York. Las elecciones presidenciales de 1960 ofrecieron los primeros debates nacionales televisados. (AP Photo, File)
Oct. 21, 1960, El senador John F. Kennedy, habla y el vicepresident Richard M. Nixon escucha durante el cuarto debate presidencial desde un estudio de Nueva York. Las elecciones presidenciales de 1960 ofrecieron los primeros debates nacionales televisados. (AP Photo, File)

Uno llegaba bronceado y el otro más bien deslucido al primer debate televisivo de la historia de los. Era 1960. El joven senador John F. Kennedy se mostraba fotogénico y con un discurso adaptado para la pantalla. El entonces vicepresidente había sido hospitalizado días atrás y había rechazado usar maquillaje para la TV. Todo estaba por cambiar en aquella transmisión en blanco y negro.

La imagen del republicano, enflaquecido y secándose el sudor con un pañuelo, impactó en la audiencia y el triunfo le fue atribuido a Kennedy. Comenzaban a aparecer otros parámetros, otra forma de relacionarse con el electorado.

La icónica confrontación es usada en clases ejecutivas sobre la importancia del lenguaje corporal. Los movimientos distendidos y rítmicos de Kennedy son tomados como ejemplo de seguridad; los de Nixon, rígidos y tensos, lo mostraban lejano, impenetrable.

Definitivamente, bajo los reflectores y los encuadres, se trata de saber vender, construir una imagen. Desde aquel encuentro visto por 70 millones de personas, cambió la historia de la política y de la TV.

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“Los debates llaman la atención por razones ajenas a la argumentación; por cuestiones de forma: si los candidatos levantan la voz, si es escandaloso lo que se les atribuye”, opina el internacionalista Farid Kahhat. Es cierto; si hay un escándalo rondando, el debate le abre la puerta.

“Confíen plenamente en su productor de televisión”, dijo Nixon tras perder y no hubo otro debate hasta 1976.


PECADOS TELEVISIVOS

El segundo debate también tuvo gran impacto. El republicano y presidente saliente Gerald Ford se recuperaba en las encuestas frente al demócrata Jimmy Carter hasta que dejó una frase que causó duda, luego desconcierto: “No existe ninguna dominación soviética en la Europa del Este”.

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El moderador del encuentro, incrédulo de lo que acababa de oír, le preguntó si estaba seguro de sostener ello y Ford confirmó. En plena Guerra Fría, el error le costó la elección.

Ante ataques arteros, también hubo salidas inteligentes. En 1984, el republicano Ronald Reagan competía por un segundo periodo. Con 73 años, era el presidente más longevo de la historia de EE.UU. y se dudaba de que fuera capaz de ejercer otro mandato. “No voy a convertir mi edad en un tema de campaña. No voy a explotar, por razones políticas, la juventud y la inexperiencia de mi opositor”, dijo.

Otro episodio álgido es el de George H. W. Bush y Michael Dukakis en 1988. Como gobernador de Massachusets, Dukakis apoyó un programa de permisos fuera de cárcel para prisioneros. Uno de los beneficiarios, convicto por asesinato, violó a una mujer y acuchilló a su pareja. La pregunta del moderador fue “si su esposa fuera violada y asesinada, ¿estaría a favor de la pena de muerte para el homicida?”. Y Dukakis, enemigo de la pena de muerte, respondió negativamente con una frialdad que fue demasiado para el público. Para Kahhat, ese debate hizo una diferencia. Dukakis iba adelante en los sondeos. Posteriormente, la elección le fue esquiva.

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En 1992, como presidente, Bush enfrentaba a un joven y sagaz Bill Clinton. El error fatal fue mirar la hora en su reloj mientras una mujer del público le preguntaba cómo la deuda pública lo afectaba personalmente. El gesto jugó contra su imagen: Bush pareció arrogante. Semanas después, perdió los comicios.

Hace cuatro años Trump se enfrentaba a Hillary Clinton. Sobre el republicano pesaba un audio con comentarios obscenos sobre las mujeres en el que se jactaba de agredirlas sexualmente. La respuesta de Trump fue montar un show y llevó al debate a las mujeres que acusaron a Bill Clinton –esposo de oponente– de acoso sexual. “Es inhumanamente imposible decir que Trump ganó en la argumentación”, agrega Kahhat, “no obstante, si algo sabe hacer Trump, es ganar la atención de las cámaras”. Todo ello en uno de los debates más hostiles jamás vistos. Y, sin embargo, el resultado electoral es el conocido.


HISTORIA DE LOS MEDIOS

Con suerte, cerca de la mitad de electores ve los debates, y no siempre esa mitad los ve completos, dice Kahhat. Con ello, la gente no necesariamente tiene una idea cabal para formar una opinión. Por eso es importante el consenso de analistas y la prensa, anota el experto, para influir en la interpretación de lo sucedido.

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Ahora, agrega, es necesario sumar al panorama a las redes sociales, que generan o consolidan corrientes de opinión; además, se usan trolls, incluso bots, para que voten en las encuestas en línea y cambiar la narrativa de lo que fue el debate. Ahora estos eventos se viven desde distintas pantallas y dispositivos.

De vuelta al debate del martes, está por verse si se traduce en un impacto en las encuestas, pero tal vez no se sepa, porque los sondeos estarán viciados por el hecho de que Trump dio positivo al COVID, comenta Kahhat. Y eso genera un impacto aparte.


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