Myrtle Beach [AP]. Las puertas del ascensor se abrieron para mostrar a 10 personas, apretadas en un espacio del tamaño de un armario y ninguna con mascarilla. Ataviados con sus trajes de baño, salieron del hotel, cruzaron la zona de la piscina y llegaron a la arena de lo que se está convirtiendo con rapidez el mayor foco de infección de (COVID-19) en Carolina del Sur, Estados Unidos: Myrtle Beach.

La apertura de hoteles, restaurantes y playa ha llenado esa ciudad turística de gente que ha dejado sus preocupaciones -y en ocasiones, sus cubrebocas- en casa tras meses de inquietud.

Mark Johnson dijo que no le gusta llevar mascarilla cuando trabaja repartiendo donuts a tiendas de alimentación en Charlotte, Carolina del Norte. “Simplemente lávate las manos y utiliza el sentido común”, dijo Johnson, sentado en una silla en la arena con una lata de cerveza.

El coronavirus no se ha tomado vacaciones. Cuando se permitió a los hoteles aceptar reservas de nuevo el 15 de mayo, se habían registrado 283 casos del nuevo coronavirus en el condado de Horry, que incluye a Myrtle Beach. Para el 22 de junio, esa cifra había subido a más de 2.000, y las infecciones se habían multiplicado por dos en nueve días.

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Y esas cifras solo incluyen a los residentes del condado. Los números no cuentan a cualquiera que dé positivo tras llevarse el COVID-19 a casa como recuerdo. Líderes empresariales estiman que 20 millones de personas visitan la zona cada año, 60 veces la población del condado, de unas 330.000 personas.

No estaba claro cuántos visitantes podían esperarse en 2020. En abril apenas se arrendaron el 3% de las habitaciones de hotel, condominios y espacios de acampada en el condado de Horry, según un estudio de la Universidad Costera de Carolina. Para mediados de junio, la tasa de ocupación subió al 74% ligeramente por debajo del 81% habitual en esas fechas, señaló la universidad.

Tras investigar varios casos de COVID-19, las autoridades sanitarias de al menos cinco condados de Virginia Occidental concluyeron que probablemente estaban relacionados con viajes a Myrtle Beach. Recomendaron encontrar destinos más seguros o hacer cuarentena voluntaria durante dos semanas tras un viaje.

“Por favor, tengan cuidado. Y por favor, piensen seriamente en hacerse la prueba cuando lleguen a casa”, dijo el gobernador de Virginia Occidental, Jim Justice, a los que habían visitado Myrtle Beach. “Si pueden optar por visitar uno de nuestros parques estatales o hacer algo en este gran lugar en Virginia Occidental, lo preferiríamos”.

Christy Kasler era de Ohio, otro estado del que llegaban muchos visitantes a Myrtle Beach. Sentada en una silla, miraba a su nuera jugando con su nieto de 11 meses en su primer viaje a la playa. La recomendación de que hiciera cuarentena voluntaria al volver a su casa de Nelsonville era pedir demasiado, dijo.

“Si me contagio, podría haberme contagiado igual de fácil en casa”, dijo Kasler. “No puedes vivir con miedo”.

El condado de Horry no es el único foco de infección en el estado. Las autoridades sanitarias investigan brotes en la comunidad latina en torno a Greenville, trabajadores de restaurantes en Charleston, iglesias rurales que reanudaron los servicios religioso y grandes reuniones familiares.

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Aumentan casos de COVID-19

Cuando el gobernador, Henry McMaster, impuso un cierre de actividad a principios de abril, la curva de contagios se estabilizó. Pero volvió a subir tras la reapertura a principios de mayo, y sigue creciendo. Carolina del Sur tiene ahora la cuarta tasa de contagios más alta del país cuando se ajusta por población, por detrás de Arizona, Arkansas y Alabama.

El estado bate casi a diario sus récords de casos nuevos, porcentaje de positivos en pruebas y número de personas hospitalizadas con COVID-19.

Desde la reapertura hace seis semanas, el mensaje de autoridades locales y estatales se ha centrado en la responsabilidad personal, recomendando lavado de manos y el uso de mascarillas, aunque McMaster ha dicho que no obligará a la gente a cubrirse el rostro.

Myrtle Beach necesita visitantes. En lugar de una cuarentena, la comunidad teme ahora que la mala imagen pueda ahuyentar a la gente, lo que sería terrible después de que restaurantes y muchos hoteles cerrasen durante dos meses.

Entre febrero y abril, más de 1 de cada 4 trabajadores perdieron sus empleos, y casi 45.000 puestos de trabajo desaparecieron en la zona de Myrtle Beach.

Algunos de esos negocios siguen cerrados. Otros reabrieron, pero tienen problemas para asumir los costes adicionales de limpieza, comida y otros suministros, sumada a la reducción de ingresos porque las normas de distanciamiento social no les permiten servir a tantos clientes como antes.

“En este punto yo solo rezo por que volvamos a la normalidad. Quiero que la gente esté sana, pero las empresas también sufren”, dijo Michael Chestnut, concejal de Myrtle Beach, ante su restaurante, Big Mike’s Soul Food.

Hizo una pausa y sacudió la cabeza. “No estoy seguro de cómo va a ser la normalidad ya”, dijo.

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