17 meses antes de suicidarse, el famoso chef norteamericano Anthony Bourdain recibió al diario The Guardian y contó, por primera vez, la pesadilla por la que pasaba. Entonces se definió como un "alma infeliz con problemas de adicción a la heroína y al crack", y como un hombre al que la vida le quedó debiendo una segunda oportunidad.
"Herí, ofendí y decepcioné a muchas, muchas personas. Me arrepiento muchísimo y es una pena con la que tendré que vivir siempre", contó.
Depresivo y con problemas de ira desenfrenada, a Bourdain le parecía absurdo estar a cargo de otras personas. Por eso eliminó los gritos a sus compañeros. Ya nada le salía igual.
"Es terrible hacer sentir a la gente como si fueran estúpidos por trabajar duro para ti. En mis últimos años como chef, no importaba si me enfadaba con los trabajadores, porque al final del día todos éramos capaces de compartir una cerveza. Me enorgullezco de esos últimos años", reconoció.
El chef neoyorquino declaró que solo se sintió verdaderamente feliz y satisfecho cuando fregaba platos en un restaurante en Massachusetts. Fue su primer trabajo. "No había filosofía de la qué preocuparse. Los platos tenían que ir a la lavadora y salir perfectos… el día que me promovieron a freír papas fritas estaba feliz".
Lucía saludable, viajaba 250 días al año, había disminuido su abdomen abultado por el alcohol y practicaba jiu-jitsu brasileño todos los días. Una rutina maravillosa que cortó de manera abrupta esta mañana, tras ahorcarse en su habitación de hotel, en Francia.