En modo reflexivo. Ha sobrevivido a dos infartos, ello le ha marcado la vida y hoy dialoga consigo mismo. (USI)
En modo reflexivo. Ha sobrevivido a dos infartos, ello le ha marcado la vida y hoy dialoga consigo mismo. (USI)

Limeño, 76 años. Sobreviviente de dos infartos. Tiene tres hijos (uno de los cuales vive en Japón) y ocho nietos. Vive solo. Es divorciado. Tuvo un restaurante que se llamó La Divina Comida y un programa de radio del mismo nombre. Ha vivido en Santiago, México y Roma. Se entusiasmó con el golpe de Estado del general Velasco. Ha sido director de noticias de y ha escrito en prácticamente todos los diarios del país.

¿Cuál es tu grado de parentesco con Mario Vargas Llosa?
Yo soy pariente de Mario Vargas, este… primo.

¿En qué grado?
Primo. Ahí no tengo más relación que esa, una relación cercana y… lejana.

¿Cómo fue tu relación con tu abuela?
Fue una relación amorosa y muy tierna. Muy fuerte.

Digamos que… ¿casi como con tu mamá?
Un poco más fuerte.

¿Por qué?
Porque ella fue la que me crio. Yo era su engreído.

¿Transcurrió tu infancia entre aderezos como la del personaje de Como agua para chocolate?
No tanto. Yo no tengo una herencia culinaria, más debo mi interés en la cocina a mi propia voracidad. Pasada la adolescencia, no sé por qué, se me dio por comer y engordé y entré en ese trance de exageración.

¿Eras un niño flaco?
Flaco. Hasta los 18.

Y entonces apareció tu interés por la cocina.
Se es cocinero porque se es comelón. Absolutamente.

Recuerdo que antes escribías una sección gastronómica: Crítica de la Sazón Pura.
Claro, en La República. He tenido la suerte de juntarme con gente muy vinculada a la cocina y el caso epopéyico y triunfal fue Guillermo Thorndike, que era una avalancha de creación y también un recetario andante, aunque inventaba mucho. Y también me junté con otro gran sibarita que había escrito un libro magnifico sobre cocina: el poeta Rodolfo Hinostroza.

Thorndike, Hinostroza y tú: tres grandes gourmands, para decirlo elegantemente.
¡Tres grandes glotones! ¡Y demagogos también, evidentemente! Porque la cocina en realidad, independientemente del sabor, depende de la exageración. Sin demagogia no hay cocina.

La cocina es un pretexto para contar historias, para juntar a los amigos…
Y para enamorar, ¿no es cierto? Ese es un aspecto central. Y en el caso peruano, tienes esa cosa originaria de orgullo… tú tienes que decir esto es huancaíno, esto es cusqueño…

Háblame de los platos que has creado.
El Honoris Causa, por ejemplo, que ese sí que es purita demagogia porque es una causa clásica que lleva langosta y lleva caviar. Antes yo inventaba mucho y lo condimentaba con mi palabreo.

Seguro que te pasa que inventas recetas, no tomas nota de los ingredientes y luego se esfuman entre el vapor de las ollas, como Polo Campos, que componía valses que se perdían en el aire.
Es que la poesía es así, irrepetible.

La única vez que te vi cocinar fue hace como 15 años en Nueva York. ¿Te acuerdas?
Por supuesto. Nos invitaron el embajador Oswaldo de Rivero y Penélope, su chihuahua. La residencia de la Embajada del Perú ante la ONU es una casona extraordinaria, en Park Avenue.

Un spaghetti a la carbonara maravilloso. ¿Me das el secreto?
Ya no me acuerdo. Ya no puedo comer pastas porque vivo en permanente dieta.

Lo dices con tristeza.
¿Existe mayor tristeza que estar a dieta?

No. Y más en el Perú, donde comer es un vicio.
Un vicio que estoy pagando caro. Unos vicios, en realidad; la cocina no puede estar desprendida del alcohol. Y yo he sido un gran bebedor de vinos, incontenible.

El periodismo es un oficio para nómades.
El periodismo es tantas cosas a la vez. En primer lugar, es un subterfugio para escapar de la literatura. Cuando uno descubre que le gusta escribir y que puede escribir pero que no tiene ese talento que tienen otros, ¿no es cierto? Si a mí se me hubiera ocurrido ser poeta, habría estado frito, jamás podría haber competido con Antonio Cisneros. Entonces, ahí te vas convenciendo de que no lo vas a lograr, que lo tuyo puede ser convertirte en un gran lector o un gran crítico literario, cosa que es horrible.

¿Por qué?
¡No hay nada más feo que ser un crítico literario! Porque es básicamente un fracasado y si además el crítico es implacable, se debe a que está resentido.

¿Cómo se sabe cuándo un crítico literario ha alcanzado el éxito?
Cuando le tienen terror. Se trata de un oficio a base de rencor y frustración.

¿Es cierto que, en tu último infarto, en un momento estuviste clínicamente muerto?
Fue terrible, sí, efectivamente.

¿Por cuánto tiempo te moriste, Raúl?
Entiendo que por tres minutos.

Eso es un montón.
Los médicos creían que ya estaba descerebrado… de repente lo estoy, ah.

¿Recuerdas algo de eso?
Lo que me impresionó muchísimo fue ver la desesperación de mi familia. Es quizá lo que más te duele. Es desolador, devastador.

¿Llegaste a ver la luz blanca al final del túnel?
No, lo que veía en lontananza era un chupe de camarones.

¿Te emocionaste con la revolución que prometía el golpe militar del general Velasco?
Claro que sí. Sobre todo porque estuvo vinculado con el social progresismo con el cual yo tenía simpatía, por mi amistad con los hermanos Salazar Bondy. Yo le tengo gran admiración a Augusto Salazar Bondy y de él viene mi enorme vocación por la educación. Y el proyecto de la reforma educativa, con él a la cabeza, había congregado un grupo de educadores de primer orden…

¿Cómo conciliaste ser periodista con el ingresar como subdirector al diario La Prensa cuando era tomado por los militares mientras tus colegas eran detenidos?
Eso fue fatal y yo no puedo sino lamentar todo eso y aceptar que seguramente fue un error de mi parte haberme metido en eso.

¿Te lo han reprochado?
¡Naturalmente! Y es lógico que sea así, ¿no? Sin embargo, en el periodismo siempre vamos a tener grandes enfrentamientos y grandes polémicas.
¿Por qué, teniendo la voz que tienes, te demoraste tanto en llegar a la radio?
Porque, en realidad, quería ser cantante de boleros o de valses, pero me desanimé de mi voz, porque era un desastre. Me hubiera encantado cantar.

Alguien tuvo que haberte dicho que esa voz era para la radio…
No, nadie.

Entonces, ¿cómo llegaste?
Me invitaron una vez como panelista a Enfoque de los sábados. Y me quedé.

¿Y dejaste de escribir?
Me dediqué, pues, más a hablar que a escribir.

¿Has pensado en escribir unas memorias?
Ahora que me estoy retirando, pienso reunir mis artículos, a ver qué se puede hacer con ellos.

¿Y por qué te estas retirando?
Porque los años me están pasando la factura, como habrás notado. A pesar del entusiasmo que he expresado con respecto al mundo digital, yo sí me siento limitado.

¿No participas del mundo de las redes sociales?
Es todo un panorama para el cual no estoy preparado.

Eres más un geniogramista que un tuitero.
Así es, pero siempre va a prevalecer el pensamiento. Lo importante es que se amplíen las fronteras. Que el mundo sienta la libertad de poder decir las cosas.

¿Cuánto tiempo viviste con ese horario asesino de levantarte a las cuatro de la mañana para ir a la radio?
Uf, como 15 años. Cambió mi vida. Siempre cito a Mariátegui por eso. Porque “el alma matinal” existe.

Otro aire, otra atmósfera.
Otro entusiasmo, otra luminosidad.

¿Extrañas la radio diaria?
La verdad no, era un ritmo muy fuerte. Hay mucha violencia, mucho radicalismo, mucha crítica ciega a todo. Estamos demasiado hepáticos, sumamente crispados y eso ya no va con mi temperamento actual, que ya es un poco de “viejo reflexivo”, ¿no?

¿Pueden los políticos ser amigos de los periodistas?, ¿deben venir a tu fiesta?
Yo creo que sí pueden. Generalmente lo que se piensa es que, si el periodista tiene simpatías políticas, es porque es sectario, porque pertenece a ese grupo y, a su vez, los políticos quieren juntarse con los periodistas porque sienten que así los conquistan, ¿no es cierto?

Pero una cosa es invitarlos a tu programa y otra, a tu santo. ¿Te confesarías amigo de algunos políticos?
De ex políticos, más bien. Cuando un periodista tiene una relación con un político, lo que saben ambos es que pueden utilizarse mutuamente. Así la amistad se vuelve improbable, pues hay un interés de por medio.

¿Eres amigo de Alan?
Digamos que con Alan yo he tenido una relación cordial porque es encantador, conversador, divertido, etcétera.

Cosa que no se puede decir de Humala o de Toledo.
Bueno, Toledo también ha sido amigo mío, de borracheras.

Y hablando de borracheras de Toledo, la manera como lo salvaste del papelón en esa llamada a la radio fue memorable.
Eso fue porque yo lo conocía borracho.

Dijiste: “¡Tenemos una falla técnica! Vamos a una pausa, a ver si recuperamos la conexión”. ¿La conexión o la sobriedad? Lo salvaste.
Sí, terrible. Una pena. Los políticos, en realidad, no son malas personas; lo que pasa es que se exponen a todo.

¿Recuerdas tu primera comisión periodística?
Sí, claro. Yo tendría unos 20 años y Abelardo Oquendo, que era el editor de El Dominical, me encargó una serie de entrevistas pequeñas bajo el título “Mi fe en el Perú”, sobre lo que ser peruano significaba para cada quien. Mi primera entrevista fue con el boxeador Mauro Mina y fue fallida. Le preguntaba cosas y él no tenía idea de qué responderme; entonces, su representante me dijo: “Oye, gordito, tú escríbete la nota nomás”. La escribí y lo hice decir cosas como “hay golpes en la vida” y qué se yo… Mauro Mina quedó como un poeta. Más tarde, entrevisté a Jorge Basadre, que me recibió en su casa muy amablemente. Todavía guardo mi foto con él.

Qué suerte. ¿Hay alguna entrevista que te faltó realizar?
Yo hubiera querido entrevistar a Haya de la Torre. Lo conocí en mayo del 68, yo vivía en Roma, trabajaba en la agencia de noticias Inter Press Service. Entonces, me dice el director de la corresponsalía: “Está aquí un dirigente peruano que ha grabado unas declaraciones y quiere enviarlas al exterior, tú eres peruano, ¿por qué no vas?”. Voy y me doy con la sorpresa de que baja nada menos que Haya de la Torre. Le hice conversación y nos quedamos charlando horas. Fue formidable. Haya era un hombre de multitudes y, sin embargo, completamente solo.

¿Eres un tipo solitario?
Sí.

¿Lo disfrutas o lo sufres?
Lo disfruto. Converso con el hombre que siempre va conmigo, separo las voces de los ecos y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Quién escribió eso?
Antonio Machado.

Qué bonito. ¿Pero tú crees que es una elección o es un designio de la vida?
Es una fatalidad también, son las dos cosas en realidad. Es muy bueno conversar para sí, porque es allí donde te das cuenta en realidad de tus errores, de tus excesos, ¿no? Siempre se dice, cuando tú tienes una grave enfermedad, es tu primer gran encuentro contigo mismo.

¿Qué te enfurece?
La manera en que discutimos los peruanos. Eso me parece intolerable. Uno dice: pero, ¿no podrían haberse puesto de acuerdo? No pues, no podemos. Y una de las cosas terribles del periodismo es que lanzamos juicios, a veces olímpicos, a veces omnímodos. ¡No se puede ser tan rotundo!

Los periodistas convertidos en jueces, fiscales, procuradores, médicos legistas…
Todopoderosos. Pero la vida te enseña que todo, en realidad, tiene su relativismo.

Y la mejor manera de recuperar la humildad es enfermarte, arruinarte, quedarte en la calle…
Una vez que te enfermas, una vez que descubres una limitación, tu comprensión de las cosas varía, se atenúa tu ferocidad.

¿Crees que cada quien se forja su destino o será que ya todo está escrito?
Yo no dudo de que haya destino. Creo que hay un código raro que viene contigo, digamos. Cristo no ha dicho que todos tengamos que ser felices.

La felicidad no tiene historia. Los cuentos infantiles terminan con “Y fueron felices por siempre” porque después de eso ya hay nada que contar.
Donde hay felicidad no hay periodismo.

TAGS RELACIONADOS