Enrique Bernales: El Príncipe de Cinco Esquinas. (USI)
Enrique Bernales: El Príncipe de Cinco Esquinas. (USI)

, 77 años, divorciado, no tiene hijos, pero sí 23 ahijados. Es un enamorado de la ópera y dueño de una colección de cuatro mil discos. Trabaja como catedrático en tres universidades mientras batalla contra el cáncer. Advertencia: es de Barrios Altos, nunca le digas caviar.

¿Qué o quién es el amor de tu vida?
Tengo un conflicto de amores entre mi madre y una novia francesa con la que quise casarme, pero más pudo el Perú que la presión familiar que me exigía que, si optaba por el matrimonio, me tenía que ir a vivir a Francia. Pero yo, como Bolognesi, tenía deberes sagrados que cumplir aquí en el Perú.

Háblame de tu mamá.
Se llamaba Laura. Fue la hija de unos campesinos españoles muy pobres que llegaron al Perú por equivocación. En vez de embarcarse a la Argentina, llegaron aquí y se asentaron en la hacienda Huando de la familia Graña. Mi padre –que era un señorito limeño– pasó un buen día por la hacienda, vio a mi madre, se enamoró, la pidió, se la dieron y se la trajo. Él tenía cuarenta; ella, dieciocho.

Entonces, los hombres escogían mujeres como quien va de compras, ¿no?
Mi madre solamente tuvo primaria, como las mujeres de la época, pero mi padre la reeducó, la convirtió en una dama de modales refinados, le puso profesor de piano, le afinó la voz, le enseñaron a hacer bordados finos y todas las cosas que una mujer de entonces tenía que aprender. Mi madre siempre fue bonita, pero, en su madurez, era bellísima. Cuando iba a la ópera –porque mi padre tenía un palco en el Municipal–, mi madre iba de vestido largo y nosotros la esperábamos a que saliese y la aplaudíamos porque parecía una reina de belleza.

¿De qué barrio eres?
Yo crecí en Barrios Altos. Ahí vivían muy buenas familias y en los callejones coloniales vivían las empleadas, pero sus hijos almorzaban con nosotros en la casa. Éramos todos amigos.

Tuviste la suerte de irte a estudiar a Europa.
Yo me fui a estudiar becado a París, pero no estudié nada, porque llegué en toda la efervescencia del mayo del 68. Hasta que un día me dijeron: “Oiga, usted, o se va a una universidad de provincias o se regresa a su país”. Así que me fui a la Universidad de Grenoble.

¿Qué fue lo mejor que te dio París?
Un gran amor. Una chica muy linda que se llamaba Martine Simon. Desgraciadamente hace tres años murió. Siempre la amé y, en el recuerdo, la sigo amando.

¿Por qué no siguieron juntos?
Yo nunca pude hacer una síntesis del amor y mis estudios. No tengo ninguna vergüenza en decirlo. Lo mismo me pasó cuando me casé aquí en Lima con una gran mujer que aún vive. Duramos apenas cuatro años. El mundo académico te exige tiempo, es muy absorbente y la mujer se queda sola, quiere otra cosa, quiere más presencia.

La vida no está en los libros.
En parte está en los libros, ah.

Yo creo que no.
Depende de lo que leas.

Depende de la vida que elijas.
Sí y yo elegí una vida complicada, porque he sido un académico muy metido en lo internacional y en la política, te demandan muchísima dedicación. Yo aprendí que si tú haces política sin libros, el resultado es Humala.

O Yesenia Ponce.
Es improvisación, es ventajismo. No es servir a una idea o a una causa. Es servirte del poder y eso es asqueroso.

Has alternado con grandes hombres como Luis Alberto Sánchez, Felipe Osterling, Alfonso Barrantes…
Yo aprendí mucho de Luis Alberto Sánchez, él llegaba a las ocho y, como las comisiones comenzaban a las diez, desayunábamos juntos. Esas conversaciones privadas con él eran deliciosas. Lanzaba dardos a sus enemigos sin insultarlos. Yo le decía ‘algunas anécdotas que usted me cuenta me hacen acordar a Ricardo Palma’. ¡Ni hablar! –me decía– Ricardo Palma era muy malo y yo no soy malo.

Ahora tú eres el que enseña.
Trato de hacer lo mismo que ellos hicieron por mí. Tengo discípulos múltiples y aprendo de ellos también. Cuando me eligieron senador, todos los de la izquierda llevaron como asesores a sus militantes. Yo busqué a mis mejores alumnos.

No en vano te decían el ‘Académico’.
Así es. Una vez, un congresista de Acción Popular me dijo: “Qué bonito hablas, ¿no?, pero no te entiendo nada”.

Y en esos congresos has tenido la suerte de departir con políticos que se espantarían al ver el Congreso de hoy.
Yo quiero reivindicar en el recuerdo a un señor político, al que en su tiempo no reconocieron: Manuel Ulloa.

Me acabo de acordar de su polémica con el joven Alan…
Pero Ulloa lo incitó, lo picó; Alan pensaba que le iba a ganar la pelea, pero Ulloa, mirándole desde arriba, lo hizo sentir un mocosón. Era un hombre muy culto. Lo conocí cuando todavía era universitario, íbamos al Pigalle, al Olímpico, al Embassy, al Bolívar, y también nos metíamos a ver qué decían los intelectuales en el Negro-Negro, un café literario. Ahí estaban los hermanos Salazar Bondy, Juan Gonzalo Rose. También estaba Ulloa, y se discutía mucho sobre impresionismo, sobre Picasso. O nos íbamos a La Pizzería de Diagonal a escuchar a Porras Barrenechea con la boca abierta.

Esos políticos eran gente de gran trayectoria intelectual y en aquella izquierda había tipos brillantes.
No había tantos sectarismos. Yo no era de izquierda marxista, pero me toleraban. Trabajaba intensamente con Barrantes, pero cuando algunos grupos más identificados con el marxismo-leninismo comenzaron a oponerse a lo que Barrantes quería: que se inscribiera a los independientes y que quienes no éramos marxistas formáramos parte de la directiva, ahí se dividió Izquierda Unida y yo creo que ahí, con toda claridad, murió la izquierda en el Perú. Lo que ha venido después es cualquier cosa menos izquierda.

¿Qué sientes cuando escuchas los audios de Lava-Juez?
¡Que me falta la otra parte! Porque a mí no me van a decir que solo hay Hinostroza y su pequeña corte que son corruptos y del otro lado están los impolutos. ¡Por favor! ¡Ese cuento no me lo creo! Este es un país de santos, pero para la corrupción no hay santos, hay solo corruptos.

¿Qué piensas de Alberto Fujimori?
En primer lugar, debo decirte que en la Izquierda Unida, en el año noventa, apoyamos a Fujimori porque la candidatura de Vargas Llosa nos parecía de un liberalismo extremo.

¿Habría sido mejor para el Perú que ganara él en vez de Fujimori?
(Hondo suspiro). Tengo mis dudas, porque había muy buena gente con Mario en el Fredemo. Lo que pasa es que yo no sé si Mario hubiese tenido la amplitud de convocar. Aparentemente Fujimori sí. Y nosotros en la izquierda tuvimos hasta ministros: Gloria Helfer, Carlitos Amat… y yo fui elegido vicepresidente del Congreso.

¿Conversabas con el Chino?
Él me llamaba a Palacio y me decía: “Quiero que me hables sobre el senderismo”. Abría una libretita y apuntaba y apuntaba. Meses después de que cerró el Congreso, yo me cruzaba con Fujimori y me decía: “Senador, ¿cómo le va?”, y yo le decía: “¿Senador? ¡Senador que fui!”.

Asistimos a diario a la masacre de mujeres peruanas, Enrique. Ya se nos volvió rutina. ¿Cuál es el origen de esto?
El hogar. Lo he visto de cerca. Que no me vengan con cuentos. Porque yo he visto –en los callejones donde tenía a mis amigos– a padres decirle a la hija: fulanita, haz la cama de tu hermano, lústrale los zapatos que se va a poner más tarde. Prepárale algo para que coma cuando llegue. Es decir, al hijo varón todo, y la mujer, sirvienta del hermano. Entonces, ¿cómo vas a pretender tener un sentido de igualdad de género con la mujer? Y cuando la mujer se independiza y se da cuenta de que puede decidir, ¿qué hace el hombre? La mata, pues.

Y la otra gran tara que tanto nos atrasa es el racismo.
Yo he vivido en Barrios Altos. Yo sé lo que es cuando un negro insulta a un indio y viceversa. Y eso también es racismo. El blanco está más dispuesto a aceptar a un negro en su casa que a un cholo. Confunden el color de la piel con la raza. El racismo en el Perú es interclasista y atraviesa a todos, y todos contra el indígena. Pero entre los indígenas también hay racismo. Si no, pregúntale a un aimara qué piensa de un quechua.

Bueno, y si vamos al tema de la unión de parejas del mismo género.
Olvídate, aunque en Chile ya se aprobó, ¿no?

De Chile estamos a años luz.
Es una lástima. Se estima que en el mundo hay alrededor de 800 millones de personas homosexuales. ¿Los van tirar al mar? Esa gente produce. Tiene dignidad. Tiene capacidad de amar. Tiene derechos. Paga impuestos. Y, a veces, ha producido las cosas más bellas en el arte.

Quizá, si sacamos un porcentaje en la pintura, en la literatura, en la música es casi mitad-mitad, ah.
Porque esas personas tienen un grado de sensibilidad. De comprensión de sentimientos, que a veces el heterosexual no tiene.

Los primeros nombres que te vienen a la mente: Miguel Ángel, Leonardo da Vinci… son todos del equipo.
Es imposible que no te sensibilices mirando una pintura del Caravaggio, que era más loco que una cabra.

¿Lees poesía?
Leo a Lorca, a Darío, a Vallejo, a mi gran amigo Toño Cisneros. La poesía de Lucho Hernández –a quien también conocí– me conmueve muchísimo.

¿Lees a Arguedas?
¡Por supuesto! A Arguedas lo leo porque tengo que enseñarlo. Es imposible que yo haga cursos de política y no me refiera a él. Siento que en mi formación me faltó acercarme a José María.

¿Tú crees que Arguedas se quitó la vida porque el Perú le resultaba inviable?
Yo creo que Arguedas murió enfermo de Perú. De un país que él amaba intensamente, pero percibía que el país no lo amaba a él, o no lo comprendía. Y esa sensibilidad que él tenía lo llevó a tomar la decisión del suicidio.

Enfermo de Perú. Qué terrible eso que acabas de decir.
Pero no es el único enfermo de Perú. Hay muchos más.

¿Quiénes más?
Creo que, en el fondo, por las entrevistas que yo le hice, otro gran enfermo de Perú, que prefirió morir de muerte natural, es Víctor Raúl Haya de la Torre. No entendía por qué ese fenómeno del antiaprismo era tan fuerte. Él sentía que había creado un gran movimiento, Basadre se lo reconoció. Sin embargo, la persecución fue una constante. El antiaprismo fue una manera de definirse como peruano. Y todo eso le dolía. Y, hoy en día, a Haya de la Torre se le reconoce lo que no se le reconoció en vida.

Esperamos a que la gente se muera, ¿no?
Qué pena, ¿no?

Alguna vez le pregunté a Alan García cuánto le afectó a Víctor Raúl la leyenda de que era homosexual. Me dijo que mucho, porque lo caricaturizaban y lo hacían sentir muy mal. Alguna vez te pasó eso también…
¿A mí?

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Sí, pero eso a mí me llegaba.

¿No te ofendía?
No, porque mira… en este país, si no eres ladrón, eres maricón.

¿Y qué es peor?
¡Qué más da! Si en tu vida no eres lo que te dicen, tú tienes la percepción de ti mismo y tu propia certeza, allá quien te lo dice… ¡y que con su pan se lo coma! Pero si tú vas a vivir obsesionado con el qué dirán de los demás, te fregaste. Que cada cual genere sus propias percepciones y que las asuma y que las resista o que las rectifique. Yo soy yo y mi circunstancia. Y con mi circunstancia he triunfado.

¿Eres un hombre solitario, Enrique?
No. Siempre hay compañía, siempre hay presencia, sobre todo ahora que he convertido mi casa en mi sitio de trabajo, tengo tres asistentes que me acompañan y que están siempre viendo qué necesito…

¿Y qué necesitas?
Ahora que estoy enfermo, a veces necesito que alguien me acompañe en las calles porque tengo que evitar caerme. Ya no puedo viajar solo.

Puede ser una ventaja…
En partes sí. Pero en otras no, porque… ¡yo tengo que costear el viaje! Por lo demás, siempre tengo la música, la lectura, los recuerdos, escribo libros. Mi vida está muy ocupada.

¿Le tienes miedo a la muerte?
Mentiría si dijese que no le tengo miedo a la muerte, pero no es un pensamiento que me embargue. Tengo fe. Los médicos me están diciendo que hasta ahora mi tratamiento contra el cáncer va bien. Que si sigo así, si mi ánimo se mantiene fuerte, puedo perfectamente llegar al bicentenario.

¿Qué has aprendido? Dame un consejo.
He aprendido a respetar a las personas. Mi madre me lo enseñó. A no insultar nunca a nadie. A tratar de comprender. Es muy hermoso comprender.

Después de haber sido parte de la Comisión de la Verdad, ¿sigues pensando que este país tiene salvación?
Mira, yo soy optimista por definición. Nunca me escucharás decir “cierra la puerta y vámonos”. No. Yo hasta en mi opción de amor, decidí quedarme en el Perú y no irme a Francia, donde tenía posiblemente un gran futuro. Yo nací en el Perú, vivo en el Perú, moriré en el Perú y he tratado de hacer de mi vida lo mejor en favor de mi país porque lo amo.

¿Y tu amor por el Perú es correspondido?
Nunca des amor a condición de que sea correspondido.

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