Redacción PERÚ21

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Un paisaje de postal que permite ver la Cordillera Blanca en toda su dimensión hace ameno un trekking por la llanura de Socosbamba, en el distrito de Piscobamba, provincia ancashina de Mariscal Luzuriaga. Sin embargo, si no se fija bien donde pisa, podría ser una caminata hacia la muerte. Sucede que la tierra de este pueblo se sigue abriendo día a día y parece que está condenado a desaparecer entre sus enormes grietas que avanzan serpenteando y partiendo todo a su paso.

Casi nada ha quedado en pie en esta jurisdicción situada a siete horas de camino de Huaraz. Los agujeros en los techos y paredes de unas cien casas son tales que estas viviendas han quedado inhabitables; lo mismo ha ocurrido con el colegio Carlos Alberto Argote Gómez, que se comenzó a desmoronar como un castillo de naipes desde el 3 de mayo, pese a su moderna infraestructura.

TRABAJAR ENTRE RUINASToribio Vara (55), trabajador del plantel, dice que ese día encontró grietas de 60 centímetros de ancho y 10 metros de profundidad en el pabellón de secundaria, las mismas que se colaban por entre salones, patios y jardines, partiendo el suelo y los muros de concreto.

"Las paredes de ladrillo se desencajaron de los portones. Es como si una fuerza sobrenatural hubiera actuado aquí. Tuvimos que desalojar inmediatamente a los muchachos. Cuando vino Defensa Civil, nos dijo que en esta parte del colegio ya no se podían dictar clases. Por eso ahora 144 alumnos de secundaria estudian en los salones de primaria en diferentes turnos, para no perder el año escolar", informa Vargas.

CASA PARTIDALa tarde tiene el color del lomo del león, mientras nos internamos entre senderos que conectan localidades de barro perdidas en el tiempo como Chaupurán, Almapampa, Pacosbamba, entre otras. Allí hay iglesias donde a tiro de piedra pastan toros enormes y siempre hay puertas abiertas para recibir bien al viajero. Así conocemos a Vilma Sevillano (43). Su vivienda nos llamó la atención por dos motivos. Es la más grande de Socosbamba y, pese a que parece haber sido sometida a un bombardeo, aún se notan sus balcones tallados, su plaza de gallos en medio de la glorieta –ahora rajada y partida en dos– sus amplios salones para recepciones y una vista hacia los nevados que quita el aliento.

"Lo he perdido todo. Con mi esposo, habíamos invertido todo nuestro dinero en esta casa. Incluso teníamos una tienda y brindábamos el servicio de turismo hacia la provincia de Pomabamba. Mis chacras también se han partido en dos, ahora ¿de qué y dónde van a vivir mis cuatro hijos?", se lamenta Vilma, mirando los escombros.

GRIETAS DE MIEDOLa mujer recuerda que el 24 de abril las rajaduras comenzaron a aparecer en las paredes y en el piso como finos hilos de color marrón. "No sonaba nada ni había temblores, pero al día siguiente ya había más y comenzaron a ramificarse y a ampliarse por toda la casa. No sabíamos qué hacer. El 3 y 4 de mayo no paró de llover y fue peor. Los pisos y las paredes se partieron y tuvimos que huir porque hubiéramos muerto sepultados. En este momento vivimos en una casita prestada, en medio del bosque", cuenta Vilma.

Ahora bajamos al encuentro del río, pero el olor de la comida preparada a la leña nos hace cambiar de rumbo. Es Liliana Valverde (26), que con otros vecinos preparan una olla común frente a su ahora destruida casa de dos pisos. "De día parecía estar todo bien. Sin embargo, las grietas en los jardines y en las paredes aparecían en la noche partiendo todo a su paso. El 5 de mayo nos dimos cuenta con mi esposo de que ya no podíamos vivir acá. Las grietas en los muros eran tan grandes que se veía al otro lado sin siquiera aguzar la vista", nos comenta ante la mirada de su madre y la de su hija en brazos.

La situación aún es más crítica en la zona, pues debido a las grietas se ha suspendido el servicio de agua y luz, y por esa razón están apareciendo enfermedades. Urge ayuda.

Por: Martín Sánchez Jorges (msanchez@peru21.com)

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