Texto: y
Videos: Daniel Goycochea
Fotos: Renzo Salazar y Piko Tamashiro

Cada viernes, a las nueve de la mañana, un grupo de cuarenta presos del penal Sarita Colonia imagina la libertad. En el auditorio principal, el profesor Jonathan Gómez empieza con el calentamiento de voces. Ordenados en tres filas, ellos lo miran con una absoluta solemnidad. Levantan el cuello, enfilan el mentón y dibujan vocales con los labios para empezar a cantar. Colocan la voz en las notas que el piano del maestro dicta y van escalando hasta donde les permita el registro vocal. El auditorio, cerca de la entrada principal, hace eco del coro. Sus voces recorren los pasillos, esquivan las paredes y saltan los cercos de metal para escucharse hasta las afueras del penal chalaco.

–No queramos ser Juan Diego Flórez de una, poco a poco, muchachos –dice Jonathan.


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El maestro Wilfredo Tarazona es el director de Orquestando, programa del Ministerio de Educación que forma musicalmente a niños y jóvenes. La primera vez que visitó Sarita Colonia no tenía la más mínima idea de lo que lograría nueve meses después. En febrero, recibió una invitación del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe) para evaluar la destreza musical de unos internos. Aceptó sin prejuicios. Sabe que la música siempre ha estado presente en las cárceles. Solo en el penal chalaco existen seis orquestas, todas de salsa. Wilfredo, como buen músico, es soñador. Doce años atrás, aspiró a formar un coro con niños escolares y nació Orquestando. Con los internos, pasó algo similar. Verlos tocar con un talento innato los más grandes éxitos de Héctor Lavoe, Willie Colón o Frankie Ruiz, lo convenció que debía apostar por ese potencial escondido.

El maestro Wilfredo y Aníbal Martel, su mano derecha y el otro pilar de Orquestando, sortearon la burocracia y con ayuda de la Dirección de Educación Básica Alternativa – Minedu, que ya operaba en Sarita Colonia, lograron abrir el primer Taller de Creación Musical.

Hasta entonces, a Wilfredo nunca le habían preguntado por qué le enseñaba a determinados alumnos. De pronto, todo cambió. ¿Por qué enseñar música a delincuentes? ¿Por qué confiar en ellos? ¿Cómo creer en la resocialización con cárceles como las nuestras? Más aún cuando se trata de Sarita Colonia, un penal construido para 500 internos que alberga a más de 3,000. Precisamente ahí es donde en junio pasado, un motín de presos acabó con la vida de uno de ellos.

Wilfredo nunca se cuestionó si debía estar ahí o en otro lado. “Ellos están presos, pero el espíritu está en total libertad”, comenta. Como artista vio una oportunidad para ayudar y la tomó. Hasta julio, una vez por semana, se reunía con los presos primarios que querían aprender música. Aquel mes, ya listos, lanzaron oficialmente Orquestando en el penal y ahora, están prontos a cumplir medio año operando.

Hoy, el Taller de Creación Musical se dicta tres veces por semana y cada sesión dura tres horas. Los alumnos atienden diligentes al profesor, pero tampoco pierden la picardía y de vez en cuando ríen y lanzan algún chistesito en voz baja. Algunos ensayan con partitura. Otros, de memoria. Repiten una y otra vez hasta alcanzar la perfección. Es parte de la disciplina que la música cultiva en los artistas.

Jhon William cierra los ojos y tapa su oído con el índice derecho al cantar. Es una técnica que usan los cantantes para escucharse mejor. Su voz es protagónica. Por eso, se ubica adelante del coro. Dice que un compañero del penal descubrió su talento para el canto. Aunque él explica que es por su pasado como reguetonero. Ya va nueve años en prisión, pero aún le quedan catorce. Tiene una hija que dejó cuando tenía dos años. “Quisiera que ella aprenda y que sea cantante, pero ella quiere ser policía. Se llama Fátima, mi niña hermosa”, cuenta. Sabe que las penas se pagan y que la libertad tardará en llegar. Pero de pocos, la va palpando a través de la música.

Segunda oportunidad

El 3 de noviembre, el INPE Los cuatro minutos que dura conmocionan a quien lo vea. Es una interpretación que hacen los alumnos de Orquestando de ‘Mi Libertad’, tema que hizo famoso al salsero Frankie Ruiz. El 'papá de la salsa' estuvo también detrás de barrotes y escribió la canción al salir en libertad. Hoy, es el himno de los presos.

La idea de crear un video fue de Aníbal. Wilfredo aceptó y se contactaron con Micky Tejada para producirlo. Los acompañó una de las profesoras de Orquestando que, además, integra “Blu Quartet”, un cuarteto de mujeres que toca temas populares con instrumentos de cuerda y que aparece en el video. Jhon recuerda que los maestros llegaron un día de ensayo para anunciarles que grabarían ese día. No le dio ni tiempo para afeitarse y así sale en el clip. De un momento a otro, acondicionaron la cárcel con cámaras, luces, trípodes, parlantes, micrófonos y demás equipos. Nunca antes lo habían maquillado.

Para el estreno del video, los internos se juntaron en el auditorio. “Yo veía en sus ojos una inmensa alegría, satisfacción, verse ahí y ser ellos los protagonistas. La música ha logrado que ellos estés viéndose a sí mismos. Para mí eso es un gran regalo”, recuerda Wilfredo. Ni Aníbal ni Jonathan olvidan las lágrimas de aquella tarde. Hasta el momento, el video tiene en la cuenta de YouTube del Inpe casi 25 mil personas visitas y en la página de Facebook de Orquestando, más de 220 mil. Ha sido repetido en los canales nacionales y ha llegado hasta la CNN y Univisión en Estados Unidos. En el Perú, los presos cantan.

Música para resocializar

Hay quienes ven en la música solo el deleite inmediato de una melodía. Pero la neurociencia dice que es capaz de transformar a las personas. Su poder es instrumental y trasciende los tres minutos de una canción. Detrás de ella, se esconden trabajos de disciplina, memoria, perseverancia, concentración que pueden tomar horas, días, semanas o meses en macerar.

Para el maestro Wilfredo, esa búsqueda de llegar a un resultado del más alto nivel con una pieza musical debe trasladarse a otros ámbitos. “Sino es un adorno que se queda en el espectáculo, la presentación y el aplauso”, afirma, convencido. En un penal, la meta es la resocialización. La música no solo pretende hacer más llevadera la vida de los internos.

Ese es el efecto que aspira lograr Orquestando en los alumnos. No lo puede hacer sin una pieza clave: la voluntad. Por eso, solo participan quienes quieren cambiar. El compromiso de Wilfredo es ir a donde lo necesiten, sea cual sea el lugar: “Están viviendo en el extremo, pagando sus penas, pero como seres humanos, requiere que nos acerquemos con una mirada humana”. Recuerda que el día que conoció a los internos, estos lo cercaron. El hombre de seguridad se alertó, pero ellos solo querían escuchar mejor su tibia voz.

Los reos cantan hoy a tres voces y en sublime armonía. El profesor Gómez reconoce que la música transforma vidas. “Soy un fiel creyente de que a través de la música y el arte, comienzan los cambios”, dice, entusiasmado. Aníbal dice que detrás de cada estudiante del taller hay un ser humano arrepentido en busca de una oportunidad. Este proyecto pretende dársela. “No sabíamos qué era un compás, una nota musical y ahora nuestras conversaciones son otras, hemos progresado”, dice Luis Martín Reaño, interno que toca los timbales y el trombón.

“Quisiera que en el 2021, en los centros penitenciarios, pudiéramos encontrar coros, bandas y una orquesta sinfónica”, dice el Wilfredo soñador. Si es optimista es porque la realidad le da motivos para serlo. Ha sido testigo del cambio. Ahora lo miran, tratan y responden diferente. Si antes había rivalidades entre las bandas musicales, hoy eso es cosa del pasado. Para los internos, la música es terapéutica. “Muchas veces me ha salvado la vida y me la va a salvar otra vez”, dice Petrozino Alessio, reo italiano que tocaba jazz en Inglaterra y que fue detenido en Perú por tráfico de drogas. Reaño, que quedó herido de bala al igual que el policía que lo detuvo, asegura que se rehabilitó con la música: “Yo no me desplazaba bien; me ayudó mucho en lo personal y en lo espiritual. Acá recién llegué a amar la música”.

Orquestando ya está trabajando en centros de rehabilitación para menores y ha empezado por Maranguita. El reto es mayor porque, según el maestro Wilfredo, la energía de los reclusos es más viva: “Están en una etapa de transición”.

En el penal Sarita Colonia están pasando cosas. Segundas oportunidades que llegan a quienes la toman para cambiar. En un país que pocas veces las da, ellos no pretenden desperdiciarlas. Al contrario, las usan para redimirse. Es la manera que tienen de sentir que la voz, cuanto menos, sí es libre entre las rendijas de un carnaval de barrotes.