El último sábado, Lima cumplió 490 años de fundación, pero eso no significa que hoy no se pueda seguir celebrando. ¿Y qué mejor forma de rendir tributo a la Ciudad de los Reyes que disfrutando de su rica y variada tradición repostera?
Desde la época colonial, los limeños han cultivado el arte de los postres, logrando una mezcla única de influencias españolas, africanas y andinas que se manifiesta en cada bocado de sus dulces de antaño.
La Alameda Chabuca Granda y la plazuela de San Agustín se han convertido en puntos perfectos donde se puede encontrar una selección de estos manjares tradicionales.
En estos espacios, los visitantes pueden disfrutar del suspiro a la limeña, un postre emblemático creado en el siglo XIX, el cual combina una base de manjar blanco y un merengue delicado con un toque de oporto.

Los alfajores, con su textura suave y relleno de manjar blanco, también son protagonistas de esta dulcísima celebración.

Otro imperdible es el sango, un postre poco conocido que mezcla harina de maíz con chancaca y especias, evocando sabores de antaño.

Entre los dulces más curiosos está la bola de oro, una delicia frita y azucarada que solía ser el deleite de las mesas coloniales.
Asimismo, el ranfañote, hecho con trozos de pan remojados en miel de chancaca, acompañado de frutas secas y queso fresco.
Otro clásico infaltable es la mazamorra morada, elaborada a base de maíz morado, frutas secas y especias como canela y clavo.

Y por supuesto, no podemos olvidarnos de los picarones, esas deliciosas rosquillas de camote y zapallo fritas, bañadas en miel de chancaca, que han conquistado paladares desde la época colonial hasta nuestros días.

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