llegan con el apoyo de la , la cooperación y el Fondo Cultural suizos en el Perú para premiar proyectos de arte comunitario con impacto social. Serán diez los proyectos finalistas que pasarán por un proceso de mentoría a cargo de expertos nacionales.

Hay tiempo hasta el 15 de mayo, el proyecto ganador será elegido por un reconocido jurado internacional, no solo obtendrá fondos para desarrollar sus proyectos, sino que viajará a Suiza para un intercambio artístico y cultural.

Historias potentes a través de los años se han descubierto con el arte. En los arenales de Chorrillos, se escucha el Tabla Apaykuy. Una tabla de Sarhua que consagra una canción al cuidado del hogar. La voz de Gaudencia Yupari suena junto al de su hija, Violeta Quispe. Somos testigos de excepción de este rito que ha pasado de generación en generación.

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A sus 30 años, Violeta Quispe, es considerada una de las más importantes representantes de la memoria de la comunidad de Sarhua en Ayacucho. Está comprometida, dice, con la cultura de su pueblo, pero también con su memoria histórica. Ella nació en Lima, pero sus padres, desplazados por el terrorismo no dejaron de inculcarle el amor por la tierra que los vio nacer y que las circunstancias obligaron a dejar.


Junto a otros cientos de familias se instalaron en las entonces inhóspitas arenas del sur de Lima. Ahí formaron una asociación para que los que nacieran en este árido paraje no olvidaran el verdor de los Andes, los colores de sus tierras, de sus flores; que crecen libres en medio del campo y de donde se obtienen las pinturas con las que tatuarán su memoria en tablas de madera.

Violeta ha expuesto su arte, el arte de su pueblo, en las más prestigiosas galerías del mundo y en los más exclusivos circuitos artísticos, demostrando que las tablas de Sarhua merecen también un espacio dentro del mercado del arte contemporáneo.

Este arte ancestral no es individual, es comunitario. Y es que, no sería posible y no existiría sin la memoria colectiva. Sin su historia como comunidad, como pueblo. “Nosotros tarde o temprano vamos a dejar esta tierra y la mejor manera de preservar nuestra memoria, nuestra cultura; esa memoria y cultura de nuestros padres, de nuestros ancestros, es el arte”, dice Violeta.

A las faldas del San Cristóbal, en la comunidad Shipibo Konibo de Canta Gallo, David Ramírez trabaja en su más reciente obra. En su taller, los colores eléctricos de sus pinturas; inspiradas en la flora y fauna del oriente peruano, contrastan con la débil luz que se balancea sobre su cabeza, mientras sus trazos firmes y decididos le dan forma a un otorongo fosforescente. Llegó a Lima desde Ucayali siendo menor de edad para buscar nuevas oportunidades en la capital. Junto a su esposa Cordelia Sánchez se han hecho a la tarea de ser la voz de su comunidad a través del arte. “El arte es una herramienta importante para conservar nuestra cultura, nuestras costumbres”, dice Cordelia.

David y Cordelia también han logrado hacerse de un nombre en el circuito del arte comunitario mundial. A través de sus pinturas no solo han logrado crear escuelas de formación artística y realizar festivales internacionales de arte comunitario en nuestro país, sino que también han logrado ayudar a su comunidad en Ucayali. “Artistas amigos han viajado a conocer mi comunidad y así hemos logrado llevar ayuda”, nos cuenta David.

Y es que eso de lo que se trata el arte comunitario; arte que impacta en una comunidad, con valor social que les permita a grupos humanos preservar sus costumbres, tradiciones, memoria e historia. Que más allá de ser un objeto que se pueda exponer o exhibir, permita poner en valor una comunidad, un pueblo, una ciudad o una región.

Las bases y cronograma del concurso están disponibles en la web


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