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“Cuando mi mamá llegó, me encontró bañada en sangre”

Por más de dos décadas Ruth Aliaga soportó las agresiones de sus parejas hasta que decidió decir no. Hoy ella ha vuelto a sonreír.

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Ruth logró acabar con los ciclos de maltrato que recibía por parte de su pareja. (Anthony Niño de Guzmán)
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Ruth logró acabar con los ciclos de maltrato que recibía por parte de su pareja. (Anthony Niño de Guzmán)
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Ruth logró acabar con los ciclos de maltrato que recibía por parte de su pareja. (Anthony Niño de Guzmán)
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Ruth logró acabar con los ciclos de maltrato que recibía por parte de su pareja. (Anthony Niño de Guzmán)
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Ruth comenzó a recibir maltratos de su pareja desde muy joven, cuando solo tenía 15 años. (Anthony Niño de Guzmán)
Fecha Actualización
Desde los quince años, Ruth Aliaga Tantalean no mantenía una sonrisa en su rostro durante tantos días. La crudeza de la vida la alcanzó muy temprano. Mientras sus amigas aún jugaban afuera de su casa en Barrios Altos, ella ya pensaba en el nombre de la hija que tenía en su vientre. El nacimiento de la bebé fue solo un instante de felicidad a esa etapa de dolor que estaba por iniciar y que tenía a su entonces pareja como el villano principal.

"SE AMARGÓ PORQUE LE DÍ UNA HIJA MUJER"Ruth lo conoció en el barrio. El físico de aquel hombre alto la impresionó tanto que olvidó que ella solo era una niña. Se enamoró perdidamente y bastaron unos meses para que saliera embarazada.

Apenas se lo contó a sus padres –un serio policía y una madre que había sido educada en un colegio religioso– recibió su rechazo. "Te vas de la casa", le dijeron, haciendo que esa frase resuene en su cabeza por 35 años. Ella no quería irse, pero el marcharse a vivir con el hombre del cual andaba enamorada intentaba apagar un poco la tristeza de ser echada de su casa.

Pronto se arrepentiría.

La bebé nació. A él no le gustó que fuese una niña y Ruth se convirtió en el blanco de sus disgustos. Los gritos se convirtieron rápidamente en manazos y no pasó mucho para que la sangre apareciese. Con cada golpe Ruth sentía que pagaba un poco esa culpa de no haber podido procrear un hijo varón. La incoherencia comenzaba a envolverla y poco a poco se convencía –lamentablemente– que estaba bien recibir los golpes, que los merecía.

Ruth no pensaba en escapar, la posibilidad de iniciar una vida sola con su hija no era una posibilidad. ¿Dónde la iban a recibir si ni siquiera cumplía los veinte años?, pensaba, tratando de ahogar cualquier intento de rebeldía.

Las agresiones pasaron a formar parte de la agenda del día. Ruth empezó a convivir con los moretones, con su hija y su agresor.

"Hasta que una amiga le dijo a mi madre que yo estaba siendo golpeada. Cuando ella llegó a mi casa, me encontró bañada en sangre. Fuimos a la comisaría y lo denunciamos", recuerda Ruth.

Con cierta dosis de rabia, Ruth explica que lo único que consiguieron con la denuncia fue que ella tomara el valor para marcharse. Su agresor nunca fue apresado. Era la década de 1980 y la justicia estaba aún muy lejana a considerar las denuncias de agresiones contra la mujer como verdaderos delitos.

UNA SEGUNDA OPORTUNIDADPasaron unos años hasta que Ruth se volvió a enamorar y con ello, cayó nuevamente en ese hoyo profundo que significa ser víctima de violencia física, emocional y sexual.

"Me enamoré nuevamente y salí embarazada. Los primeros meses fueron maravillosos", explica con una mirada vidriosa, tal vez creyendo que todo pudo haber alcanzado un rumbo distinto con aquella pareja.

"A mi hijo le daban toda la atención, pero a la niña de mi primer compromiso la ignoraban", cuenta.

Ruth no logra recordar el momento exacto cuando recibió el primer golpe. Da lo mismo en cierto modo porque los siguientes años las agresiones se hicieron interminables. Incluso, la familia de su nueva pareja también formó parte de distintos episodios de violencia.

"Cuando di a luz su familia fue al hospital solamente para ver si el hijo se parecía a él", narra aún con indignación.

Ruth aún era muy joven cuando tuvo a su segundo hijo: aún bordeaba los veinte años. Su madre tampoco veía con buenos ojos que ella se haya aventurado a tener una nueva relación tan pronto. Contrariamente a apoyarla, le hizo una advertencia disfrazada de consejo. Unas líneas que se impregnaron en el corazón de la joven y que fueron las cadenas en sus años de sufrimiento.

"Si te metes con esta persona hija nunca más, nunca más te vuelves a separar".

***

El callejón donde se ubicaba la casa de Ruth y su esposo en el jirón Manuel Pardo en Barrios Altos fue el escenario de los innumerables episodios de violencia protagonizados por la pareja. Incluso en uno estuvo involucrada la madre del agresor.

"Un día él y su mamá me pegaron porque fui a decirle que ya no siga tomando", cuenta.

Y las golpizas, al igual que en su primer compromiso, se hicieron rutina. Cada reclamo servía de pretexto para iniciar una discusión que en las no solamente terminaban en moretones sino muchas veces en frases hirientes.

"Ya estás podrida, eres una gorda", le decían.

Ruth tenía que soportar los maltratos. Se lo había prometido a sí misma. Sí, la joven que fue Miss Primavera en su barrio y que mantenía suspirando a gran cantidad de hombres de pronto comenzó a sentir que ya no era bella. Se cortó el cabello y no se lo tiño más. El maquillaje desapareció de su cómoda. Las agresiones psicológicas de su pareja lograron su objetivo. No volvió a sonreír por los siguientes años.

Mientras tanto tenía que sacar adelante a su familia y continuar con sus estudios de Enfermería. Tuvo su tercer hijo. "He vendido cancha y caramelos. Con cinco soles he tenido que dar de comer a mis hijos", cuenta orgullosa, aunque la pequeña satisfacción se le desaparece al mencionar que nunca se quejó de las agresiones ante sus pequeños.

"Siempre les dije que tenían un buen padre, les mentía que él era un buen hombre", explica esta mujer

LA DECISIÓNA comienzos de 2000 Ruth sentía que su vida tenía que cambiar. Para ese entonces ya integraba algunas asociaciones de madres de familia en Barrios Altos, como la del Vaso de Leche y empezó a recibir talleres para combatir el maltrato familiar. Asistía, iba y aprendía, pero aún no se atrevía a separarse. Las palabras de su mamá permanecían en su mente.

"La primera vez que me atreví a decirle que me iba a separar me amenazó con matarme" –recuerda– "como no resultó el 'te mato' dijo 'yo me mato'. Agarraba alfileres y se sangraba las manos".

Pero esas amenazas duraron solo unas semanas. Ruth –quien ya recibía apoyo de un psicólogo– logró separarse de su pareja y ponerle fin a esos años de sufrimiento. Por supuesto que le dolió tomar la decisión, recalca, pero más le hubiese dolido continuar arrastrando esa vida.

"Han sido varios años de maltrato. Una cosa es decirlo y otra vivirlo. A mí me controlaban hasta la comida. Pero un día dije que esto tiene que acabar, que no debería de callar esto", recuerda.

VOLVER A SONREÍRTras su separación, Ruth denunció a su pareja por maltrato familiar. Su caso fue uno de los 28,265 que se registraron ese año tan solo en Lima y Callao, según registra la VII Dirección Territorial Provincial (DIRTEPOL).

Ya ha pasado más de una década desde que Ruth abandonó su antigua vida. Ahora vive sola ya que sus tres hijos comenzaron a tener sus propias familias. "Me llaman varias veces al día para preguntarme cómo estoy y si necesito algo", repite orgullosa mientras nos cuenta que, a pesar de la escasez, pudo brindarle la educación que ha permitido que sostengan un hogar.

"Si estoy dando este testimonio, y no me va a dar vergüenza mañana, es porque quiero que ellas se valoren cada una por lo que son. Porque si no esto va a continuar", explica esta mujer que resulta un testimonio de que la vida puede dar un giro de 360 grados.

Ruth comenzó a ser coordinadora distrital del Vaso de Leche en Barrios Altos. Tras ese logro decidió ser delegada de seguridad de su barrio, posteriormente lo fue de toda su zona y llegó a ser coordinadora distrital de las juntas vecinales de 10 comisarías. El cargó lo dejó a comienzos del este año para iniciar un Diplomado de Seguridad Ciudadana.

A los cincuenta años, reconoce que su logro más importante ha sido laborar como facilitadora del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. Desde ese cargo ha podido brindar asesorías a las mujeres que sufren algún tipo de violencia por partes de sus parejas. Tiene la intención de disminuir las alarmantes cifras de mujeres violentadas en el país y que sumaron alrededor de 58 mil denuncias en 2014.

Basta con salir a recorrer el barrio con ella para notar la gran amistad que le guardan los vecinos y que resulta ser una autoridad en la zona.

"Esto es un ejemplo para que las demás mujeres salgan adelante. Que la vida no termina, la vida recién empieza. Somos mujeres de garra, pero esos lo tenemos que entender nosotras mismas, ahí recién empieza el cambio", dice totalmente convencida, con una mirada que asegura que ahora solo llora de felicidad.

Ruth ha logrado que varias paredes de su barrio contengan mensajes contra la violencia hacia la mujer. (Foto Anthony Niño de Guzmán)

Nota: Ruth apunta que por ahora cuenta con una buena amistad con su segunda pareja y que él le pidió perdon. Sin embargo, permanecen separados.