María Elena Villanueva (60), María Ocaña (63), Áurea Carranza (75) y Jessica Munive (47). Poder femenino. Las mujeres al frente de los comedores populares demuestran, además de sazón, liderazgo, capacidad de organización y empatía con los más necesitados.
María Elena Villanueva (60), María Ocaña (63), Áurea Carranza (75) y Jessica Munive (47). Poder femenino. Las mujeres al frente de los comedores populares demuestran, además de sazón, liderazgo, capacidad de organización y empatía con los más necesitados.

María Elena Villanueva (60)

Comedor Manuel Scorza, El Agustino

Mientras cruzaba por primera vez el puente colgante que separa San Juan de Lurigancho de El Agustino, María Elena Villanueva pensaba en la oportunidad de tener un techo propio para su familia. Era 1987 y por entonces vivía en Zárate, donde alquilaba una pequeña casa. Para ayudar con la economía de su hogar hacía trabajos de todo tipo. Era, como ella misma cuenta, una ‘mil oficios’. “Antes de casarme vivía en el Rímac, luego me fui a Zárate. Una señora a la que yo le compraba la fruta me dijo que frente a donde alquilaba había oportunidad de tener un terrenito. Así que ni corta ni perezosa crucé aquel puente sobre el río”, rememora. Junto a ella otras 15 familias se instalaron en el descampado que dio origen al Asentamiento Humano Manuel Scorza.

En poco tiempo el lugar se fue poblando hasta superar los 400 moradores. La crisis durante el gobierno aprista empezaba a azotarlos con fuerza y los alimentos escaseaban. Con ayuda de la parroquia Virgen de Nazareth y una ONG, los nuevos habitantes de El Agustino lograron abrir un comedor popular y un Vaso de Leche construido con esteras y palos. “Preparábamos las comidas con una cocina improvisada hecha de ladrillos y leña. Los vecinos traían alguna menestra, arroz o verduras”, relata. También, gracias a la parroquia, llegó la ayuda de Cáritas. Así pasaron 10 años hasta que por fin, con mucho esfuerzo y ahorro, los más de 70 socios pudieron construir el local del comedor con materiales nobles.

María Elena fue parte de todo ese proceso hasta que el dolor por la muerte de su hijo mayor la hizo alejarse por 15 años de la iniciativa comunal a la que se dedicó con ahínco.

En su ausencia llegó Cálidda a transformar la vida del comedor Manuel Scorza. Cuando volvió en 2018, tres años después de la instalación a gas natural, las cosas habían cambiado, el ahorro de dinero era notorio. A ello se sumaron las posteriores capacitaciones en nutrición, salud, empoderamiento femenino y educación financiera.

La ahora presidenta del local que alimenta a 120 comensales cada día solo tiene palabras de elogio para la empresa. “De Cálidda destacamos la calidad humana. En estos tiempos, la verdad, hay muy poca. La orientación nutritiva ha sido muy valiosa. Se preocupan bastante por nosotros. Con su apoyo hemos aprendido a no darnos por vencidas. A no conformarnos”. Muestra de esas ganas de superación es el emprendimiento de papas rellenas que desde el año pasado crearon un grupo de socias, en conjunto con voluntarios de Cálidda como parte de la iniciativa Ideas que Transforman. Los fines de semana ofrecen al público tres variantes: la clásica de carne, la vegetariana y la de sangrecita. Pero ellas tienen un sueño colectivo mayor: hacer de su comedor un gran restaurante e involucrar a las nuevas generaciones. “Queremos continuar y mejorar día a día porque sabemos que en cualquier momento podemos pasar por otra crisis o pandemia. Y el comedor nos va a salvar del hambre. Lo poco que tenemos siempre lo vamos a compartir con nuestros vecinos más necesitados”.


María Ocaña (63)

Comedor Fe y Alegría, El Agustino

Recuerda que en los inicios del comedor, hace 39 años, ni siquiera tenían ollas, platos ni tazas para servir los alimentos. Eran tantas las carencias que utilizaban las latas grandes de aceite para cocinar. “Ahí hacíamos la sopa, la menestra y el arroz. Cuando tomábamos desayuno nuestra taza era una lata de leche. En esa época los niños que teníamos a nuestro cargo eran más de 150. Por sus caritas de felicidad cuando comían algo es que le pusimos al comedor Fe y Alegría. Tener este lugarcito era una de las pocas alegrías para tantos chicos”, detalla María Ocaña, presidenta del local comunal en El Agustino.

Sin dinero para gas o kerosene, las madres iban al río a buscar trozos de leña. María ayudaba en aquella búsqueda con su pequeña a cuestas y tomando de la mano al mayor de sus hijos. Eran tiempos muy duros. Junto a sus compañeras iba a pie desde El Agustino a La Parada y a la avenida 28 de Julio, rogando por alimentos o recogiendo los que desechaban. Zanahoria, cebolla, zapallo, papas, todo servía. “Era lo único que podíamos hacer en ese momento. Caminábamos toda la mañana o esperábamos a que nos regalen”.

A pesar del traslado de local hace diez años y los dilemas vecinales, el progreso logrado tanto en infraestructura, alimentos y en servicios es evidente. Una actividad en el distrito la puso en contacto con Cálidda. Tras el recuento de necesidades y lo costoso que resultaba cocinar para casi 100 personas, la empresa puso manos a la obra. “No solo nos instalaron gas natural inmediatamente, otra intervención de Cálidda ha sido el pintado. Gracias a ellos, mi comedor está hermoso. Vinieron a pintar como 50 colaboradores voluntarios, hicieron algunas refacciones y pusieron mayólicas”.

No fue todo. A través de los concursos promovidos por Cálidda, el comedor Fe y Alegría hoy cuenta con refrigeradora, cocina a gas natural y hasta un cochecito que les permite vender dulces. Crema volteada, carlota, queques de quinua, entre otros manjares son parte del emprendimiento llamado DeliPostre que las socias han desarrollado desde hace algunos años. “Acá somos veinte mamás que trabajamos duro y parejo. Así como otras señoras, tengo toda una vida trabajando aquí. Yo siempre les digo a mis hijos que el comedor es mi vida y que cuando me muera me entierren en un ladito de este lugar”.

Cada vez que María y sus socias llegan a primera hora del día al comedor saben que muchos dependen de ellas. Que la lucha y sufrimiento vivido ha valido la pena. “Hemos pasado de no tener ni un tenedor ni alimentos a ofrecer un buen menú. Este es un trabajo de tiempo completo, difícil pero gratificante. Siempre hay algo que hacer, que mejorar”, apunta. Dentro de esta labor solidaria, la ayuda trasciende la necesidad más básica a otros aspectos también indispensables.

“Quisiéramos hacer una cuna para bebés y niños pequeños, que también sirva como refugio para tantas mujeres abandonadas o maltratadas. Así ellas pueden salir a trabajar con tranquilidad”. El segundo piso del comedor es el espacio propicio para hacer realidad ese anhelo.


Áurea Carranza (75)

Comedor María Reiche, Comas

Su incursión en los comedores populares coincidió con una circunstancia dolorosa. En 1985 junto a un grupo de esforzadas mujeres fundó el comedor Santa Luciana y casi al mismo tiempo sufrió el abandono de su esposo. El golpe emocional lejos de hacerla caer la hizo más fuerte y concentró toda su energía y decisión en sacar adelante a sus seis hijos. “Me aferré mucho al comedor, porque me daba alimentos para los míos y aunque lo que hizo el papá de mis hijos frustró mi deseo de estudiar gastronomía internacional seguí trabajando en el rubro de cocina porque los chicos necesitaban muchas cosas”. Equilibrando sus labores en el comedor con la preparación de distintas comidas en casa o de menú para trabajadores de algunas empresas, Áurea tuvo la oportunidad de viajar a Chile para darle pensión alimenticia a varios artistas. Cuando regresó, el delicado estado de salud de una de sus amigas la llevó a dirigir el comedor María Reiche, que luego trasladó al lado de su propio hogar. Lleva ya más de 30 años al frente de este.

Aunque no es la primera ni la última mujer con hijos que debe salir adelante sola, el caso de doña Áurea es un claro ejemplo de lo que el trabajo y la determinación puede lograr. Hoy, a sus 75 años, ejerce por segunda vez el cargo de regidora en el distrito de Comas. “Comencé a escalar de a poquitos. Primero fui presidenta del comedor y luego coordinadora del distrito de Comas. Llegué a coordinar todo Lima Norte y ahora me hago cargo de todo Lima y Callao. Fui aprendiendo y asumiendo nuevas responsabilidades”. Con la confianza ganada de sus vecinos y compañeras de gestión fue elegida para representarlos. “No voy a defraudarlos, ese es mi compromiso”, asegura.

Ahora, algo alejada de las labores culinarias, debido a sus múltiples deberes, extraña aquellos tiempos en los que participaba en los concursos de Cálidda. Uno de ellos la llevó a la famosa feria gastronómica Mistura. Su pachamanca de pescado fue todo un éxito. Un par de años después, entre 2015 y 2016, el comedor María Reiche dejó los balones de gas por la conexión de gas natural. “Ahora mis ollas parecen nuevas, ya no sufro para lavarlas, el gas natural no me las quema. En cuanto a economía nosotros gastamos ocho balones de gas al mes. Hace nueve años eran como 200 soles lo que había que gastar en comparación con los recibos de 80 o 90 soles que llegaban. Y ahora mejor ni hablar de cuánto sería”, precisa. Con ese dinero ahorrado pudieron comprar utensilios, mejorar el menú y hasta comprar una congeladora para guardar los alimentos.

“Yo sé, por experiencia propia, que la persona que sabe trabajar y ayuda a la comunidad puede cambiar su vida”, dice para luego contar que tiene una hija que radica en Estados Unidos y allá se dedica a preparar comida peruana. Lamenta no haber podido brindarle a ella y a sus otros cinco vástagos una profesión, pero ahora tiene la felicidad de ver a sus nietos en la universidad. “Yo los apoyo lo más que puedo. Esto ha sido posible gracias al comedor y sin esposo. Trabajar aquí me ha dado muchas oportunidades. No solo somos cocineras, también somos promotoras de salud. Desde mi organización ayudamos a los vecinos ante cualquier emergencia”.


Jessica Munive (47)

Comedor Micaela Bastidas

“Tengo un vínculo emocional muy fuerte con este comedor”, afirma Jessica Munive. Y es que su madre, ya fallecida, se dedicó a dirigirlo durante 40 años. Tras el deceso de su progenitora las socias vieron en ella a la nueva presidenta. Sin embargo, eran tantos los recuerdos que venían a su mente que le resultó muy difícil aceptar el cargo. “La veía en todos lados y no podía estar aquí mucho tiempo. A la vez sentía que ella me decía que no deje que este lugar cayera en manos de otras personas ajenas a nuestro vecindario. Tenía sentimientos encontrados”. Su conflicto terminó cuando una de las socias fundadoras se acercó a ella y le recordó el cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre. Entendió entonces que todos tenemos un determinado tiempo de vida y pudo aceptar la partida de su ser más querido. “Ahora sé que continuar el trabajo de mi mamá es una manera de homenajearla, de honrarla”.

El comedor reabrió sus puertas en 2022, tras la pandemia. Uno de los pendientes más urgentes que dejó la madre de Jessica fueron los arreglos que necesitaba el local. Cuando ella decidió tomar la posta varias de las dirigentes habían fallecido, la reorganización de funciones fue la primera tarea. Tenía algo de experiencia, pues en los últimos diez años había ayudado a su progenitora en la labor como presidenta, pero quedaba mucho por aprender. El comedor Micaela Bastidas recibe ayuda del Estado, pero eso no bastaba. Los costos de agua, luz, gas, entre otras necesidades exigían solución.

“Cuando volvimos a abrir, el techo estaba agujereado, el piso era falso, las cosas que había dentro no tenían buen aspecto. Escuché del servicio que brindaba Cálidda, de sus capacitaciones y fui para enterarme mejor de lo que ofrecían”. Cuando visitaron el comedor y le dijeron que terminarían de construirlo no les creyó. Pero en tres meses la empresa terminó con los acabados del techo, del piso, de la cocina, de los baños, los lavaderos y hasta de la mesa para picar.

Mientras Cálidda trabajaba, desde la vereda de enfrente las mujeres dirigidas por Jessica cocinaban y al mismo tiempo observaban sorprendidas los resultados. Con el doble de comensales que un comedor promedio, entre 180 y 190 personas, los beneficios de cambiar el balón de gas por una conexión de gas natural no se hicieron esperar.

Más que un comedor, el Micaela Bastidas funciona como un restaurante, tiene un menú básico que cuesta S/5, pero también otros que se adecúan a los gustos de sus asiduos concurrentes y van aumentando algunos soles de acuerdo al extra de su preferencia. También poseen un biohuerto que provee de brócoli, apio, orégano y otras hierbas esenciales para sus platillos. Precisamente, uno de ellos, el saltado de sangrecita, fue el ganador del primer programa del teleconcurso “Bueno, bonito, bravazo”.

A pesar de lo conseguido en menos de tres años, Jessica no se duerme en sus laureles. Con sus hijas ya universitarias, la próxima meta es realizar talleres que capaciten a las mujeres del barrio en oficios de rápida salida. “La idea es que aprendamos a cortar el cabello, bordar, tejer. Ofrecer un oficio práctico que genere ingresos para las madres que se sienten desamparadas moral y económicamente. En el comedor he aprendido lo hermoso que es ayudar, pero también que te ayuden”.

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