La profesora Jessica Gómez fue diagnosticada con cáncer. (Foto: Violeta Ayasta / @photo.gec).
La profesora Jessica Gómez fue diagnosticada con cáncer. (Foto: Violeta Ayasta / @photo.gec).

No sabía que sería un gran día. Se sentía mal, tenía náuseas, mucha sed, estaba hinchada, fue su último día con cabello. Su madre la arregló, la peinó hacia adelante para disimular la caída del cabello. Estaba en su oficina, en el segundo piso de su casa, frente al computador. Su familia se encontraba en la primera planta y también atenta a la cita virtual. De pronto, escuchó su nombre e inmediatamente sonaron los gritos de celebración de su familia. Ella miraba la pantalla, se emocionó y agradeció a Dios.

Pudo no haber asistido, capaz ni ganaba, habría sido válido no querer que la vean mal de salud. Pero la Jessica Gómez dice: “Dentro de la formación que me han dado, tengo que llegar hasta el final”. Aquel episodio no fue el final, sino el comienzo del reconocimiento a su labor como directora del Centro de Educación Básica Especial María Auxiliadora. Aquel día fue premiada tras ganar el concurso Maestro que Deja Huella de Interbank (edición 2020-2021), en la categoría de Directores. Un centro educativo donde el 52% de alumnos tiene trastorno del espectro autista, y también hay casos de síndrome de Down, deficiencia intelectual, parálisis cerebral y otros síndromes.

“Fue como si Dios me dijera: ‘Te tengo de la mano y no te suelto’”, me dice la aguerrida profesional que hace un año fue diagnosticada con . Esta experiencia es su debut como directora de un centro educativo especial, pero ya dejó un precedente, un camino, un ejemplo de querer, hacer y poder.

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-En los últimos meses le ha tocado vivir un torbellino de emociones, desde ganar el concurso hasta ser diagnosticada con cáncer. Y todo en medio de la pandemia. ¿Cómo se siente ahora?

En paz. Es cierto, ha cambiado mucho mi manera de ver las cosas, mi manera de vivir. Ha cambiado mi manera de entender a las personas, veo la vida de otra manera y vivo la vida en el día, no pensando en el mañana, y entendiendo más a cada ser humano. Cuando recibí la noticia del concurso, pensé: “Dios mío, ¿qué me quieres decir con esto?”. Pero este intercambio de emociones me hizo vivir, sentirme bien, que estaba haciendo bien las cosas. En los mejores y peores momentos conoces a la gente que realmente te quiere. Cuando haces obras por tu colegio, muchas veces no somos reconocidos, pero este concurso sí lo hizo, sentí que lo que hacía lo estaba haciendo bien.

-Deduzco que esta falta de reconocimiento es mayor cuando se trata de colegios especiales. ¿Cuando decide ser profesora sabía que era un camino complejo?

Mis padres son profesores, tengo tíos profesores y siempre en mi familia me decían: “No elijan la carrera de Educación”. Recuerdo que mi padre me decía: “Prefiero verte en el mercado vendiendo tu costal de papas” (risas).

-¿Y usted qué le respondía?

Era la vocación, el don de servicio.

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-¿Cuando llegó al centro, cómo eran las condiciones?

Había solo 56 estudiantes. Actualmente, tenemos 98 y con una larga lista de espera. Me gustaría tener más aulas, pero lamentablemente no tengo los profesionales suficientes. Los estudiantes se sentaban en sillas blancas de plástico, y esas se caen, atendemos desde tres años hasta 20 años. Y yo decía: “¿Dónde está la calidad educativa?”. Teníamos puertas apolilladas, gavetas apolilladas, ventanas rotas, un jardín de tierra, sillas de metal que pesaban; si quiero enseñarle a un estudiante con discapacidad sobre autonomía, ¿cómo le voy a dar una silla de metal? Lo mismo las mesas, eran de metal. Era ilógico brindar calidad educativa sin las condiciones adecuadas. Se empezó a hacer trabajo conjunto con los docentes, proyectos con los padres de familia y fuimos ganando algunas subvenciones económicas que nos han permitido hacer lo que el colegio es ahora. Si vas ahora al colegio, que es público, parece particular, y tiene todo. Inclusive, este año hemos inaugurado el aula de innovación pedagógica.

-¿Se mira al espejo y se pregunta a sí misma: ‘cómo lo logré’?

Los sueños se vuelven realidad si los llevas a la práctica. Para mí fue un sueño brindar a estos chicos lo que realmente se merecen. Amo mi profesión. El cariño hacia ellos (los alumnos) se desborda. Por ejemplo, un proyecto fue enseñar la historia del Perú a estudiantes con discapacidad, y lo logré. Me decían: “¿Cómo lo vas a lograr?”.Ychsma es Lima y los colores básicos son el rojo, el blanco y el negro, y los primeros colores que un bebé ve son esos tres. Un chico con discapacidad puede aprender historia desde esa mirada; no se trata de enseñarle quién fue Manco Cápac, sino la vivencia real aterrizada al presente.

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-¿Por qué eligió la educación especial, cuando pudo seguir la educación regular?

Un tío fue quien me introdujo en este mundo. Tuve la oportunidad de participar en campamentos de verano, me hacía cargo de ellos toda una semana y eso me encantó. Y ahora a los internos que vienen les digo: “Si manejas a un niño con discapacidad, cuando te vayas a un colegio de básica regular, eso será fácil, porque acá está lo difícil. Si logras que uno de nuestros niños coja la cuchara y se la lleve a la boca, eres lo máximo y has logrado no te imaginas cuánto”.

-¿Qué aprende usted de sus estudiantes?

Amor. Te buscan con la mirada o con la nariz y la acercan a tu nariz y es como si te estuvieran diciendo gracias. También aprendo la tolerancia. Me enseñan que el problema que yo tengo no es nada. Mis niños se esfuerzan por estar con su familia y con la sociedad, pese a que esta última es tan excluyente, y ellos se dan cuenta cuando una persona los quiere o cuando los rechazan. Son tan observadores.

-¿Cómo debe ser un maestro que deje huella?

Un padre de familia me dijo: “Yo llegué a usted cuando mi hijo tenía dos años, y usted me guio y orientó por el camino por donde debo ir”. Un maestro que deja huella es cuando te guía y te motiva, cuando logras cambios para mejor, cuando te dicen “maestra” y te siguen.

AUTOFICHA:

- “Soy Jessica Enith Gómez Londoña. Nací en Tarma, Junín. Dentro de poco cumpliré 49 años. Mi familia vino a Lima porque en esa época en la provincia no había universidades, y mi hermana mayor –yo soy la última de tres– terminó la secundaria y tenía que estudiar”.

- “Acabé el colegio e intenté estudiar Medicina. Por el Pacto Andino tuve la oportunidad de irme a Venezuela, pude haber estudiado ahí, pero justo se dio el golpe de Estado de Hugo Chávez; yo ya tenía la vacante. Pero en educación especial al toque se me abrieron las puertas”.

- “Personalmente, quiero restablecerme completamente (del cáncer). Profesionalmente, me gustaría trabajar en una universidad para preparar a personas que quisieran ser docentes, es un sueño. Y en el colegio, me encantaría ampliar más aulas para recibir a más chicos, porque ya no hay vacantes”.

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Jorge Yamamoto

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