Redacción PERÚ21

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Desde hace una semana, en el kilómetro 293 de la Panamericana Norte se ha formado una hilera interminable de vehículos sucios que la polvareda marrón apenas deja ver. Es la única vía que se ha salvado en Huarmey. Es verano y el calor del sol golpea salvaje, provocando que las gargantas comiencen a garraspear.

Mototaxis, camiones, ambulancias, autos y excavadores achicharran sus metales, aguardando en fila ingresar a la destruida ciudad norteña. Una serie de huaycos ocurridos en los últimos tres días han dejando las calles y casas hundidas en el barro y el caos. Atravesando el polvo, una cuadrilla de niños se acerca a los estresados conductores para hacerles una pregunta estremecedora.

– ¿Tendrá un poco de agua que me regale?

SENTIR EL LODO

Durante los tres primeros meses del año el Perú ha soportado El Fenómeno del niño costero, un calentamiento del agua en la costa que ha provocado una evaporación más rápida y, por lo tanto, intensas lluvias en esta misma zona. Es que si el agua llega a temperaturas pico de 29 centígrados hay suficientes razones para temer (y llorar). Los aguaceros hasta el momento han generado más de 60 muertos y cerca de 100 mil damnificados. Lo peor: la cifra está lejos de parar. La enorme cantidad de huaicos –como se llama en Perú a los deslizamientos de agua y rocas desde las partes altas– en regiones como Piura, Tumbes, Lambayeque, Lima y Áncash son las principales señales de que el país sufre su peor fenómeno en 60 años.

Y Huarmey, una ciudad poco conocida a pesar de quedar a solo seis hora de Lima, se ha convertido en un epicentro del desastre. Desde hace una semanas sus 16 mil habitantes están encerrados en una cárcel de lodo.

La avenida principal de Huarmey se llama Alberto Reyes y fue fundada a mediados de 1945 en honor al cabo huarmeyano del mismo nombre que peleó en la Batalla de Gueppi, en el marco de la corta guerra que enfrentó a Perú con Colombia a comienzos del siglo anterior. Es miércoles y de esta vía solo queda el nombre y el busto alto de metal que se alzó al final de la calle en honor al soldado. Una masa marrón oscura y que sobrepasa las rodillas cubre las seis cuadras que tiene esta avenida. El barro, la basura y el agua estancada está por doquier.

El primer huaico en Huarmey ocurrió hace exactamente una semana e inició en la parte más alta del poblado. El miércoles 16 a pocos minutos de las 10 de la noche el río se desbordó a la altura de 2 de Mayo, la última avenida. Ocurrió "en la chacra del 'viejo’ Tomás", recuerda airado un vecino. Él culpa a Tomás de no haber precavido el desastre: “Debió cubrir correctamente, con piedras y madera, sus tierras”. El río venia crecido desde hace una semanas, un desborde de ese tipo era inminente.

Es así que el agua salió de su cauce y baño a la ciudad. Hubo suerte. La primera vez, el huayco trajo solo agua y algo de tierra.

Paula Gonzales y Julián Manrique son dueños de una librería ubicada en la Plaza de Armas y se lamentan de no haber puesto todos sus bienes en resguardo después de ese aviso. No lo hicieron. El primer desborde llegó hasta la Plaza, pero apenas mojó los adoquines plomos. “Solo es agua”, pensaron equivocadamente.

El desastre vendría en el segundo huaico, uno que ha dejado a este distrito con el lodo hasta la cintura.

El jueves 16, a las 7 de la noche, el río Huarmey se desbordó por segunda vez. El pasaje Olaya, Dos de Mayo, Alberto Reyes, Grau, Pativilca y Calle Nueva dejaron de ser vías peatonales para convertirse en riachuelos marrones y agresivos. Jorge Chumbe vive cerca de la Plaza y recuerda que apenas le dio tiempo para salir de casa con sus dos hijos en brazos y ayudar a sus padres, de 84 y 90 años. Los ancianos que ya dormían se salvaron de ser enterrados en vida.

Por si faltara más, dos huaicos y lluvias arrastraron más lodo durante la madrugada. Las autoridades policiales indican que tan solo en este distrito hay más de 12 mil damnificados.

VIVIR EN LOS TECHOS

Desde el techo de su casa, en plena calle Dos de Mayo, un sujeto descalzo, con las manos embarradas de lodo, vocifera: "A la una y media van a traer comida". Lo repite cinco veces hasta que todos los vecinos de la cuadra se dan por enterados. El de las manos marrones es Julio Márquez, conocido como 'Kiko' por sus prominentes cachetes. Desde que ocurrieron los huaicos, él se ha convertido en una suerte de dirigente de la cuadra. Tiene estatura mediana, pero cuenta con una gran voz y quizá eso fue lo determinante en su elección. En Huarmey tampoco hay megáfonos que ayuden a organizar a los vecindarios, por eso en cada barrio el de los pulmones más grandes se encarga de los anuncios.

'Kiko' se despidió de sus dos hijos y de su esposa el jueves pasado. Tras la caída del tercer huaico decidieron que lo mejor era que ellos fueses a ponerse a buen resguardo en el puerto de la ciudad, ubicado a 5 kilómetros de la ciudad. Él tuvo que quedarse. "Tenemos que cuidar la casa de los saqueadores", dice, a pesar de que no tiene nada que vigilar: todas sus cosas quedaron enterradas. El barro quedó a solo centímetros de alcanzar los focos del techo de su primer piso. De sus televisores, camas, mesas, sillas y juguetes apenas se ve alguna parte.

Pero Kiko tiene un segundo piso a medio construir. Es por eso que su techo se ha convertido en el centro de acopio de toda la ayuda que de a pocos llega a la cuadra. Kiko ha improvisado un cuarto con esteras para dormir y adentro, un poco de ropa le sirve de colchón. Los víveres que arriban a la cuadra Dos de Mayo primero se detienen en su vivienda: se separan en partes iguales y luego se reparten. Por ahora, el sistema parece funcionar en medio del caos.

A las 2 de la tarde, como había anunciado Kiko, irrumpe una camioneta con 100 almuerzos desde Lima. Del vehículo sale un joven presuroso que solo da una directriz: "Todos los de la cuadra lávense las manos y formen una fila". Cerca de 100 personas, entre niños, jóvenes, ancianos, uno detrás de otro. La comida, un guiso con huevo frito encima y jugo de maracuyá en bolsa, resulta un manjar a 30 grados centígrados.

LOCALES INSERVIBLES

Con impotencia y ojos húmedos, María Gamarra lanza una frase dura y poderosa"El hospital ya no sirve". Ella vive frente al Hospital de Apoyo Huarmey, el principal de la ciudad, y pudo ver con sus ojos cómo el lodo se apoderó de todos los ambientes aquella noche del jueves funesto. Los pacientes tuvieron que ser llevados a los techos de los cuartos y al día siguiente, debido a la altitud del agua, evacuados en improvisados botes utilizados para la pesca en el puerto. Un hospital de campaña se ha improvisado en una zona alta, metros más allá de la zona afectada. Todos ruegan que no vuelva a llover.

El presidente Pedro Pablo Kuczynski visitó la ciudad una semana después de la desgracia. No se ensució ni un dedo. Lo hizo a bordo de un helicóptero. Desde el suelo, Emma Monsalve y Juliana Galán observan al enorme vehículo trasladarse al estadio del pueblo. El presidente aterrizó con dos ministras en el estadio municipal para entregar toneladas de ayuda. Horas antes, Keiko Fujimori, la lideresa de la oposición, se le había adelantado y tomado varias fotografías.

A pesar del trágico momento, Emma y Juliana se toman unos minutos para servirnos de guías. Con destreza para sortear el agua hedionda, el barro y la basura, narran cómo se veía la comisaría, el colegio, la parroquia Virgen del Rosario, el coliseo y el terminal terrestre antes de quedar hundidos. La desgracia no les ha impedido que estén agradecidas. "Lo más importante es la vida", dice Emma queriendo sonreír sin poder hacerlo. Se aguanta las lágrimas. No es para menos. La misma tragedia que viven allí se repite en el distrito vecino de Culebras. En total, el gobierno ha estimado que existen 40 mil damnificados en toda la provincia ancashina.

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Llega la tarde en Huarmey y los niños continúan sorteando autos en la Panamericana Norte. Es mejor que andar en casa sacando el barro de sus cuartos, pensarán algunos. La tragedia se ha llevado sus juguetes, pero no ha apagado su imaginación. En medio del desastre, saltan encima del barro y hasta compiten entre ellos por llegar primero cuando un vehículo aparece. Sueltan también algunas sonrisas en medio del dolor, dosis necesarias para crear chispas de alegría en este pueblo que ha quedado hundido en el barro pero que se resiste a quedar hundido en la indiferencia.

Publicado en marzo de 2017.

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