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Escribir desde la prisión es un acto de libertad impostergable [CRÓNICA]

Un grupo de internas del penal Santa Mónica de Chorrillos participó en un taller de relatos a cargo de la autora de esta crónica. Fue un ejercicio de libertad y de confianza en la biblioteca Manuel Scorza de la cárcel.

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LA MEJOR CURA. Victoria: “Yo escribo para sanar”. (Esther Vargas)
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MÁS LIBRE QUE NUNCA. Regina espera encontrar una oportunidad y no caer nunca más. (Esther Vargas)
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UNA OPORTUNIDAD. Milagritos rapea y escribe en Santa Mónica. (Esther Vargas)
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UNA OPORTUNIDAD. Milagritos rapea y escribe en Santa Mónica. (Esther Vargas)
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LA CÁRCEL TE ENSEÑA. Taller de relatos dirigido por la autora de esta crónica en la biblioteca Manuel Scorza del penal. (Esther Vargas)
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Cuando Elcie sintió que el cuerpo la vencía y fue llevada a un hospital a bordo de una ambulancia, el miedo la invadió. No por el dolor. Le daba miedo la calle, el sonido de los carros, la luz opaca del otoño limeño. Fabiola nació en México, es madre y cuando salió de su país dijo a la familia que se iba de turismo a Perú. Pero del aeropuerto fue trasladada al penal Santa Mónica de Chorrillos, sin escala. No conoce nada de este país llamado Perú. Para ella, el Perú solo tiene un escenario: la cárcel, un lugar donde aprendes a vivir cada día, a reír y a querer.
La casa de una interna que luego me dibujaría mandalas está a solo unos metros del penal, tan cerca y a la vez tan lejos. La verdadera distancia va más allá de los kilómetros. Si no tocas a los que quieres, estás a kilómetros de distancia. Regina creció en San Bartolo, y fue en ese hermoso balneario donde tenía todo y nada que las drogas empezaron a construir lo que luego sería su cárcel. No alcanza a sentir la brisa del mar, pero hay recuerdos que se pegan en la piel, como los tatuajes que marcan su cuerpo.
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Cuando fui invitada a dictar un taller de relatos en Santa Mónica, el plan era escribir sobre hechos reales, nada de ficción. ¿Cómo una extraña se puede ganar la confianza de mujeres que han dejado de creer? El 20 y 27 de mayo, y el 3 y el 10 de junio fueron los días que compartí con estas diez mujeres condenadas o a la espera de sentencia por delitos como el tráfico de drogas, el robo y otros que prefieren no mencionar. Algunas se declaran inocentes, y otras simplemente admiten que se equivocaron. Algunas extrañan a sus padres, el temor más grande es que mueran antes de verlas regresar. Otras hablan de sus hijos, saben que será imposible recuperar el tiempo que les negaron por la ‘mala cabeza’. Y otras mencionan a esos amores, que nadie sabe cuánto podrán esperar. El amor de pareja es el más incierto, y ellas lo saben. Mamá, papá y los hijos te esperarán siempre.
“La línea entre hacer algo malo y burlar la ley puede ser tan delgada, que a veces no te das cuenta y ya te metiste en un problema, un problema que puede significar siete años de cárcel”, comenta Milagritos, una joven que vivió al máximo hasta caer en Santa Mónica.
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“Sé que ustedes no me mandaron a robar, pero ya estoy pagando lo que he hecho. Siento mucho dolor por haber perdido mi libertad, por dejar a mi hijo solo, sé que les dejé la carga, pero por favor no me lo recriminen, ayúdenme a avanzar”.
Milagritos escribe canciones y tropieza más si se trata de relatos. Lo intenta. Pero lo suyo es cantar. Rapea, lo hacía en los buses de la ciudad, hasta que empezó a robar para comprar droga y todo se fue en picada, al carajo. Lleva medio año limpia, extraña la calle, y quisiera retroceder el tiempo para abrazar a su hijo.
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“Hace más de un año Clarita se fue en libertad, se iría con Cristal, pero antes cortó dos trozos de su tronco, sí, de su tronco. Cristal era una planta llena de vida… Me lleva acompañando 11 años. Si ella ha podido soportar, yo también”.
Jessica ha llevado a su última clase a Cristal, una pequeña planta que parece de plástico. Ella se declara inocente, aunque los años pasen sin piedad. Es dentista. Cuando todo pase, dice, continuará con ese trabajo que tanto le apasiona y que se suspendió un día, de golpe.
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“Mi primera reacción fue levantarme de la silla para abrir la puerta de madera casi devorada por las polillas para que no se atascara… Todas comenzaron a gritar, yo solo trataba de calmarme, pensé que el 3A se caería encima. De pronto, el movimiento cambió y parecía un tagadá, aquel juego mecánico horrible”. Elcie decidió escribir sobre el terremoto de 2007, el cual vivió en la cárcel. Por un momento, pensó que moriría allí. Elcie es mamá, y es quizás la interna más antigua del grupo. Recuerda los nombres de las agentes a cargo de los pabellones en el tiempo, conoce las reglas, y es una buena amiga de las más jóvenes y las mayores. No sé qué hizo, solo me dice que falta para que salga.
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El amor y el sexo son dos temas presentes en las historias. Victoria describe lo que fue su relación con un chico ‘agrandado’ llamado Kevin al que miró desnudo y hasta hoy no olvida por el tamaño de su pene, aunque su corazón haya tenido otros dueños, cómo es la vida. La mexicana nos cuenta lo que fueron sus noches con los enmascarados, sí, esos artistas de la lucha libre.
Uno en especial parece que fue su gran amor. Los buscamos en Instagram, las chicas suspiran, está bien plantado, comentan. Y nos enteramos que ella y él tuvieron noches de pasión desbocada, que un día él se marchó, tenía familia; y ella se fue por su lado, haciéndose la fuerte. Esta mujer ruda llamada Fabiola se quiebra al recordar esos tiempos, y nos dice que extraña a sus hijos, su país, la comida, sus calles caóticas.
“Soy más libre aquí que afuera”, sentencia Regina. Su nuevo amor está en Santa Mónica. Regina hace planes y sonríe. Pero en la última clase la vi triste. Cuando no te quieren, ni la cárcel ayuda a retener. Lo aprendes de a poquitos.
SABÍA QUE

- La iniciativa ‘Libertad para Aprender’ del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) capacita a las internas con la finalidad de resocializarlas a través del arte.

- Los talleres brindados por escritores y periodistas son ad honorem. El INPE busca que se preste atención a esta población muchas veces invisible.

- El INPE ha reforzado su política cultural y apunta a que los penales sean realmente lugares de tratamiento donde el interno tenga la oportunidad que muchas veces no tuvo.