La relación de un hijo con su padre es muy diferente a la que se forja con una madre. Para muchos niños, sus papás suelen ser sus superhéroes, esos que, aunque no llevan capa ni espada, son capaces de vencer cualquier adversidad y situación difícil para ver a sus hijos felices.

Aquí les contamos tres historias que, por su valentía, corazón y entrega, son una inspiración y ejemplos de vida.

UN PAPÁ CON CALOR DE MADRE
Yonatthan Carbajal Lazo se convirtió en padre canguro y durante casi un mes le dio su calor corporal a la pequeña Gía, que nació con solo 890 gramos.

Yonatthan no puede contener las lágrimas cuando recuerda todo lo que pasó cuando nació la pequeña Gía, su hija prematura que llegó al mundo apenas a los seis meses y medio de gestación. Él y su esposa, Rocío, ya tenían un niño y decidieron aumentar la familia, sin saber la odisea que les tocaría vivir. La alegría de tener mellizos pronto se convirtió en tristeza cuando en una ecografía de rutina diagnosticaron un retardo de crecimiento fetal en la pequeña, dándole pocas esperanzas de vida.

“Mis hijos eran mellizos, pero la niña pesaba la mitad de lo que pesaba su hermanito. La diferencia era enorme y en ese momento pensamos lo peor. Los médicos no nos dieron muchas opciones: podríamos tratar de salvar a mi hija, pero en la espera ella podría morir y jalar a su hermanito; la otra opción era salvar solo a uno y sacrificar al otro”, nos cuenta.

Ante las complicaciones del embarazo, la pareja decidió trasladarse al Instituto Nacional Materno Perinatal, donde los especialistas de Medicina Fetal hicieron lo imposible para salvar a sus hijos. Sin embargo, con solo 32 semanas de embarazo, los niños tuvieron que nacer por cesárea. “Fue un milagro. Mi hijito Renato nació con 2 kilos 85 gramos y mi pequeña Gía, con solo 890 gramos. Era tan pequeñita y frágil que daba miedo tocarla. Parecía de papelito, un cristal”, recuerda.

Dedicados a los cuidados de los niños, la familia no se había percatado de que la hemoglobina de la madre había bajado demasiado y, tras la intervención, su salud estaba en riesgo. Fue necesario hacerle varias transfusiones de sangre.

El pequeño Renato estuvo internado seis días antes de ser dado de alta, pero Gía tuvo que permanecer 51 días en el hospital. Era una prematura extrema. Debido a que la madre aún se recuperaba, Yonatthan se convirtió en papá canguro, dando a su pequeña el calor corporal necesario para estimular su crecimiento.

“Fueron días largos, pero pude ver a Gía antes que mi esposa, la toqué primero y la cargué primero. Estar en contacto piel a piel y escuchando el ritmo de su corazón hizo que estableciéramos un vínculo especial y una complicidad que se mantiene hasta hoy”, confiesa Yonatthan con una sonrisa.

El joven padre dejó su trabajo para dedicarse exclusivamente al cuidado de su niña, pues debía darle calor corporal cuatro horas al día, todos los días. “Puse mis prioridades en una balanza y tomé una excelente decisión porque pude estar todo el tiempo con mis mellizos”.

Ahora, la pequeña Gía ya tiene un año y es una niña sana, risueña y juguetona. “Gía vino con un propósito en la vida: unir a la familia, y lo ha conseguido con creces”.

DIO, SALVÓ Y PROLONGÓ LA VIDA
Víctor Blas Pérez le donó uno de sus riñones a su hijo que sufría de insuficiencia renal y le dio una nueva oportunidad de vivir y cumplir sus sueños.

El departamento alquilado donde vive en San Juan de Miraflores apenas tiene dos piezas: en una duerme Víctor Blas Pérez con sus tres hijos, de 19, 14 y 10 años, y en la otra solo hay una mesa con cuatro bancos de plástico y una pequeña cocina. No es mucho, pero es suficiente para una familia en la que el amor desborda.

Víctor tiene 48 años y no ha tenido una vida fácil. En su natal Trujillo, trabajaba armando zapatos de cuero cuando conoció a una mujer con la que tuvo tres hijos. Un día ella le dijo que quería irse a Chile para trabajar y ayudar a la familia. Sin embargo, después de cuatro meses rompió toda comunicación. La mujer nunca más volvió, ni siquiera cuando se enteró de que su hijo Carlos tuvo una crisis de salud y casi muere.

El pequeño Carlos empezó con síntomas leves: las náuseas y los dolores de cabeza iban y venían, pero un día la situación fue inmanejable. El niño convulsionó y perdió el conocimiento. Fue llevado de emergencia al hospital y, debido a su gravedad, trasladado a Lima. Allí fue diagnosticado con insuficiencia renal crónica terminal, por lo que fue sometido a tratamiento de hemodiálisis y luego a diálisis peritoneal. Víctor tuvo que dejar de trabajar para dedicarse al cuidado de su pequeño.

Para este tratamiento, la familia debía preparar un ambiente en su casa. Pero cuando Víctor se disponía a volver a Trujillo, se dio con la sorpresa de que sus suegros le pidieron desalojar la vivienda. “Aunque era la casa de mi ex mujer, no pensé que tomarían esa decisión, sobre todo porque ahí vivían sus nietos, pero igual seguí adelante”, recuerda.

Sin casa, sin trabajo y con su familia a cuestas, Víctor buscó la ayuda de su madre, quien lo acogió. En una pequeña habitación, el esmerado padre preparó un ambiente totalmente inocuo donde Carlos era dializado 12 horas al día, siete días a la semana. Pero, pese al tratamiento, la salud de Carlos seguía empeorando. La vida del niño estaba limitada; vivía atado a una bolsa para recolectar su orina y ya no podía ir al colegio. Por ello, los médicos del Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja le recomendaron un trasplante de riñón. Carlos no lo pensó mucho y enseguida se trasladó con toda su familia a Lima, a la espera del trasplante.

“Desde el primer momento quise darle mi riñón a mi hijo. Nunca pensé en un donante cadavérico. Opté por mí mismo porque es muy duro ver a un hijo sufrir y ver cómo cada día se le apaga un poquito la vida. Me siento satisfecho y volvería a hacer lo mismo por mis otros hijos”, asegura.

El 2 de diciembre del año pasado, el pequeño Carlos recibió el riñón de su padre y hoy su vida ha cambiado: ya orina con normalidad, está estable, ya no ha sufrido una crisis y puede salir a jugar como otros niños de su edad. Su padre le dio la oportunidad de tener una vida saludable y la posibilidad de, algún día, cumplir su sueño de ser médico.

UN RESCATE AL SERVICIO DEL AMOR
Carlos Huallpa Suca es un bombero voluntario y rescatista que encontró en sus hijos la inspiración para ayudar a los damnificados y salvar vidas.

Cuando su esposa embarazada sufrió un paro respiratorio, Carlos Huallpa Suca actuó de inmediato. Estaba a 15 cuadras de una clínica en el Centro de Lima y sabía que podía perder importantes minutos si llamaba a una ambulancia o buscaba un taxi. Por eso, con su esposa en brazos, decidió correr las 15 cuadras hasta el establecimiento de salud. Previamente en casa había practicado a su mujer los primeros auxilios y en cada tramo en su carrera a la clínica le daba respiración boca a boca. Carlos sabía lo que hacía. Como bombero voluntario y rescatista de la Marina, había sido entrenado para ello.

“Mi esfuerzo y preocupación eran inmensos, pues no solo era una vida; eran dos. Mi esposa tenía una enfermedad degenerativa, pero su prioridad era nuestro hijo que crecía en su vientre, por eso mi esfuerzo fue mayor. No podía parar”.

Walter, el segundo hijo de la pareja, nació sano a los siete meses de gestación, pero a los 58 días su madre falleció. No pudo superar la esclerosis lateral miatrófica que padecía y no solo dejó a Carlos viudo y con dos niños pequeños, sino con una deuda grande por los créditos que la familia tuvo que sacar para costear la enfermedad.

Solo, el rescatista se dividía para atenderlos y laborar. Llevaba muy temprano a los pequeños a la cuna de su trabajo y, luego de su jornada diaria, los recogía e iba a casa. Sin embargo, había deudas que pagar y Carlos tenía que trabajar más. Con la ayuda de sus padres, el rescatista se dedicó a trabajar y buscar más ingresos, hasta que ocurrió el terremoto de Pisco.

“Fue una experiencia que impactó mi vida. Vi por televisión el desastre e inmediatamente quise ir a ayudar; como la Marina no me daba permiso, pedí mis vacaciones y pude rescatar 17 cadáveres. En la zona había muchas réplicas y yo temía que me pasara algo y que mis hijos, que ya habían perdido a su madre, se queden sin su padre. Fue ahí cuando me di cuenta de que, aunque yo había sido formado para el rescate, debía buscar una alternativa para hacer lo que más me gustaba, pero sobre todo tener más tiempo para mis hijos”.

Tras ese episodio, Carlos renunció a la Marina y formó su propia empresa: Bomberos Navales, a través de la cual ayuda en situaciones de emergencia, estando a la vez cerca de sus hijos. La vida le dio la oportunidad de conocer a su segunda esposa, con quien agrandó el negocio y también la familia.

Ahora, Carlos tiene cuatro hijos y toda la familia apoya su labor. Mientras él participa en algún rescate, su esposa y sus hijos llevan alimentos y agua a los damnificados. Cuando la oficina de Bomberos Navales se cierra, la familia convierte el negocio en un centro de tareas y estudio. Aunque Ariana, Walter y Cindel, sus hijos mayores, temen porque el trabajo de su padre es peligroso, también se sienten muy orgullosos porque saben que aporta al bienestar del país.

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