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Hambre durante el encierro: el drama de las chicas trans del Centro de Lima [FOTOS]
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Sayuri, Génesis y algunas de las chicas que viven con ellas en Jirón Chancay. (Foto: Renzo Salazar/ GEC)
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Génesis recibió una llamada de su madre después de casi quince años. Las noticias sobre el coronavirus en Lima llegaron hasta Sullana, tierra donde creció y en la que todavía vive su familia. El reencuentro telefónico fue emotivo, pero breve. Génesis no le contó que el hambre la está golpeando a ella y a las chicas con las que convive en una cochera de la cuadra ocho de Jirón Chancay.
Tampoco le ha dicho que no sabe si el próximo mes podrá pagar el alquiler y que hace solo unos días, un policía la detuvo en la calle para pedirle su DNI y burlarse del nombre que ahí figura y que no la representa.
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Desde el lunes 16 de marzo pasan el mismo infierno las 150 mujeres trans que habitan las casonas de la avenida Nicolás de Piérola y de los jirones Dávalos, Washington, Chota y Peñaloza en el Centro Histórico. Desde el encierro, aguantan como pueden la emergencia sanitaria. Sin ingresos económicos ni la posibilidad de moverse de sus cuartos, viven de las pocas donaciones que llegan a sus manos. Más olvidadas que de costumbre y expuestas a ataques transfóbicos cada vez que salen en búsqueda de alimento, resisten la cuarentena organizando ollas comunes para poder llevarse algo de comida a la boca.
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La respuesta ante la falta de recursos ha sido la unidad. Así lo asegura Sayuri, quien junto a Génesis suelen cruzar hacia el Rímac para comprar insumos a precio justo en el mercado de Caquetá. Con el ajustado presupuesto que manejan, la prioridad es aumentar las raciones con fideos, arroz y menestras que el regidor Manuel Siccha compra para ellas.
Ambas administran con inteligencia los aportes, pero tampoco pueden hacer milagros. La carne es una bendición y si es pollo, se compra entero para aprovechar absolutamente todo. El aguadito es un clásico. El hígado frito se prepara cuando la generosidad de otros lo permiten y el pescado fresco, también.
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Los días en la cochera parecen eternos y aburridos. Las residentes de Jirón Chancay conversan entre ellas desde las puertas de sus cuartos. Al mediodía, algunas prestan atención al mensaje de Martín Vizcarra, otras siguen durmiendo. Vanessa prefiere almorzar sola por si hay algunas lágrimas que derramar. Le preocupa no tener qué comer, que le toque salir y que la insulten, como suele ocurrir.
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Desde la cocina, Génesis organiza un recojo de donaciones en Pueblo Libre. La acompaño y en el trayecto me cuenta que hace solo unos meses la deportaron de París. Afortunadamente, pudo entrar al Perú antes del cierre de fronteras: “Me quedé ocho meses, ahora allá hay 20 chicas trans que conocí que están enfermas de coronavirus”. Tuvo suerte.
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Organizadas contra la pandemia
En la Colmena de Nicolás de Piérola una de las obreras más aguerridas es Kiara, de Carrasquillo, Piura. Como Génesis, el COVID-19 la motiva a conversar todas las mañanas por teléfono con su mamá, de quien se separó cuando decidió venir a la capital a los once años. “Si no la llamo no está tranquila”, cuenta mientras se coloca sus sandalias para ir al mercado. En la otra cama del cuarto esperan recostadas Sharon y Allison de Loreto.
La mayoría de chicas trans del Centro provienen de diferentes regiones del Perú. Lejos de sus familias, solo se tienen a ellas mismas y dependen de sus fortalezas para sobrevivir.
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Kiara por ejemplo, es líder y esa virtud le permite organizar la preparación y entrega de almuerzos para cincuenta compañeras trans en situación de vulnerabilidad.
Junto con Scarlett (de Pucallpa) y Nani (de Moyobamba), administran el dinero que el regidor Manuel Siccha les entrega. Apenas se decretó la inamovilidad, el activista destinó la mitad de su sueldo correspondiente al mes de marzo a financiar los gastos de las chicas trans y ahora reúne los aportes de más personas a través de las redes sociales. Ellas confían en él.
Cuando la solidaridad triunfa, se compra al por mayor y también algunos víveres para las chicas trans de las otras casas del barrio. Todo lo adquirido se lleva a la habitación de Kiara, donde se ha improvisado una pequeña cocina que más parece una bomba de tiempo por los problemas que tiene con la conexión a gas.
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A un lado ordenan los insumos que están destinados a la olla común. Al otro, embolsan sopas instantáneas, leche, papel higiénico y enlatados para las chicas de Peñaloza, Chota y Washington.
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Manuel y una comitiva encabezada por Kiara y Scarlett (con sus respectivas mascarillas), reparten las pequeñas canastas puerta por puerta. En cada punto, graban videos para que las muchachas agradezcan a sus aportantes. Las chicas de Colmena intentan que todo este trajín sea rápido porque saben que arriesgan sus vidas al salir a entregar alimentos a sus vecinas. El COVID-19 ha logrado que las rivalidades que alguna vez existieron entre ellas se reduzcan al mínimo.
Mientras todo esto ocurre, Nani deshilacha pollo en una mesa que instalan en el pasadizo y que por las noches sirve para jugar ludo y recientemente, bingo.
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Ella es la encargada de preparar el almuerzo para sus amigas de Colmena y para las “hijas” de Camila Valentina de la casa Atenas. De niña dejó Soritor en el departamento de San Martín y recién a sus treintas logró nuevamente abrazarse con su madre, a quien el tiempo y la distancia le ablandaron el corazón. “Mi mamá no me había visto como mujer, vino llorando”, revela desde la intimidad de su habitación, en donde ha levantado un pequeño altar dedicado a la Virgen de Guadalupe. “Si te contara todo lo que he pasado, yo he sufrido mucho”, me dice y le creo.
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Mientras me enseña a su ‘Chato’ y su ‘Negra’ —que han tenido seis cachorros y la han convertido en abuela en plena emergencia sanitaria— insiste en conversar sobre el pasado. Dice haber sufrido violencia policial, del Serenazgo y que su propia sangre no ha querido darle empleo. Pese a todo, sigue confiando en sus habilidades porque tiene ganas de trabajar. “Yo quisiera abrir un negocio, soy buena vendiendo, quizás un restaurante porque he estudiado, aunque no terminé la carrera”, comenta.
Scarlett también planea ahorrar y abrir un emprendimiento al lado de su madre, que la reclama en Pucallpa cada vez que se comunican. Es la menor de ocho hermanos y aunque viene de una familia militarizada, cuenta con el respaldo de sus hermanos y ha sido la encargada de criar a sus sobrinos mayores. Pese a que le encantan los niños, todavía no piensa en hijos junto a su pareja, con quien tiene una relación hace más de catorce años. El coronavirus la asusta porque le hace pensar en la edad de su mamá y en lo mucho que la necesita. Por eso asegura que ya tuvo suficiente y viajará “Dios mediante” a reencontrarse con ella.
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Sharon, en cambio, no quiere volver a Iquitos. A diferencia de sus amigas, no espera la llamada de nadie y tampoco deja que esto la afecte. Prefiere Lima, la bulla y sus calles, a una familia que la juzga por ser lo que siempre soñó de ella misma. Y es que para algunos, ni la pandemia más peligrosa puede destruir los prejuicios, el odio y la discriminación
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Tenga en cuenta
- El regidor Manuel Siccha es uno de los encargados de esta cadena de ayuda. “Tengo un compromiso con la población LGBTIQ y en particular con las chicas trans, atendiendo a esa deuda histórica que tenemos con ellas como Estado. Son personas valientes, ellas que sufren discriminación día a día y siguen adelante. Quiero que mi ‘cuarto de hora’ en el 'poder’ esté invertido en luchar por ellas desde mi rol de autoridad, de aliado, desde la cocina, hasta lograr que su DNI refleje su identidad”, asegura.
- Los congresistas Alberto de Belaunde y Daniel Olivares enviaron una carta al presidente del Congreso para solicitarle que el proyecto de Ley de identidad de género sea exonerado del trámite en comisiones para que sea debatido en el Pleno. “La emergencia nos está mostrando distintos ángulos desde donde estamos fallando como sociedad. Las medidas restrictivas que nos pusieron evidenciaron la desprotección de la comunidad trans en su derecho a la identidad y la falta de libertad. Para cambiar su identidad deberían poder hacerlo con un trámite simple. Nada más”, sostuvo Olivares a Perú21.
- Este año Gahela Cari Contreras, mujer trans, feminista y migrante, intentó una curul en el Congreso. Aunque no logró ingresar, más de 20 mil personas confiaron en su propuesta.
- Además de víveres, las chicas trans del Centro de Lima también necesitan mascarillas y guantes para protegerse durante la emergencia sanitaria.
¿Cómo puedo ayudarlas?
BBVA: Cuenta 0011-0939-0200111511
CCI: 011-939-000200111511-68
PLIN Y LUKITA: 951 509 993
BCP: Cuenta: 19495665998018
CCI: 00219419566599801891
O comunicándote con el número 951 509 993.
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