Redacción PERÚ21

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Febrero es sinónimo de carnavales. En el interior del país es todo un acontecimiento que sus residentes han traído a la capital a la hora de migrar. Uno de los más concurridos es el carnaval de , una de las provincias de la región , que se celebra desde hace 25 años en un enorme complejo ubicado en el km 6 de la Carretera Central, en el distrito de Ate.

Cerca de las 4 de la tarde, el sol cae como un hachazo sobre las coloridas comparsas que esperan bebiendo cerveza su turno para acometer bulliciosas el centro del escenario. Los huaynos lo envuelven todo y parece poner en trance a danzantes y a los más de 4 mil espectadores que han pagado, cada uno, 15 soles para apreciar esta fiesta del color y poder rememorar, en la mayoría de los casos, sus tradiciones.

En el centro del campo, ocho árboles cargados de regalos y decorados con serpentina y enormes pañuelos de colores encendidos se elevan como torres hacia el cielo. Son las yunzas, que esperan su inminente caída al final de la fiesta a punta de hachazos. Para los nacidos en la sierra, no es un acto de barbarie como dicen los ambientalistas más radicales, sino pura tradición.

La celebración se ha iniciado, cada uno de los ocho distritos de Acobamba (Acobamba, Anta, Andabamba, Caja, Paucará, Rosario, Pomacocha y Marcas) están representados por un nutrido grupo de bailarines, entre hombres y mujeres, ataviados tal como si estuvieran en sus brillosos campos de cultivo o como si fueran a adorar al santo de su localidad. Todos quieren ganar el premio mayor de 10 mil soles. Por ello, Nada es dejado al azahar. Ni el maquillaje, ni los sombreros, ni la ropa, ni los hombres disfrazados de animales o demonios.

A mitad del carnaval, la música y las danzas ya han herido el corazón de muchos acobambinos, que lloran añorando la paz de sus prados, sus comidas y su clima. Por eso, en medio del frenesí, muchachas con polleras inundan el recinto con espuma blanca lanzada con spray. Así, por unos segundos, alucinan con la nieve cubriendo sus hombros. Sí, es una celebración para rendir culto al rey Momo, pero también para recordar. Aquí las familias vuelven a comer juntas después de mucho tiempo y se piden perdón entre tragos. Al caer el sol, diversas agrupaciones folclóricas y de música latinoamericana ponen a bailar a los asistentes. Pero, esa ya es otra a historia. Po eso, vale la pena volver.

Por Martín Sánchez Jorges (msanchez@peru21.com)

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