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Daina D’Achille: “Mi madre fue asesinada a pedradas por Sendero Luminoso”

La hija de la periodista asesinada por Sendero Luminoso, Bárbara D’Achille, reflexiona sobre lo que significa para ella contar su historia 34 años después de la muerte de su madre.

Imagen
Para no olvidar. Daina recuerda los últimos momentos con su mamá, antes de ser blanco de las huestes de Abimael Guzmán, quien cayó un día como hoy de 1992.
Fecha Actualización
Era mayo de 1989 cuando, en Huancavelica, la periodista Bárbara D’Achille encontró la muerte a pedradas a manos de una columna de Sendero Luminoso. Pionera del periodismo ambiental, había llegado al lugar para hacer un reportaje sobre el Proyecto Especial de Camélidos Sudamericanos. Treinta y cuatro años después, su hija, Daina D’Achille, hurga en sus recuerdos, pero también sostiene que un verdadero diálogo como sociedad es la única forma de poder cerrar heridas.
¿Por qué aceptaste la entrevista al cabo de tanto silencio?
He aceptado para que otras personas, ya sean periodistas, personalidades varias con poder, o cualquier peruana o peruano, no hablen por mí. Siento la necesidad de que mi experiencia sirva para algo productivo. Así también lo hubiera querido mi mamá. Mi objetivo es usar mi memoria como víctima, una víctima con privilegios, para algo positivo. Considero que debo hacer el esfuerzo por expresarme, para abrir espacios a los que puedan identificarse conmigo. Poder escucharnos y reflexionar. Persistir con una cultura de odio o de amnesia selectiva es darle más fuerza a que la violencia se repita.
¿Qué recuerdos tienes de tu mamá?
Cuando era niña, vivimos alrededor de 15 años en la selva de Iquitos, Pucallpa y Manaos. Muy rápidamente mi mamá le agarró el gusto a vivir ahí. En la selva aprendió a ser periodista ecóloga de forma autodidacta. La recuerdo claramente, sentada en su escritorio mirando a través de la ventana, delante de su máquina de escribir que, según ella, escribía más rápido que su mano con un lapicero. Bárbara, tan letona como peruana, me enseñó, junto con mi papá, a valorar y a respetar lo nuestro, nuestra gran pluriculturalidad, a todas las personas por igual, y todo lo que eso conlleva. Se me vienen a la mente recuerdos, chispazos, de mi niñez en Iquitos, acompañándola al mercado de Belén, o yendo a caballo en Pucallpa, porque ella era la encargada de la plantación donde trabajaba mi papá en Yarinacocha. Luego también recuerdo Manaos, a mi mamá dedicándose a varios oficios.
Vayamos al 31 de mayo de 1989, el día de la muerte de tu mamá. ¿Cómo se enteraron de lo ocurrido?
Su muerte, una semana antes de mi cumpleaños, nos agarró por sorpresa y fue un shock. Nos enteramos mediante una llamada telefónica. Ella y el ingeniero Esteban Bojórquez fueron asesinados por Sendero Luminoso cuando realizaban un viaje de investigación de paso por Huarmicocha, en Huancavelica. Mi madre fue asesinada a pedradas por no estar de acuerdo en escribir una nota sobre los subversivos.
¿Recuerdas los últimos momentos con tu mamá? Tú eras bastante joven, tenías 25 años.
El día que mi mamá viajó, me había despertado en la madrugada para despedirme de ella, que salía hacia la sierra. Aún estaba oscuro. Le dije adiós por la ventana de su habitación mientras atravesaba el portón hacia la calle.
Me imagino que es algo que nunca va a dejar de doler. ¿Cómo se procesa algo así?
Recién hace unos cinco años salí de algo parecido a un letargo. Antes sentía que así era pues: yo sola, pensado y pensando, sin casi hablar con nadie, porque las personas se ponían nerviosas. En realidad, no sabían qué decirme y al no haber vivido tan directamente el conflicto, no me entendían. Fui parte de Tejiendo Memorias, un espacio que compartimos por un tiempo con algunas personas que eran víctimas, otras habían pertenecido a Sendero Luminoso, al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, a la Policía Nacional o al Ejército. Ahí, entre gente con experiencias tan distintas, que podían escucharse y expresarse respetuosamente, me sentí acompañada, sentí que podía expresarme libremente. No nos juntábamos para hacer juicios, ni para perdonar. Intentábamos pensar en actividades que puedan colaborar con el proceso de sanación que tanto necesitamos como sociedad.
Dijiste que eras una víctima privilegiada, ¿por qué?
Porque el caso de mi mamá es emblemático. Y porque yo no estuve ahí cuando sucedió su asesinato. No sentí el terror que sintieron tantas personas que tuvieron que ser testigos de las muertes de tanta gente. Que tienen imágenes siempre presentes de las atrocidades cometidas con su papá, su mamá, su esposo o esposa, hermanas, hermanos, amigos, vecinos. Me cuesta comprender cómo pueden seguir adelante con esas imágenes tan horrorosas y tristes, a lo que luego se añade la impotencia de no poder, al menos, conseguir justicia, o en muchos otros casos, ni siquiera encontrar los cuerpos de sus seres queridos, para lograr conseguir un poquito de paz.