/getHTML/media/1229342
Nicolás Yerovi: "Celebramos la sobrevivencia"
/getHTML/media/1229339
Fernán Altuve: "¿Presentar candidato de 87 años se puede considerar estabilidad?"
/getHTML/media/1229338
Orgullo de ser peruano: ¿Qué nos hace sentirlo?
/getHTML/media/1229336
Nancy Arellano sobre Elecciones en Venezuela: "Esta no es una elección tradicional"
/getHTML/media/1229265
Zelmira Aguilar: "Alejandro Villanueva creó el estilo de juego de Alianza y Selección"
/getHTML/media/1229195
Cherman: "Quien me quiebra el lado patriótico fue Juan Acevedo con Paco Yunque"
/getHTML/media/1229190
Marco Poma CEO de Tkambio: "Perú está atrasado en materia de 'open banking'"
/getHTML/media/1229009
Javier Arévalo, escritor: "Sin bibliotecas, el hábito de leer no nace en los niños"
/getHTML/media/1228674
Mujeres Aymaras sorprenden con su arte en Desfile de Modas
PUBLICIDAD

El factor enojo y la estampida electoral

Imagen
Sebastián Piñera favorito para ganar las elecciones presidenciales del 19 de noviembre.
Fecha Actualización
Vaticinaron a Piñera como indiscutible ganador de las elecciones chilenas y con alta probabilidad de triunfar en la primera vuelta. No sucedió así. El Frente Amplio, un popurrí de izquierda, se hizo sorpresivamente con el 20% del voto sacándoselos no a la izquierda oficialista sino a la derecha de Piñera.
Las encuestadoras habían fallado nuevamente. El primer error es que ejercen de analistas políticos cuando no lo son. Su arte es otro. Segundo, la encuesta estadística se ha vuelto verdad inapelable; los errores o aciertos los cometen los interpretadores y no el número sagrado. La realidad es más crasa. Las encuestadoras trabajan en base a formularios estándar de preguntas, mayormente producidas para realidades políticas estables del primer mundo.
Cuando hay estabilidad pronostican bien. Pero en sociedades decepcionadas de su sistema político, enojadas y queriendo castigar a los culpables —como sucede en Chile, en México y otras partes—, las encuestas estándar se van a equivocar. Una sociedad acumula odio contra el sistema de partidos que causó su decepción. Paulatinamente, migra hacia “independientes” o “indecisos”. Allí, con diversos argumentos, macera emociones.
Muy cerca del acto electoral, una parte importante de esa olla de presión hace una estampida sorpresiva en favor de quien promete venganza y/o redención. Esa reacción no tiene nada que ver con el agua potable, el empleo, el salario o cosas materiales que tan minuciosamente busca la encuesta regular. Tiene que ver con certezas psicológicas y sobre todo con la recuperación de la fe. La emotividad en sociedades indignadas no va a actuar nunca igual que la racionalidad en sociedades estables. Esto lo entiende el populismo, sea de izquierda o de derecha. Y esa es su peligrosa astucia.