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Juan Mendoza Pérez: Una raya más al tigre: La planta de Huachipa

“La Contraloría ha tomado cartas en el asunto para determinar la magnitud, naturaleza y origen de los daños”.

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Economista

La planta de agua de Huachipa, inaugurada con bombos y platillos en el 2011, "se está cayendo a pedazos", según un informe del programa Cuarto poder. En teoría, la planta debería haber permanecido incólume durante décadas. Sin embargo, apenas después de cuatro años de terminada, la obra presenta graves daños que demandan inmediata reparación para prevenir su colapso, según funcionarios de Sedapal.

El consorcio Huachipa, conformado por las empresas Camargo Correa de Brasil y OTV de Francia, construyó la planta entre el 2008 y el 2011 a un costo de 820 millones de soles. El mismo consorcio estuvo a cargo de la operación y mantenimiento hasta el 30 de setiembre. La planta se publicitó como la más moderna de América del Sur, una proeza ingenieril que abastecería de agua a dos millones de limeños en ocho distritos de los conos Norte y Este de la ciudad.

Pero cuando la reciente administración de Sedapal tomó control de la planta, se llevó mayúscula sorpresa. La obra se desmorona. En la bocatoma los daños estructurales son evidentes: fierros oxidados, deterioro en los pilones de soporte, además de desprendimiento de bloques en los vertederos y muros laterales.

Como comparación, la planta de La Atarjea, construida hace 59 años por el presidente Odría, sigue abasteciendo de agua a la ciudad. ¿Cómo así éramos capaces los peruanos de construir plantas de agua que no se desmoronasen hace seis décadas?

Sedapal ya solicitó que el consorcio Huachipa se encargue de las reparaciones. Asimismo, la Contraloría ha tomado cartas en el asunto para determinar la magnitud, naturaleza y origen de los daños. La investigación iniciada debe ser profunda y asignar las responsabilidades del caso. Pero el fiasco de Huachipa es una nueva señal de la apremiante necesidad de reformar el sistema nacional de inversión pública. Obras como esta son evidencia de que el sistema es incapaz de separar la paja del trigo, que no funciona como filtro para asegurar que cada sol de inversión pública aumente el bienestar social. Proyectos como la planta de Huachipa deslegitiman nuestro Estado y desmoralizan al ciudadano. ¿Para qué pagar impuestos? ¿Para que terminen en megaproyectos que lo único que tienen de mega es su enorme ineficiencia? La paciencia ciudadana tiene un límite.

Nota: Mis opiniones en esta y anteriores columnas son a título personal, no como profesor de la Universidad del Pacífico. Agradecería cualquier comentario me lo dirijan exclusivamente a juanjmendozap@gmail.com.