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Miedo

“No sé qué se sentirá ir por la calle sabiendo sobre uno una infinidad de miradas lascivas, ir por la vida desconfiando de todo el mundo al extremo de no poder recibirle un vaso de agua a nadie”.

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Miedo. (USI)
Fecha Actualización
El miedo es un motor que, o bien paraliza o urge a salir disparado en cualquier dirección. Pero, ¿qué pasa cuando no hay hacia dónde correr, cuando –sin importar cuánto corras– no puedes escapar del peligro que has aprendido a sentir permanente e inminente? Hablamos de la inminencia de eso que no te atreves ni siquiera a imaginar. ¿Aprendes a vivir con él? ¿Te acostumbras y lo asimilas y haces como si nada?
Ese es el mundo de las mujeres en este, nuestro país: cualquiera puede ser un violador. El que te cobra el pasaje en el micro, el que viene con casco en la moto a toda velocidad, el heladero, el sacerdote, el profesor, el colega, el primo, el hermano, el padre, el vecino, el padrastro, el taxista, el vigilante, el mesero, el amigo, el que espera el micro en el paradero contigo, el tipo al que vas a censar a su casa, cualquiera. Todos y ninguno. Y lo peor es que, sabiéndolo, no tienes manera de reconocerlos, de adelantarte ni hacer nada.
Y si tienes la mala suerte de que ocurra lo inimaginable, la ley no hará justicia y la gente que debería estar de tu lado te mirará con sospecha y alguno, incluso, irá más allá y dirá que quizás te lo mereces.
No tengo idea de qué se sentirá no medir 1.83 metros y pesar 120 kilos y que la gente apenas se atreva a mirarte. No sé qué se sentirá ir por la calle sabiendo sobre uno una infinidad de miradas lascivas, ir por la vida desconfiando de todo el mundo al extremo de no poder recibirle un vaso de agua a nadie aunque te mueras de sed.
Desde allí, este es, sin lugar a dudas, un país de violadores.
PD. Latina otra vez. Mi solidaridad con el vecino. ¡Expropiación a los mercas!
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