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El odio se combate con educación

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(Foto: Andina)
Fecha Actualización
Encuestas publicadas en los últimos días en Perú21 dan cuenta de una lamentable realidad en nuestro país. Los discursos de odio hacia la comunidad LGTBIQ+ han ganado terreno en el Perú en los últimos años.
El retroceso es significativo y alarmante, pues en pleno siglo XXI el Perú debería ser ya una sociedad más moderna, inclusiva y democrática, con mayores derechos y espacios de libertad para estas comunidades.
Una sociedad constitucionalmente regida por el principio de igualdad ante la ley no puede ser, a la vez, una de exclusión por razones de orientación o identidad sexual. Y, sin embargo, uno de los informes expresa exactamente lo contrario: que los derechos de determinados ciudadanos se han recortado y que las narrativas discriminadoras van en aumento en el país.
Por lo que, en la semana del Orgullo, que culmina hoy con una marcha, no hay casi nada que celebrar, pero sí reclamar al Estado, a las autoridades, a los congresistas y al Gobierno, que pongan en agenda estas justas reivindicaciones, que, si no, seguiremos siendo una democracia a medias.
Otro frente –más importante aún– es el de la educación. Sin un giro radical en la enseñanza escolar, en los colegios, este tipo de moralina y conductas discriminatorias se seguirán perpetuando desde la infancia y la adolescencia.
De ahí que el llamado enfoque de género sea más necesario que nunca, por mucho que les disguste a los colectivos religiosos fundamentalistas o a las ideologías ultramontanas, que no son más que refugio de mentalidades cerradas, antidemocráticas, donde campea la hipocresía, el prejuicio, la ignorancia y las pseudociencias.
Recordemos el grotesco caso del pastor José Linares Cerón, denunciado por su propia hija, a quien violaba desde que tenía 8 años, llegando hasta a embarazarla dos veces, la primera cuando tenía 12 años. Y ese pastor era nada menos que uno de los líderes de ‘Con mis hijos no te metas’, una de las más notorias organizaciones enemigas de la reforma educativa emprendida hace unos años, que entre el Congreso y los últimos desastrosos ministros de Educación están empeñados en desmontar.
Y el desprecio por la calidad de la educación –que incluye el respeto por el diferente– atraviesa transversalmente, de izquierda a derecha, todo el espectro político local: lo vemos en el Congreso día a día. Una vergüenza.
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