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Derrame con lavamanos

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Fecha Actualización
El infausto derrame de petróleo de la refinería La Pampilla, de la empresa Repsol, que ha afectado 1 millón 739 mil metros cuadrados de playas y reservas naturales de fauna y flora en Ventanilla y Ancón en Lima, debe investigarse a fondo. La empresa intenta eximirse de culpa, pues señala que, ante los sucesos de Tonga, solicitó y recibió información específica de la Marina que le permitía continuar con la descarga de barriles. Eso, claramente, no la exime de la magnitud de su falta, sobre todo por haber indicado al principio que se trataba solo de un derrame menor de 0.16 barriles y porque, según la PCM, al parecer no tenía un plan de contingencia. Tiene que haber, por ello, una investigación profunda para determinar el reparto de responsabilidades.
En la cadena de responsabilidades, habría también una anterior, por fallas en el monitoreo de la erupción del volcán submarino. La Marina de Guerra ha dicho y lo ha sustentado con sus comunicados que, si bien no le pareció necesario emitir una alerta de tsunami, sí advirtió que se producirían oleajes anómalos. ¿A qué autoridades les correspondía entonces dar las señales al litoral peruano de este peligroso fenómeno? Es decir, de explicar lo que significaba ese frío concepto de “oleaje anómalo” y dar recomendaciones más precisas sobre el riesgo que existía en el mar.
Lo cierto es que, como nadie lo hizo, en Paracas, por ejemplo, se sufrieron graves consecuencias y en Lambayeque dos personas perdieron la vida a causa de la misma anomalía marina. ¿Quién responde ahora por las pérdidas de vidas humanas, los daños materiales y el derrame de petróleo que tanto lamentamos?
Esta tragedia ecológica debería servir a la vez como una oportunidad para afinar los protocolos a futuro, ante posibles desastres nacionales. Para empezar, es evidente que la Marina tiene un serio problema de comunicación, la empresa quizás debió reaccionar antes y realizar por sí misma las verificaciones correspondientes y, bueno, alguna institución tutelar debió ponerse las pilas, de inmediato, una vez conocidas las consecuencias de la erupción volcánica submarina en el océano Pacífico, por lo menos en cuanto a prevención se refiere.
No es posible que, tarde o temprano, la desidia y la dejadez terminen asomando siempre la nariz entre las causas de los desastres que se producen en el país. Las funciones y el reparto de responsabilidades tienen que estar más claras para que cosas así no vuelvan a ocurrir mañana o más tarde.