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De inteligentes a brutos

Cortar en seco lo digital no es fácil: los dispositivos sesudos son adictivos; solo tenerlos en el bolsillo produce cosquilleo.

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Es el camino de regreso que pueden hacer los celulares. Los inteligentes —cortesía de Jobs—, son aquellos sobre cuyas pantallas recorremos mundos y calles, preguntamos, encontramos pareja, desahogamos emociones —generalmente feas—, nos comunicamos con familiares y amigos, jugamos, y un interminable etcétera durante cada vez más horas.
Pero, ¿y si tiene sentido recuperar algo de nuestro tiempo, desoír algoritmos y orientar nuestra atención hacia un mundo lleno de paisajes y valores que no caben en ninguna pantalla, por más brillante que sea? Cortar en seco lo digital no es fácil: los dispositivos sesudos son adictivos; solo tenerlos en el bolsillo produce cosquilleo. Ni tampoco es práctico: las burocracias, públicas y privadas, requieren una presencia virtual activa. No proponemos el tecnopesimismo romántico.
Pero sí tiene todo el sentido del mundo preguntarnos: ¿qué necesito de mi celular, qué quiero que me dé y qué no quiero que me quite?, ¿qué tipo de aparato va con la respuesta? A cada quien la suya y su dieta personal, en el sentido de estrategia virtual razonable, ni castigo monástico ni instrumento de perfección. No existe talla única. ¡Vale desde un celular oligofrénico profundo que solo hace llamadas, hasta uno que roce los límites de la inteligencia normal y tenga algunas aplicaciones y buscadores!
Ya los chicos están, aunque aún por debajo del radar, comenzando a jugar con la idea: se dan cuenta de que su privacidad está en juego, que no estar siempre disponible es agradable, que el malestar psicológico tiene que ver con la polarización digital. Hasta se perfila una moda, la newtro: en Milán, una enorme cervecera presentó un elegante modelo de celular que recuerda los sapitos de antaño.
Fuera de broma, vale la pena plantearse y plantear —no con sermones, sino como tema de discusión— en clase, con grupos de ejecutivos, en asociaciones de padres, lo que significa ir de los aparatos demasiado inteligentes a los pasablemente tontos. Y hacer el experimento. Lo que vengo escuchando, de viejos y jóvenes, es que no se pierde tiempo, se gana.
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