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“¿Cuándo paramos?”

“Si algo nos enseñó la pandemia, es la precariedad de nuestro sistema de protección social. Lo paradójico es que, en lugar de fortalecerlo, no hemos parado de perforarlo y debilitarlo…”.

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El Perú nunca se ha caracterizado por contar con redes de seguridad social sólidas para asistir a la población en situaciones de vulnerabilidad. No obstante, en los últimos cuatro años se ha iniciado un sistemático proceso de destrucción de lo poco que teníamos.
En este espacio ya he abordado a detalle lo perjudiciales que han sido los retiros de fondos de AFP —que ahora van por su séptima edición— y todos los riesgos que suponen para el futuro de millones de peruanos. Y, mientras que la atención de políticos y prensa se centra en estas disposiciones de efectivo, mínima cobertura recibe el fundamental debate que debe producirse en torno a la reforma del sistema previsional.
Al gradual proceso de destrucción de nuestro sistema de pensiones se suma ahora el desmantelamiento de otro mecanismo de protección social: la compensación por tiempo de servicios (CTS), que esta semana volvió a recibir la atención del Legislativo con la aprobación de una nueva liberación del 100% de los fondos.
¿Qué es la CTS? Pues no es otra cosa que la versión peruana de lo que en países con sistema de protección social más sólidos se conoce como seguro de desempleo. Es decir, un mecanismo que brinda alivio económico ante situaciones de repentina pérdida de trabajo. En términos concretos, se trata de una remuneración mensual que se deposita al trabajador cada año en dos armadas (mayo y noviembre), y se acumula en una cuenta intangible de una institución financiera, a la que solo se puede acceder ante la pérdida de empleo.
Idealmente, la cuenta de CTS debería cubrir los gastos cotidianos de un trabajador entre que deja un empleo y se recoloca en otro. Así, para que el mecanismo funcione, el trabajador debería acumular como mínimo unos cuatro meses de aporte, que es un plazo razonable para que el afectado pueda transitar a un nuevo empleo.
Así, considerando que el sueldo promedio de un trabajador formal dependiente en Perú se sitúa en alrededor de S/2,600, las cuentas de CTS deberían tener un mínimo promedio de S/10,400. Y, aunque en ningún momento hemos alcanzado ese monto, en el pasado hemos estado bastante más cerca. De hecho, en 2019, la cuenta CTS de un trabajador peruano promedio tenía unos S/5,600. Hoy, el monto promedio es de solo S/1,900, es decir, menos de un tercio. Esto significa que hoy un trabajador no puede cubrir ni un mes de gastos con su CTS en caso de despido. ¿Cuál es la razón? Pues la seguidilla, por cuatro años consecutivos, de liberaciones de fondos de CTS aprobadas por el Congreso.
Por si fuera poco, esta semana el Pleno del Congreso repitió el plato. Tras esta nueva liberación, se estima que más de tres millones de trabajadores retiren un total de S/5,000 millones. Con ello, el saldo de CTS de un trabajador promedio se situará en poco más de S/800. Así, la CTS terminará siendo un supuesto seguro de desempleo que en la práctica cubre una semana de desempleo. Absurdo por donde se le vea.
Se puede entender que en los momentos más críticos de la pandemia se haya autorizado una medida como esta para atender a la naturaleza excepcional de la situación que se vivió. Pero, en el contexto actual, no hay otra explicación para una decisión así que la demagogia.
El colmo de la irresponsabilidad lo puso el presidente de la Comisión de Trabajo del Congreso, quien señaló que se debería plantear una liberación de CTS todos los años. ¿Qué sentido tiene contar con un sistema de ahorro compulsorio para el desempleo que puede ser utilizado ilimitadamente cuando el trabajador está empleado? Más honesto sería proponer la eliminación del mecanismo de CTS por completo.
Cabe señalar también que, contra lo que argumentan muchos legisladores, es falso que la liberación de CTS brinde alivio a los peruanos más vulnerables. La razón es simple: por definición, alguien que cuenta con fondos en su CTS es un empleado formal en planilla. Es decir, el subconjunto relativamente más protegido de nuestro mercado laboral. En cambio, los verdaderamente vulnerables —los trabajadores informales que viven del día a día— no recibirán ni un sol con esta medida.
Si algo nos enseñó la pandemia, es la precariedad de nuestro sistema de protección social. Lo paradójico es que, después de esa experiencia, en lugar de fortalecerlo, no hemos parado de perforarlo y debilitarlo cada día más. ¿Cuándo paramos?
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