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La protesta ciudadana

El valor de la plaza pública siempre ha estado en la fuerza de ser escenario para la expresión del pueblo.

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El valor de la plaza pública siempre ha estado en la fuerza de ser escenario para la expresión del pueblo. Aquí la plaza San Martín, punto de concentración. (Foto: Giancarlo Ávila / @photo.gec)
Fecha Actualización
Casco, abrigo, mascarilla, carteles y protección. Muchísimos, más que nunca, se alistan. Hierven las pistas, hierven las plazas y los parques, ocupan las calles. Se llenan, se llenan y revientan. Grupos, familias, parejas, viejos, jóvenes y hasta niños. Todos comparten una misma consigna: la defensa de la democracia y la lucha anticorrupción. Como dice Terco92 en su rap (hoy vuelto el himno de la protesta): “No ganaron, solo nos motivaron”.
El valor de la plaza pública siempre ha estado en la fuerza de ser escenario para la expresión del pueblo. Los gobiernos dictatoriales suelen limitar el derecho a la protesta pero también a la reunión y reprimen y limitan el uso de la calle. Saben del poder que tiene y por eso buscan controlarla.
Recuerdo que en la gestión del alcalde Luis Castañeda Lossio tomaron la decisión de apagar las luces de la plaza San Martín para hundir en la oscuridad a quienes protestaban en ese momento.
Hoy con perdigones y gases lacrimógenos pretenden acallar una masa que no va a descansar. La desobediencia más que nunca potenciada.
Sin embargo, la plaza pública –la calle– se ha transformado en este contexto de pandemia.
Ahora, el espacio público penetra incluso en el ámbito de lo privado. Las manifestaciones con carteles en las casas y con el cacerolazo rompen el umbral existente entre el espacio íntimo y el espacio colectivo.
La revolución digital, por supuesto, amplifica la capacidad de organización de los movimientos sociales y permite que los esfuerzos persistan contra ese objetivo común que hoy busca un retorno a la democracia.
Es así que las calles, las casas y la esfera del Internet son los potenciadores de la expresión ciudadana, de una voz que antes solo se legitimaba con líderes partidarios o con caudillos y que hoy, orgánicamente, se mantiene fuerte y resuena.
Porque, como dice Manuel Scorza en su poema Epístola a los poetas que vendrán:
El rumor de un pueblo que despierta
¡es más bello que el rocío!
El metal resplandeciente de su cólera
¡es más bello que la espuma!
Un Hombre Libre
¡es más puro que el diamante!
El poeta libertará al fuego
de su cárcel de ceniza.
El poeta encenderá la hoguera
donde se queme este mundo sombrío.