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La resolución de la Cuarta Sala Penal Superior Nacional de absolver a Vladimiro Montesinos, a los integrantes del Grupo Colina y a los exmandos militares Nicolás Hermoza Ríos y Julio Salazar Monroe, entre otros, como autores mediatos del asesinato del sindicalista Pedro Huilca, cierra –o comienza a cerrar, ya que la familia ha decidido apelar el fallo– otro episodio nefasto de los años de la guerra interna en el Perú.
Pedro Huilca fue un distinguido dirigente de la antigua Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) que se enfrentó a la dictadura fujimorista –acababa de constituirse al haberse disuelto el Congreso– tanto como a Sendero Luminoso, desde su surgimiento en la década de los 80.
La hueste de Abimael Guzmán lo tenía en la mira por su liderazgo obrero –el gremio de trabajadores de construcción civil jamás volvió a tener un dirigente de semejante calado– que estaba en las antípodas de lo que pregonaban los alzados en armas, pues como dirigente siempre se mostró abierto al diálogo con empresarios y políticos de entonces.
Para el terrorismo asesino, Huilca no era más que un “encallecido revisionista”, como se tildaba a los jefes del Partido Comunista Peruano (PCP), de orientación moscovita, en los documentos incautados en bases sediciosas. SL, como se recordará, era de filiación maoísta y consideraba al PCP como “enemigos de clase”, a los que había que barrer del sistema político del país.
Es decir, SL tenía sobrados motivos para atentar contra su vida, pues eliminar a quienes consideraba adversarios del partido era parte de su estrategia para conquistar el poder. Por otro lado, días antes de morir, Huilca se había presentado en el CADE planteando un acuerdo nacional para enfrentar los problemas de la democracia peruana.
Su asesinato fue reivindicado y celebrado con bombos y platillos por SL a través del Diario de Marka (“Duro golpe a la reacción” … “la ejecución del vendeobreros Huilca...”), cuando este medio ya había caído en manos del terrorismo, como se consignó también en el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
La familia está en su derecho de apelar la decisión de los jueces, ciertamente, pero todo indica que ya queda muy poca tela que cortar. La de Huilca fue otra gran pérdida que nos infligió el curso del terror en esos sangrientos años, que los demócratas no podemos permitir que retornen en ninguna de sus variantes.