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Sobre Amores Líquidos, de Carmen Ollé

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Fue con Noches de adrenalina (1981) que Carmen Ollé irrumpió con estruendo en la literatura peruana. Desde aquel potente poemario se insinuaban ya sus inquietudes narrativas que se forjaron en ¿Por qué hacen tanto ruido? (1992), Retrato de una mujer sin familia ante una copa (2007), por mencionar solo algunos de ellos, pues son varios los títulos donde la autora plantea como poética una exploración de los pensamientos. Estas elucubraciones se ramifican y sus personajes –muchos de ellos alter ego suyos– dialogan con sus narradores predilectos (Patricia Highsmith, especialmente) o cercanos (Pilar Dughi), pero también con poetas o pintores y las obras de cada uno de ellos.
En Amores líquidos asistimos a una nueva exploración mediante tres historias de atmósfera, es decir, la acción ocurre sobre todo en la mente de sus personajes: mujeres solitarias que afrontan situaciones que se funden (o confunden) con sueños. Leer a Ollé es conectarnos también con sus lecturas, un trance nada sencillo para un iniciado. En “Le malheur” –novela corta que abre el libro– Carmen (alter ego de la autora) se enfrenta a sus traumas, miedos y desesperanzas. Pero también salen a flote sus pulsiones sexuales, intensas y fugaces. La presencia de Pilar Dughi y José María Eguren abren un diálogo metaliterario dándole espesura a esta historia bien lograda y la mejor de las tres que forman parte del volumen. “Mis casos emblemáticos” es un relato sobre dos hermanos con problemas de identidad, ella de índole social, y él de orden sexual. La narración la realiza la directora de una ONG, cuyo supuesto informe profesional se torna un testimonio teñido de humor negro. “El chofer” –nouvelle que cierra el libro– presenta la extraña relación entre una profesora universitaria y un hombre que asiste a un anciano con cáncer. La historia tiene como eje la atracción de estas dos personas de mundos opuestos.
Amores líquidos es una travesía por el inconsciente de sus personajes que se dejan arrastrar por el deseo. Ya desde el epígrafe inicial de Zygmunt Bauman, se vislumbra la crítica a una sociedad donde los afectos son tan volátiles. Este libro es, en cierta forma, un cuestionamiento a cómo vivimos y sentimos al mundo y a quienes nos rodean.
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