Para calcular las horas, los minutos, los segundos de su vida, Jorge Arturo Mendoza Huertas demora poco menos de seis segundos. Esta mañana de verano, el campeón mundial de matemáticas ha llegado a un colegio de Piura, la ciudad donde nació, para continuar con la promoción de Soroban, el proyecto del que él es responsable en el Perú y que permite a niños, desde los cinco años, hacer cálculos mentales sin usar calculadora, como si se tratara de un juego: lo mismo que pasa en países asiáticos como Japón. "Descubrir la velocidad de tu cerebro es como descubrir que puedes dominar un vehículo", ha dicho con esa facilidad para formar metáforas alentadoras. Camisa a rayas, pantalón jean, zapatos marrones, Jorge Arturo Mendoza recorre los ambientes del principal colegio en la ciudad que ha incluido a Soroban en su currículo de estudios. Una hora al día.

Los escolares, enfundados en la típica camisa blanca y pantalón —o falda— gris, casaca azul con rayas amarillas, piden sacarse fotos con él: no siempre se tiene en frente a mentes como ésta, dice el director del colegio El Triunfo, su amigo. Dentro de unos minutos empezará la exposición donde el campeón de matemáticas hablará sobre las ventajas del ábaco japonés, como también se conoce a Soroban. Ahora, mientras tanto, se da tiempo para conversar con los escolares, hacerlos resolver sumas, restas y multiplicaciones que resultarían más fáciles desarrollarlas con lápiz y papel, tomarse más fotos.

Soroban o ábaco japonés, según estudios, permite desprenderse de mamá calculadora y papá Internet, mejora la capacidad de razonamiento lógico, el procesamiento ordenado de información, la atención visual. Son alrededor de diez mil personas que lo usan en el Perú y que forman parte del Proyecto de Cálculo Mental. El colegio pionero del proyecto en el país fue Saco Oliveros, esa cuna de donde han salido talentos como Ángela Leiva y Rosa Valiente —voleibolistas—, los hermanos Cori —ajedrecistas—, y el campeón mundial de matemática escolar, José García Sulca.

"Con el ábaco, las personas se vuelven más creativas, desarrollan sus habilidades mentales y se relajan. Es como un juego y no crea un rechazo a los números", dice Jorge Arturo Mendoza: "Podría, impedir incluso la aparición de enfermedades como el Alzheimer porque para utilizarlo se necesita coordinación con las fichas, de esta manera ejercitas tu mente de manera constante". En un país donde los escolares siguen viendo a las matemáticas como el amigo irritante de nunca jamás, donde los métodos de enseñanza se han quedado estancados, donde los libros de matemática empleados en los colegios suelen incluir errores notorios; ante todo eso, «esta materia debe enseñarse como un juego, de una forma divertida, de una forma que se disfrute; solo así se nos hará más cercana de lo que ya es, porque está presente en todas partes: hasta la respiramos», añade, sonrisa de por medio, y es como si dijera que somos números.
A ver. Hay una vía láctea y nueve planetas. La Tierra, donde vivimos, tiene una estrella, el Sol, y un satélite, la Luna. Hay ochentaiocho constelaciones, cinco continentes, 198 países, cinco mares, veintiocho placas tectónicas. Las ciudades crecieron al punto de volver infinitos los edificios y, para guardar el ornato, se organizaron en avenidas y calles. Las avenidas y calles están enumeradas. Hay números en el semáforo eléctrico que controla el tiempo para cruzar la pista o detenernos ante el paso de los vehículos. El tiempo se mide en números. La placa de un auto es un número. En el restaurante, uno ordena: "tres jugos", "dos sánguches", "un café". Cancelamos números —la cuenta— con billetes que tienen números. Las curiosidades del ser humano son más impresionantes si es que son números: El cuerpo de una persona de 70 kilogramos de peso está formado por un 7 seguido de 27 ceros, y cada uno de ellos posee mil millones de años de edad.

Todo está ordenado [en números]: los diez mandamientos para los católicos, el decálogo de los ecologistas, los artículos de la constitución política, las normas de convivencia de una empresa, el número de alumnos, los carnés, el Documento Nacional de Identidad, nuestra edad, la fecha y el día de nacimiento. Aparte del nombre de nuestros amigos, grabamos el número de su celular o de casa. Noé, según aquella leyenda bíblica, enumeró y seleccionó a los animales para salvarlos en su barca monumental. Doce fueron los discípulos. Catorce, los gobernantes del Imperio Incaico. Blancanieves fue amiga de siete enanos. Nos intrigamos cuando el lobo feroz quería comerse a los tres cerditos. Tres tristes tigres comieron en un solo plato. Dios puede ser un número.

Fue considerado como un Supercerebro por Natgeo
Fue considerado como un Supercerebro por Natgeo

DE ANÓNIMO A ESTRELLA

"Así que hay que cambiarle el chip a los maestros y alumnos. Es difícil pero no imposible. Los números son de todos; no es posible andar de enemigos con quienes nos vemos día a día", repite Jorge Arturo Mendoza, algunos pliegues bajo sus ojos achinados, respecto al método a seguir.
 
Hace unos meses regresó de Brasil, adonde fue invitado por National Geographic para un reality del que solo se ha referido como algo "impresionante y fuera de serie". En el país del Carnaval, durante las grabaciones, estuvo reunido con las veinte mentes brillantes de Latinoamérica —cubanos, mexicanos, colombianos, uruguayos—, que ahora conforman la asociación Cerebros de Latinoamérica, donde él es el único peruano. Treinta y ocho años antes, José Arturo Mendoza estudiaba educación inicial en el Centro Piloto N° 007, en Castilla, donde aprendió a sumar con los dedos. Luego pasó al Salesiano. Quería ser piloto o militar, así que postuló e ingresó a la escuela castrense Leoncio Prado, varios años después, donde cursó solo el tercer grado de secundaria. Regresó y la terminó en el Salesiano. Después de postular a la Escuela Militar de Chorrillos, supo que lo marcial no era lo suyo: ingresó a la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad Nacional de Piura. Sus padres fueron comerciantes. Tenían tiendas de calzado en el mercado de la ciudad. "No siempre la economía fue buena: había que lucharla y mucho", dice.

El campeón mundial de matemáticas fue taxista, cobrador de autobuses, chofer de moto lineal. Ahora, en cambio, viaja en avión a distintas partes del mundo —va a Alemania casi todos los años para alguna competencia, para hacer coordinaciones o para dar conferencias; ha visitado Turquía, París, Brasil, Miami, Magdeburgo, Estados Unidos—, maneja un celular táctil que puede sonar varias veces en una entrevista, una tablet. Vive en Lima, junto a su esposa y sus tres hijos, desde donde asesora a diversas instituciones educativas.Es amigo de genios alemanes, españoles, de físicos nucleares, de mentalistas, del director del Mental Calculation World Cup. Ha estado en el programa de don Francisco. Con sus cálculos ha dejado boquiabiertos a conductores de la televisión internacional. Dice que eso lo hace sentirse orgulloso. Dice también que le gustan los libros de historia, geografía, literatura; y que para llegar a ser campeón mundial podía empezar a practicar desde las cinco y media de la mañana, puntual, y parar a las siete. Luego, continuar de tres a seis de la tarde y, finalmente, desde las diez hasta la una de la madrugada. Maratónico. Para viajar a los países donde debía competir, solía pedir ayuda en los medios de comunicación. Acaso ahí se hizo conocido: ya venía de conseguir un récord Guiness un año atrás; ahora buscaba apoyo para viajar al Campeonato Mundial de matemáticas, en Alemania. Era 2006.

Guiessen, sede de la universidad Justus Liebig Universitat, casi 22 mil estudiantes, más de 74 mil habitantes, era la ciudad donde comenzaría todo. JorgeArturo Mendoza lograría vencer a veintiséis matemáticos y convertirse en el campeón mundial de matemáticas en la categoría de adición: "Así pasaste de ser un peruano desapercibido, como llegué yo, a un personaje al cual todos regresaron a mirar. Sorprendiste con un campeonato mundial, le ganaste a genios, te ganaste un sitial". Dos años después, en Leipzig, sería campeón del mundo en la categoría operaciones sorpresa con un perfecto de 200 puntos. Con todo eso, dice que aún tarda mucho en sumar. Esa es su impresión. " ¿Qué día es tu cumpleaños?", pregunta José Arturo Mendoza, antes de que se pierda entre el grupo de alumnos del salón donde, junto a dos niñas, expondrá su proyecto. Le digo el día y el año en que nací. La mirada se queda suspendida dos o tres segundos. "Naciste un sábado", dice después de hacer un cálculo mental. Mueve las manos. Cuando se le pide calcular el tiempo que lleva viviendo, la mirada se suspende hacia algún lugar del techo, pasan poco menos de seis segundos —solo seis— y solo entonces, dice, como si se tratara de un trabalenguas, que han pasado 367 mil 920 horas, 22 millones 705 mil 200 minutos, 42 años. Que nació un domingo, después de la misa.