Recetas bien guardadas, generaciones que heredaron quehaceres y tradiciones celosamente preservadas. Cosa de mujeres, en realidad. Las cocinas –o más bien reposterías– de Moquegua han sido siempre lugares de reunión, disfrute y trabajo.
Todo nació de una feliz oportunidad. Se trata mayormente de negocios familiares que se desarrollaron junto con la industria vinícola y un ingrediente común: el huevo.
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Los viticultores del fértil valle de Moquegua usaban las claras, allá por el siglo XVII, para clarificar el vino que producían, mientras que las yemas eran sabiamente destinadas a la confección de dulces.
Hoy día las afamadas dulcerías conservan valiosos recetarios, legado de antigua data y orgullo de muchas familias que preparan desde el célebre alfajor de penco, el incomparable manjar blanco moqueguano o los infaltables guargüeros, niditos de amor, voladores y mucho más.
Como se sabe, los Premios Summum se han consolidado como un referente en la industria gastronómica, premiando a los restaurantes que no solo destacan por la calidad de su comida, sino también por su creatividad y contribución a la cultura culinaria peruana.