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Joaquín Sabina y Jimena Coronado: La historia de amor de 20 años del cantautor español y su ‘Rosa de Lima'

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Fecha Actualización
Era setiembre de 1994 y el Perú acababa de despedirse de Julio Ramón Ribeyro. Jimena Coronado acudía a otra comisión más como reportera gráfica del diario El Comercio sin imaginar que ese día cambiaría la dirección de su vida. En uno de los pisos del Hotel Sheraton la esperaba Joaquín Sabina, listo para una sesión de fotos antes de ser entrevistado. Cuando se vieron, ambos supieron que tenían que conocerse.
“Yo estaba detrás de la cámara y estaba haciendo fotos para una revista. Lo saqué al balcón para hacerle unas fotos con Lima detrás y en ese momento aprovechó y me preguntó: ‘¿Y dónde vas a beber después?’. Le respondí: ‘Yo voy a un lugar llamado La Noche’. Y me dijo ‘¿Y a qué hora vas a ir’?”.
Jimena confirmó que estaría a las diez de la noche en el bar y a las diez llegó. Joaquín, en cambio, hizo su entrada triunfal pasada la una de la mañana, cuando ella ya estaba con varias copas encima. “Pasé por delante de su mesa para que me viera y me llamó ‘Jimena’. Se acordó de mi nombre y me senté”, reveló la fotógrafa en la única entrevista donde se le escucha hablar sobre su romance con el famoso compositor español.
Aquella noche fue una de las tantas que pasaron juntos. En palabras de Sabina, por ese tiempo él era un “joven cantautor que iba redescubriendo América” y jamás pensó toparse en el Perú con la mujer con la que se casaría.
Como en toda buena historia de amor, la distancia tuvo un papel importante. Joaquín regresó a Madrid y las cartas comenzaron a ser el principal medio de comunicación de la pareja. Hasta que pasó lo inevitable: Jimena se enamoró en Lima y Joaquín también lo hizo, pero en su ciudad natal.
“Ella se echó novio y yo novia, yo siempre que llegaba al Perú, llegaba feliz diciendo: ‘va a estar la Jime’. Pero ella me dijo: ‘tengo novio’. Y me jodió”, contó Sabina, quien por aquel entonces se las ingenió para encontrase con ella fugazmente como amantes en México y Cuba.
No fue hasta 1999, después de meses encerrado escribiendo el exitoso álbum de desamor ’19 días y 500 noches', que, intentado salir de un hoyo de depresión, Joaquín volvió a abrir su buzón de cartas y encontró un mensaje que le cambió la vida: “Ya no tengo novio”.
“¡Y a mí me acababa de dejar mi novia!, la llamé inmediatamente: ‘Rubia, nos vamos a Venecia’. Ella me dijo: ‘No, nos vamos a Garibaldi’. Es la plaza de los mariachis en México y ahí nos fuimos”.
Convencerla para iniciar un noviazgo y que se vaya a vivir con él a España no fue fácil. Jimena trabajaba en una librería y regresó a Perú. Ahí es cuando Joaquín —que odia hablar por teléfono— aplicó el popular “el que la sigue la consigue”. “La llamé dos meses seguidos”, confesó.
LA ROSA QUE LO RESCATÓ
Si Joaquín Sabina “sacó del arroyo” a Jimena —como se jacta orgulloso—, ella lo alejó de todos sus vicios y lo rescató de la muerte. Solo un año y medio después de mudarse juntos a Madrid, el cantante sufrió infarto cerebral que detuvo su carrera durante varios meses. Jimena fue clave para su recuperación y “le salvó la vida” (como repite en varias entrevistas).
Desde entonces, ella es quien durante las giras se encarga de pedir a los distintos hoteles que se quiten todas las bebidas alcohólicas del frigobar, elige personalmente la comida de los viajes, y no se despega de su agenda personal.
“Me venía muy bien tener al lado a alguien que no se preocupara, que no se quejara, que me protegiera de la gente que me quería ver. (…) Eso le ha costado caro, porque hay mucha gente que cree que me han hecho un cerco alrededor. Pues no, me lo he hecho yo”, reveló en una oportunidad.
El 2019, el cantante y la fotógrafa anunciaron que, dos décadas , una canción para ella y mil historias después, se casarían. “Yo tengo 70 años, el día que la Jime cumplió 50 doblé la cerviz y en verso…”, confesó, a petición de su gran amigo Joan Manuel Serrat.

"Jimena no deshoja las margaritas
por miedo a que le digan que sí,
cuando se le atragantan mis nochecitas
le canta las mañanitas
el rey David.
Los dioses que me quitan los pies del suelo
planchan su camisita y su canesú,
su nikon, su abanico de terciopelo,
su bolsa de caramelos,
y su rithm and blues”.
(Rosa de Lima, Joaquín Sabina)