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Édgar Vivar: "El señor Barriga ha pecado de ser demasiado tolerante"

Ahora es parte del Circo de la Chola Chabuca, con su espectáculo Oz, que va hasta este lunes 26 de agosto en Plaza Norte. 

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ÉDGAR VIVAR
Édgar Vivar estará en el Circo de la Chola Chabuca hasta este 26 de agosto. (Foto: Javier Zapata)
Fecha Actualización

Édgar Vivar decidió cambiar la medicina por la actuación. Ha visitado nuestro país unas 20 veces y se considera un peruano más. Recuerda cómo era el Centro de Lima, cuando el hotel Crillón era uno de los mejores; cuenta que la carapulcra es uno de sus platos favoritos; dice que solo le falta conocer Cajamarca, y también padece el tráfico limeño. Asegura que su fama en toda Latinoamérica lo ha acercado con la gente y el cariño del público es el mejor reconocimiento. Ahora es parte del Circo de la Chola Chabuca, con su espectáculo Oz, que va hasta este lunes 26 de agosto en Plaza Norte. Sostiene que es la última vez que vendrá para participar en este tipo de shows. Las entradas están a la venta en Teleticket.

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Édgar Vivar se considera un peruano más. (Foto: Javier Zapata)
Édgar Vivar se considera un peruano más. (Foto: Javier Zapata)

 

¿Está entre sus planes volver al Perú para trabajar?

Espero trabajar, pero ya no en el circo. Yo no podría dejar de trabajar mientras Dios me dé licencia de tener la capacidad intelectual. Mis discapacidades físicas están un poco mermadas, pero trato de mantener íntegra mi capacidad intelectual.

 

¿Grabará una película?

Sí, tengo dos guiones que estoy leyendo y probablemente acepte uno. El proceso para que yo acepte hacer una película implica que la lea varias veces. La primera impresión cuenta, la segunda es un poquito más aterrizada y en la tercera también ve uno las posibilidades, y habrá que concatenar todavía tiempos, dinero, etcétera. Pero sí, el cine ahora me está ocupando más. Es otro ritmo y es otra dinámica.

 

¿Cómo se siente ser un ícono de la televisión latinoamericana?

Ícono es una palabra muy fuerte, muy pesada. Yo considero que no soy un ícono, pero lo veo como responsabilidad, en el sentido de lo que representa mi trabajo en el inconsciente o consciente de mucha gente, y me hace sentir orgulloso, pero mayormente comprometido en merecer el título.

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vivar

 

Ha alegrado la vida de muchas generaciones de niños.

Es una responsabilidad y me da un orgullo, porque yo soy de la idea de que no solamente como actor, creo que cualquier ser humano debe inspirar a los demás, inspirar cosas buenas a través de su vida. Eso es lo que yo he tratado de hacer.

 

¿Cuál es su recuerdo más bonito de “El Chavo del 8”?

La amistad con mis compañeros, el haber viajado a tantos países y llegar a lugares a los que nunca me imaginé que iba a llegar, tener tantos amigos y tener hasta hoy una permanencia en la televisión. Adonde quiera que llego tengo amigos que no me han sido presentados.  

 

Cuando acabó el programa, ¿sintió alivio o tristeza?

Más bien sentí un poco de frustración, porque no hubo una noticia previa de que se acababa el programa; terminó abruptamente. Yo me enteré por los diarios y le pregunté a Roberto (Gómez Bolaños), y me dijo: “Sí, se acabó el programa”. Me dijo las razones y añadió una que fue la mejor explicación: “Además, llevamos 25 años sin vacaciones”. Le dije: “Tienes razón, vamos a tomar vacaciones”. Me sentí frustrado en el sentido de que era algo inesperado para mí. No puedo hablar por mis compañeros, pero imagino que ellos también sintieron eso.

 

¿Usted cambió cuando empezó a ser famoso?

Soy humano y mentiría si no dijese que me envaneció un poco el hecho de volverme popular. Entonces, empiezas a despegarte un poco del piso. Y sí, tenía actitudes intolerantes. Lo peor que te puede pasar es mirarte a través de los ojos de los demás y, cuando todo el mundo te está reconociendo, es muy fácil que tu ego se dispare. En mi caso así fue, pero también soy consciente de que fue poco tiempo porque afortunadamente tengo un círculo de amigos y una familia que me aterrizaron.

 

¿Cómo nació Ñoño?

Roberto Gómez Bolaños buscó siempre reinventarse. El programa era muy famoso y tenía mucha aceptación, pero estaba circunscrito a la vecindad. Quiso sacar al Chavo de la vecindad y trasladó la acción a la escuelita. Evidentemente, necesitaban nuevos personajes. Convocó a un casting y yo le pedí hacer ese casting, busqué la peluquita y le gustó, y me quedé. Yo también hice el traje.

 

¿Édgar Vivar es tan compasivo como el señor Barriga?

Yo creo que no tanto (risas). Es decir, el señor Barriga ha pecado de ser demasiado tolerante. A veces yo no soy tanto. No creo que haya ningún casero que dispense catorce meses de renta.

 

¿Con usted aplica el dicho de “nadie es profeta en su tierra”?

Depende de cómo lo veas. Por ejemplo, en la Ciudad de México la gente me respeta, es más fría como en todas las ciudades cosmopolitas; hay gente que se me acerca, me pide fotografías en la calle, quizás no son tan efusivas. Pero, cuando vamos a provincia a filmar, ahí permanece mi trabajo en el gusto popular.

 

Mencionaba hace unos días que por respeto al público ha dejado de hacer sus personajes más conocidos.

Me sentí bien. Una de las cosas que más trabajo nos cuesta a los seres humanos es el desapego. Después de estar haciendo personajes durante tantos años, practicar el desapego es decir “no puedo seguir haciéndolos por respecto al público, por respeto al personaje y por respeto a mí”. Aunque cuando empecé a hacer Ñoño tenía 38 años, pretender ser un niño de 8 años es una interpretación, pero tiene ciertos límites. A mi edad, que son 75 años, seguir pretendiendo hacer un niño de 8 años, pues no. Aquí en Perú, precisamente, inicié la gira de despedida de ese personaje. Tiene que haber cierta congruencia, cierta lucidez, y saber cuándo no puedes, o no debes, o ya no tienes que hacerlo.

 

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