Evaluar los resultados económicos siempre puede llevarnos a ver el vaso medio lleno o medio vacío; sin embargo y más allá de ello, veamos algunos números.
En primer lugar, la economía peruana debe cerrar el año con un crecimiento que fluctuará entre 3.6% y 3.8%. Si lo comparamos con el resto de la región, estamos por encima de la mayoría de los países; en cambio, si lo hacemos con lo que pudo ocurrir, estamos lejos del crecimiento potencial.
En segundo lugar, se mantiene la estabilidad monetaria como una de las principales fortalezas, dado que la inflación se encuentra dentro del rango meta del Banco Central (entre 1% y 3%). En tercer lugar, existe una tendencia hacia la reducción del déficit fiscal. En cuarto lugar, tenemos un alto nivel de reservas que permite evitar los aumentos bruscos en el tipo de cambio y aumentó menos que en la mayoría de las economías emergentes.
En quinto lugar, la deuda pública, como porcentaje del PBI, alcanza 23% aproximadamente, cifra que nos ubica entre las más bajas de la región. En sexto, las exportaciones aumentaron. Hasta aquí todo suena bien; pero son los grandes números.
Sin embargo, 2018 se caracterizó por la ausencia de reformas estructurales que permitan que esas buenas cifras se reflejen en el bienestar de todos los ciudadanos, que en última instancia son la razón de ser de cualquier estrategia económica.
Pueden darse varias lecturas de esta falencia; por un lado, la renuncia de PPK y su reemplazo por Martín Vizcarra y lo que, como consecuencia, implica un nuevo gobierno; por otro, el destape de la corrupción en el Poder Judicial. Ambos hechos fueron un choque negativo, en especial sobre la confianza, y ello incidió en la demora del destrabe de megaproyectos y en la falta de nuevos proyectos de infraestructura.
El otro factor determinante fue el entorno económico externo. Los aumentos en la tasa de interés de la reserva federal y el comportamiento errático con tendencia a la baja de los precios de las materias primas incidieron de manera negativa. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, más las crisis de Argentina y Turquía determinaron una desaceleración de la economía mundial, visible en la segunda parte del año, que no favoreció al Perú.
Viendo las cosas así, queda a criterio de cada uno considerar 2018 como bueno o malo; se pudo hacer mucho más, pero la dinámica de los eventos políticos condicionaron un sesgo hacia ese tema. Desde mi punto de vista, ello costó dejar de lado los esfuerzos que pudieron hacerse en el campo económico y social. Fue un año en el que la política predominó sobre la economía.