Para hablar de hay que poner salsa. Y de la dura. Una vez que sucede ya no cuesta imaginar tanto su voz carrasposa, aguardientosa, tallada con decenas de vasos de alcohol. Carlos Flores, el hijo pródigo del Callao, que no nació con dinero pero sí con un talento en los pies capaz de poner a bailar a los rivales y encender un estadio repleto ha partido a los 44 años.

El fin de una vida llena de excesos o el fin de una eterna parranda.

Carlos Flores Murillo nació el 4 de agosto del 74 en el Callao. Su idilio con el Sport Boys no pudo ser entonces de otra manera. Gambeteador, encarador, pendenciero y pícaro, su talento llamó la atención del Cantolao, donde hizo menores. También lo hizo del Metz de Francia pero Carlos, que ya era Kukín, no se acostumbró al orden europeo. Es así que llegó al Boys, su lugar en el mundo, donde debutó a los 16 años.

Aún no tenía libreta electoral y ya encandilaba a medio Perú. Tenia todo: pase largo, pase corto, tiro libre, de esquina, de penal. Ya Kukín en 1991 era un crack, tanto así que se rumorea que fue el mismo Pablo Escobar quien lo pidió para el Atlético Nacional de Higuita, Asprilla y Escobar luego de verlo marcar un gol en Copa Libertadores. “Me hice un partidazo”, dijo Carlos alguna vez para explicar por qué el capo de la droga lo quiso llevar. Finalmente el Boys no lo dejó. Cómo dejar a ese diamante en bruto que prometía llevar a Perú de vuelta a un mundial.

La gambeta de Kukín duró 4 años en el club. Ya en 1995 pasaría a Universitario en su primera experiencia en el club crema. Sus buenos goles no bastaron en un año difícil para el conjunto, que lo dejó ir hacia el San Agustín.

Allí Kukín duraría poco. Una oferta de Arabia lo sacó del Perú por dos años. Pero el volante nunca dejaría el barrio. En medio del desierto se las ingenió para fermentar cerveza  y así conseguir la dosis de alcohol que su cuerpo necesitaba. Kukín, ya no solo era conocido por sus regates endiablados, también lo era por su cariño a la noche y sus placeres, entre ellos, la bebida. 

Y la cocaína.

El 'si tu quisieras, Kukín' ya comenzaba a sonar. Mientras el país se desesperaba porque la promesa no pasaba a ser realidad, una adicción lo empezaba a consumir. Años más tarde reconocería que la cocaína lo acompañó durante toda su época de jugador. Y no solo eso, se vanagloriaba de tener una fórmula secreta para nunca dar positivo en el doping. "No quiero revelarlo porque sería un mal ejemplo", dijo, como si su vida ya no lo fuese. 

El jugador pícaro del Callao ya no solo era eso. Kukín marcaba un desequilibrio en el campo de fútbol. Lo malo era cuando, justamente, ese desequilibrio se apoderaba de su vida entera.

Un nuevo regreso al Boys en el 98 serviría para llamar la atención del exterior. Esta vez el Aris Salónica de Grecia lo albergó por dos años intensos, quizás el mayor pico de su carrera. Fue allí que Juan Carlos Oblitas, entonces DT de la blanquirroja, lo llamaría para un amistoso contra Holanda. La foto de Kukín dejando atrás a la estrella Edgar Davis es quizás una postal que el volante no olvidaría nunca. Perú perdió por 2-0 y Kukín, que nunca dejó de correr, tuvo dos para anotar.

Kukín frente a Holanda en 1998. (Archivo)
Kukín frente a Holanda en 1998. (Archivo)

Un periplo por clubes peruanos se alternaría con traspasos fugaces a Brasil, Argentina y Colombia.  Lo suficiente para ser convocado nuevamente a la selección, aunque su mala vida pesó lo suficiente para no ser llamado con regularidad. 

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El técnico argentino Ángel Cappa dedicó en su libro "Y el fútbol dónde está?" una líneas al chalaco de tez morena. "Cada vez que el 10 del Aurich agarraba la pelota, el fútbol se vestía de gala", dijo sobre el último diez, dándole, quizás, el mejor halago de su vida.

Su carrera acabaría en el 2012 en un modesto club de Moquegua. En total, Kukín regresó al Boys en ocho ocasiones, acaso la muestra más grande del amor por el eterno retorno a la rosada.

Han pasado casi tres décadas del debut de aquel chico rebelde en 1991 y seguimos buscando un culpable. Quien sabe si no fue él, quién sabe si fuimos nosotros, su país. 

Acabo su carrera pero no los escándalos. En 2013 caería del cuarto piso de su casa al olvidarse las llaves. Estaba borracho, por si alguien lo dudaba. Un año después las cámaras de un programa de espectáculos lo grabarían tirado en una pista, casi desnudo.

En una entrevista brindada hace ya varios años atrás Kukín recuerda su exagerada vida y reconoce solo algunos de sus errores. Sentado, en su Callao, también mira con nostalgia a las caras de Atahualpa, aquel barrio que honra a leyendas urbanas con dibujos de sus rostros. “Es solo para finados”, recalca con su voz de callejón, prometiéndose alguna vez estar ahí.

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Ni Kukín imaginó que el final estaba tan cerca. El último domingo, a las 2 de la madrugada perdió la vida de un infarto. Había llegado a su casa de una fiesta y llevaba puesto apenas un short de fútbol. No podía ser de otra forma.

Ahora ya podrá ser pintado en Atahualpa, como él siempre quiso.

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