La Panamericana a un lado y la Javier Prado por el otro. Los autos van y vienen, mientras un viento frío recuerda que aún es invierno. Pero él está ahí, con camiseta y short, levanta el polvo de la arcilla y empieza a entrenar.

Fabrizio Pedreschi acaba de salir de clases y solo quiere saltar a la cancha. Un hombrecito de tan solo un metro cincuenta, o tal vez un poquito más, pero que se vuelve gigante en cuanto agarra su raqueta y entra al campo.

Sumergido en lo que le apasiona, Fabrizio recorre la franja blanca que delimita su territorio. Va y viene, salta, se agita, grita, pica, baja las revoluciones, cambio de ritmo; mientras a lo lejos, su entrenador llega con los implementos para el entrenamiento.

Este parecería la rutina de un tenista cualquiera si no fuera por dos ligeros detalles: Fabrizio representará a Perú en tan solo dos meses. El tiempo corre y no hay marcha atrás. Y segundo, Fabrizio presenta trisomía 21. Al cristiano: .

Pero esto no ha sido nunca un obstáculo para alcanzar sus sueños. La batalla empezó con tan solo días de nacido. Su familia tiró los libros por la ventana, atrás quedó la teoría. Caminante no hay camino, se hace el camino al andar.

Y así Fabrizio empezó con las terapias para ganar motricidad, en casa era uno más de la familia. Ni privilegios ,ni mimos más que los que cualquier madre propina a sus hijos eventualmente.

“Como yo vea a mi hijo, así lo van a ver todos”, es la máxima que reza su madre Nora, que lo observa entrenar fielmente desde el primer día en el que Fabrizio emprendió esta aventura.

Desde pequeños, él y su hermana Brenda incursionaron en el deporte. Iniciaron por la natación; luego, Fabrizio pasó por el fútbol, pero buscaba algo más personal. Su papá Jorge Luis practicaba tenis en el Jockey Club y esto despertó el interés en nuestro joven personaje.

A los 12 años, Fabrizio deja las piscinas y los balones de fútbol para agarrar una raqueta y raspar la arcilla. Al inicio no fue fácil,lo bueno cuesta paciencia y esfuerzo, dos palabras que calzan perfectamente con él.

(Renzo Salazar)
(Renzo Salazar)

“¿Cuándo voy a competir mamá? Yo quiero representar a mi país”, le repetía una y otra vez a Nora. Fabrizio estaba inquieto, quería que su momento llegue. Se siente preparado, está listo, su mirada lo delata.

Pero no todo es tenis, me comenta. Tiene un gusto especial por la música y todo lo que tenga que ver con el arte en general. Le gusta tocar la guitarra, escribe sus canciones y da rienda suelta a su voz cuando llega a casa. Espera aplicar a una vacante en una universidad que le permita ampliar sus conocimientos, pero un paso a la vez, primero hay que terminar la escuela.

Arte, música, educación física son “papayita”, me dice mientras ríe. Pero su rostro se vuelve más serio cuando le hablo de física, química y matemáticas. Hay que meterle punche, le digo, recordándome por qué estudié letras- solo tres meses y se acaba la escuela.

Y ni hablemos de las chicas. Fabrizio prefiere llevarme unos metros más allá de su madre, donde ella no lo pueda escuchar. “Las chicas solo cuando viajo solo”, me revela, volviéndome cómplice de su secreto.

Llegó una invitación de la Federación para un campeonato de Tenis de Olimpiadas especiales. Cinco rivales y solo clasifican los tres mejores. Obviamente, Fabrizio se hizo un puesto en el equipo.

En noviembre viaja a Santo Domingo, República Dominicana. Son la primera delegación peruana que participará en el Torneo Global de de Tenis de Olimpiadas Especiales, en un año en el que se cumple medio siglo desde la inserción de este deporte a la competencia internacional.

También será la primera vez que viaje sin su familia. Pero él lo prefiere así, se siente más seguro en el campo cuando no siente la presión de que alguien conocido lo ve. Pega con más fuerza, responde con más rapidez, no da por perdida ninguna bola.

Ahora Fabrizio está a semanas del reto de su vida. Solo es él y su raqueta, el público es lo de menos, quiere ganar y dejar en alto a su nación, demostrar que no existe obstáculo alguno para alcanzar nuestros sueños, que no importa el qué dirán ni cuántas veces caigas, que al final solo importa lo que uno se lleva al llegar a la cama, cuando ya con la cabeza fría reflexiona, y Fabrizio es una cachetada para todos los que nos quejamos porque no se nos da, porque no llega el momento.

Paciencia y esfuerzo.

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