Cuando el 'Clásico' era una fiesta. (Andrés Lino / GEC)
Cuando el 'Clásico' era una fiesta. (Andrés Lino / GEC)

Qué nostalgia recordar los domingos soleados caminando hacia el estadio. Sea el que sea, el Monumental de Ate o el Alejandro Villanueva de Matute. Ver en el trayecto los puestos humeantes de anticuchos o chaufa, sentir el olor irresistible y parar un rato a comer antes del partido. Encontrarse a los hinchas del otro bando y vitorear por tu equipo en un ritual casi primitivo pero excitante a la vez. Qué nostalgia cuando la gente de y de podían coincidir en un mismo recinto deportivo en el ‘Clásico’ del fútbol peruano.

No existía nada parecido a saltar durante los 90 minutos cantando a todo pulmón las canciones de tu equipo. Alzar la voz lo más fuerte posible hasta raspar la garganta para que la hinchada del frente sintiera tu presencia. Agitar las manos y sacarte el polo si era necesario. Demostrar que tu aliento era el más fiel.

Por qué no provocar de vez en cuando al oponente para que el “duelo” de barras se volviera más picante. Y qué rabia daba ver a toda esa masa del frente moverse con locura cuando le anotaban un gol a tu cuadro. Pero, en esos momentos, tú gritabas desenfrenadamente y saltabas como un coloso para retumbar el piso.

A veces debías soportar que te caiga agua desde arriba si había palcos en el estadio, como en el Nacional o en el Monumental. Sabías que eso te incentivaba a seguir sudando por tus jugadores, para que le transmitieras el apoyo y dejaran todo en el campo, así como tú en las gradas.

Qué nostalgia, también, recordar los bombos, platillos y trompetas. Escuchar la música “futbolera” y bailar en la tribuna a su ritmo. Voltear la mirada hacia atrás para saber qué canción continuaba e ir al compás con cada letra.

Era hermoso observar el pasto verde recibiendo los miles de papeles que caían desde las cuatro tribunas. Los globos y las cintas terminaban por decorar el marco. Los futbolistas tenían que ayudar un poco a limpiar para que rodara el balón en el ‘Clásico’. Tenías que estar atento para armar los mosaicos gigantes o para levantar la banderola y mecerla de un lado al otro.

Qué nostalgia, sobre todo, gritar un gol. Un luchado y agonizante gol. O un bello y ostentoso gol. Rugir de euforia y correr hacia abajo, con algo de vértigo por la masa que se avecinaba y con desesperación por llegar lo más cerca posible con el que lo anotó. Trepar la reja y agitar tu insignia, con el corazón que latía incansablemente. Era la felicidad absoluta.

SIEMPRE HEMOS SIDO NOSOTROS

Lo que no provoca nostalgia es el miedo que daba regresar a casa. Y peor aún si volvías a Lima Este, Norte, Sur o al centro de la ciudad. El temor a la hinchada rival, así haya perdido o no y que quería cobrar venganza o celebrar el triunfo, era real e insoportable.

Esta semana se cumplieron ocho años de la muerte de Walter Oyarce, que fue lanzado desde un palco del Monumental. Esta tragedia solo fue un pilar —de varios— en el camino que nos condujo hacia esta realidad. Por aquella época la sanción fue dura, pero continuaron jugándose ‘Clásicos’ con ambas hinchadas.

A pesar de la benevolencia de las autoridades, todos nosotros persistimos en nuestra mala conducta. Una mujer murió al ser empujada de un bus, un hombre recibió un bala perdida letal, y algunas barras continuaron faltando a los códigos. Las peleas aterraban a los vecinos que pedían paz. Los asaltos empañaban el espectáculo deportivo.

Y ahora, con una regla vigente, seguimos insistiendo en darle la contra a la seguridad. Hay quienes —tal vez por ego o estupidez— asisten al estadio ajeno con el pleno conocimiento de que está prohibido. Pero, claro, aun así pedimos que regrese la fiesta. ¿Con qué derecho?

Qué nostalgia recordar los ‘Clásicos’ con dos hinchadas y qué nostalgia vivir en una sociedad con respeto por la vida, la paz, y la seguridad. Que la fiesta regrese cuando hayamos aprendido.