Un soldado chileno hace guardia frente a los prisioneros, en el estadio Nacional de Chile tras el golpe de Estado de Pinochet, en 1973 (Reuters)
Un soldado chileno hace guardia frente a los prisioneros, en el estadio Nacional de Chile tras el golpe de Estado de Pinochet, en 1973 (Reuters)

Redacción PERÚ21

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En algún momento de la historia, el fútbol y la política siempre han terminado siendo las dos caras de la misma moneda. Los periodistas de nos recuerdan (mediante su relato que puedes escuchar abajo) la cara más oscura de esta relación que convirtió al Estadio Nacional de , que hoy inaugura la , en un campo de concentración y tortura por donde pasaron más de 40 mil personas detenidas bajo la dictadura de en 1973.

El 21 de noviembre de ese año, solo dos meses y medio después del golpe militar en Chile, en un estadio casi vacío y al sonido de una triste banda de carabineros, los jugadores chilenos salieron a la cancha para enfrentar a la Unión Soviética en casa. De este partido dependía la clasificación al mundial de Alemania de 1974.

Pero había un problema: Los militares chilenos habían convertido el Estadio Nacional de Santiago en un campo de concentración y los soviéticos se negaron a jugar en un espacio que para ellos estaba "manchado de sangre".

Una mujer se sienta en la zona donde estaban los presos (EFE)

Los representantes de la mandaron unos representantes a Santiago para inspeccionar el Estadio Nacional y asegurarse de que no hubiera presos, ni torturados, ni asesinados. En ese momento, a los cerca de 7,000 detenidos en el Estadio Nacional los apuntaban con armas y no los dejaron subir a las galerías a ver lo que pasaba en la cancha. Y los representantes de la Federación Internacional de Fútbol no vieron nada, la cancha estaba en perfectas condiciones.

"Nos mantuvieron abajo, nos mantuvieron en los camarines o en las escotillas…como fondeados, como escondidos, no salimos esa vez porque había periodistas que iban con esta comisión. Como que eran dos mundos distintos", manifestó a Radio Ambulante el escritor y periodista Jorge Montealegre, quien estuvo allí detenido con apenas 19 años.

Un soldado chileno hace guardia frente a los prisioneros, en el estadio Nacional, en 1973 (Reuters)

En definitiva, La FIFA y el gobierno de Pinochet decidieron que el partido decisivo se jugaría en el Estadio Nacional de todas maneras. Unos días antes del partido los presos fueron trasladados al norte de Chile, a Chacabuco, a una salitrera en pleno desierto de Atacama.

Llegó el día del partido y los soviéticos habían sido categóricos: no jugarían en el Estadio Nacional. ¿Solución? De acuerdo a las reglas de la FIFA, la selección chilena debía hacer el gol para dar por ganador el partido.

"Nosotros los jugadores nos matábamos de la risa con eso de tener que hacer el gol, no jugar contra nadie, no tener a nadie y avanzar", recuerda el reconocido ex futbolista chileno Elías Figueroa en Radio Ambulante.

El árbitro no era de la FIFA, sino un árbitro chileno, quien dio el pitazo inicial y cuatro jugadores avanzaron hacia la portería sur sin dificultad, pues no tenían rival. Y frente a un arco sin arquero, el 'Chamaco' Valdés, volante y capitán del equipo, se detuvo un instante con la pelota. Los periodistas se acomodaron para tomar la foto. Valdés remató de derecha y el balón entró en la red. En lo alto del estadio el marcador mostraba Chile 1, Unión Soviética 0.

"Esa selección hizo el ridículo más grande de la historia, fue un ridículo a nivel mundial", dice el ex delantero chileno Carlos Caszely.

"Yo creo que también fue una metáfora del país. Esto de jugar solo y ganar. Un partido fantasma ¿no? Era como jugar con los desaparecidos", dijo Jorge Montealegre en Radio Ambulante.

La noticia salió al mundo en los títulos en los diarios: "Rusia no fue a jugar a Chile, Chile clasifica". Meses después, en junio de 1974, Pinochet convocó al equipo para despedirlo antes de que este viajara a Alemania y realizará una de sus peores actuaciones.

"Cuando estamos todos parados así y abren las puertas aparece un tipo con capa, lentes oscuros, con gorro y de verdad que me corrió un hilito helado por atrás al ver esta cosa hitleriana, con cinco tipos detrás. La cosa es que cuando él empieza a acercarse yo pongo la mano detrás y no se la doy…", relata Caszely.

Caszely se atrevió a negarle la mano a Pinochet, uno de los primeros gestos de protesta contra la dictadura. De ahí en adelante se desatarán los sucesos que marcarían un antes y un después en la historia de Chile.

MUSEO DEL HORROR AL FONDO DEL ESTADIOHoy, en el fondo del Estadio Nacional hay un sector de gradas de madera que está flanqueado por unas rejas y que en la parte superior reza "Un pueblo sin memoria es un país sin futuro", .

Recuerdos en el interior del Estadio Nacional (Santiago Chamas)

Se trata de algo así como un museo permanente del horror llamado "Memoria Nacional" que recuerda que allí vivieron miles de personas en un improvisado campo de concentración* durante dos meses: entre el 12 de septiembre de 1973 —un día después del golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet— y mediados de noviembre.

El lugar escogido para el homenaje es la escotilla número 8, la predilecta de los presos, porque desde allí podían ver (o creían ver) a los familiares desesperados que se agolpaban en el exterior para hacer o recibir señas.

"Los presos se quitaban una prenda reconocible y la levantaban en brazos para que sus seres más queridos estuviesen tranquilos después de días buscándoles", explica a este diario la presidenta del colectivo, Wally Kunstmann.

Aunque las paredes de la escotilla han sido pintadas por lo menos cuatro veces desde entonces, todavía puede percibirse el relieve de las iniciales y los palitos con los que los prisioneros (usando clavos o llaves) señalizaban cuántos días llevaban allí para no perder la noción del tiempo.

Una mujer y su hija, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile (EFE)

"Las peores torturas se hacían en el Velódromo. Llamaban a la gente, uno por uno, desde aquellos altavoces y se los llevaban por la puerta del Maratón. Volvían rotos, cansados, o no volvían… A algunos los tiraban en el río Mapocho, o en los canales de riego. Un compañero nuestro despertó a los tres días rodeado de cadáveres".

El propio director de la ceremonia, Esteban Icardi, señala que este recuerdo del horror está "integrado" en el estadio y que no hace falta insistir en él durante los actos inaugurales.

"Está ahí, a la vista de todos, y será parte de la fiesta. Nunca debió de utilizarse para eso, pero es nuestro estadio, y mientras no se demuela y haya otro es un lugar de respeto y de oración para muchos. Un lugar del deporte", asegura Icardi.

En el siguiente video, Manuel Méndez, un hombre de 67 años que pasó 50 días recluido en uno de los vestuarios contiguos a la escotilla 8, donde 300 personas convivían en un espacio inverosímil, relata su historia.