Carlos Calderón, hincha de la selección peruana.

Para la gente de mi generación, el partido de Perú en la Bombonera en 1969 fue un detonante. La emoción de ver jugar al equipo, el enfrentamiento de Orlando La Torre con la hinchada argentina, tocándose el pecho, la 'palomillada' de 'Perico' León haciendo que se les rasgara el pantalón, la lucha de Roberto Chale, los goles de 'Cachito', el empate; pero además, la voz de Augusto Ferrando gritando diez o quince minutos antes del final: "¡No nos ganan, por Dios que no nos ganan!".

En mi cuadra, que era la calle 8 en La Florida, uno de los pocos televisores que habia en la zona era el mío. Celebramos y sacamos la pelota para jugar en la pista. Saber que habíamos ingresado al Mundial era una felicidad total.

Cuando llegó el Mundial de 1970, casi en paralelo se produjo el terremoto de ese año. En el primer partido con Bulgaria, cuando la tierra todavía temblaba, perdíamos 2-0, empatamos 2-2 y con el gol de Cubillas, que no solo fue importante, vi por primera vez cómo se celebraba un gol con entusiasmo. Cubillas cae al suelo y encima de él una montaña de jugadores peruanos con la misma emoción que nosotros entregábamos en casa.

En el 78 se marcaron dos etapas: la alegría de pertenecer a los grandes de Sudamérica y la humillación de los nueve goles en los dos últimos partidos, y todo lo que se dijo. Sin embargo, seguíamos teniendo una gran selección.

La selección del 78 se asemeja mucho a la del 82. Si tu tienes a un poeta en el centro del campo, el fútbol se va a desarrollar en versos, en poesía. Si tú tienes a César Cueto y a Cubillas de '10', el fútbol se bastante hace fácil. Y tienes a Guillermo La Rosa como un atacante duro, que a veces uno pensaba que no estaba al nivel de los otros, pero él era el que permitía que los otros puedan lucirse. Si tienes un Muñante por el lado derecho y un Oblitas en su mejor momento, entonces tienes un equipo que va avanzando, que tiene sincronía, que va tocando la pelota, haciendo del juego un acto de felicidad.

César Cueto
César Cueto

En el 82 ya habían problemas en el equipo, el ingreso de Cubillas, la sustitución de Uribe. Lamentablemente en ese Mundial, ese equipo que fue brillante antes del inicio, que mantuvo su fulgor en el primer y segundo partido, por lo menos para no caer derrotado, se cayó por completo cuando se enfrentó a Polonia.

Y es una de las cosas que nos suele pasar a los peruanos, porque a menudo le echamos la culpa a los jugadores de algo que nosotros también hacemos. Si vamos al estadio y el equipo va perdieron uno a cero, lo primero que comienza es el silencio del hincha. El hincha tampoco puede caerse, si va al estadio tiene una obligación.

Las cábalas y la ilusión

Hace 35 años que Perú no va al Mundial. Hoy tenemos la gran oportunidad de ingresar. Hemos ganado nuestros partidos con sangre, sudor y lágrimas. Nos cuestan los resultados.

Hinchas ya se encuentran en el Westpac Stadium. (@SeleccionPeru)
Hinchas ya se encuentran en el Westpac Stadium. (@SeleccionPeru)

En este tiempo que estuvimos sin mundiales, empezó un problema para mí, totalmente irracional: la cábala. No veo el partido, porque si veo el partido el equipo se complica. Este es un asusto de un egocentrismo completo, inútil además, porque es falso, pero creo que las cábalas tienen un significativo: te fortalecen anímicamente.

El fútbol es un asunto de emociones. Cuando jugó Perú en Quito, el único lugar que no tenía una radio en este edificio era mi oficina. Por todos lados se escuchaban gritos, yo seguía con mi cábala; pero, de pronto, se escucha un grito: "¡Gol peruano!". Y luego otro. Sabía que estábamos 2-0, entonces se me ocurrió prender la radio para constatar el resultado, y cuando prendo la radio pitan penal para Ecuador. En ese mismo momento apagué la radio.

Es una sensación inmensa saber que tu equipo está a punto de llegar al Mundial. En ese entonces, no. Faltaba bastante. La primera parte de la Eliminatoria fue mala y la segunda buena, la derrota no nos servía para nada, entonces empiezan una serie de emociones, que Perú puede clasificarse después de tantos años. Otra vez al Mundial, comprar un nuevo televisor, porque el Mundial sí lo veo, no me lo pierdo por nada. De pronto, otra vez, estamos a 90 minutos de un momento de felicidad colectiva.