Yo, Ennio Morricone: Un perfil del genio de la música en el cine. (Mechaín)
Yo, Ennio Morricone: Un perfil del genio de la música en el cine. (Mechaín)

Si hubiese sido una de sus obras, probablemente Gabriel’s Oboe haya sido la elegida para personificarlo. El enternecedor tema de La misión (1996) es un evocación a la paz y a la soledad, sustantivos sobre los cuales Morricone fundó su vida. La suavidad con la cual se ordenan las notas en la partitura de poco más de dos minutos de duración podría servir, más bien, para describir como fueron sus últimos días. Porque el compositor italiano ha fallecido a los 91 años ya en el retiro absoluto luego de siete décadas de creación. Por si fuera poco, en su despedida su ingenio también ha tenido participación para dar un gran final. El maestro dejó una hermosa carta en la que pide solo una cosa: no quiero molestar.

“Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto”, dicen las primeras frases de la misiva que se alcanzó a periodistas presurosos que corrieron el lunes a una clínica de Roma. Morricone había partido de madrugada.

La muerte de Ennio Morricone es también la muerte del más icónico y popular de lo que se conoce como compositor de bandas sonoras. Mal llamados, por cierto, ya que el propio músico se esforzaba por corregir cuando la oportunidad se le presentaba: “No hago bandas sonoras, sino música para cine”. En toda su trayectoria, que sobrepasó las tres generaciones, el Maestro compuso más de 500 temas para películas y series, logrando recolectar un gran número de premios, incluido un Oscar honorífico en 2007 y otro por la banda sonora de Los odiosos ocho en 2016. Su figura fue creciendo con los años, siendo capaz de vender todas las localidades para sus conciertos en cuestión de horas. Una suerte de rockstar que odiaba las entrevistas, la cotidianidad agitada y que por eso nunca pensó en dejar su Roma por ir a asentarse en el Hollywood que tanto lo pedía.

Tan solo hace unos días había sido anunciado como ganador –junto a otro genio, John Williams– del premio Princesa de Asturias de las Artes.

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EL MAESTRO

Mario, el padre de Ennio Morricone, se dio cuenta de forma temprana del talento de su hijo. A los seis ya componía sus primeras partituras, por lo que, a los 12, lo inscribió en el Conservatorio de Santa Cecilia, aunque el pequeño Ennio tenía en mente otros planes. “De niño tenía dos ambiciones: médico y ajedrecista. Mi padre, Mario, trompetista de profesión, no pensaba como yo”, cuenta en su libro-entrevista junto a su gran amigo Giuseppe Tornatore. La obra se titula En busca de aquel sonido: Mi música, mi vida.

“Me alegra haberme realizado con la música, pero aún hoy en día me pregunto qué habría ocurrido si hubiese sido ajedrecista o médico”, sostiene con un tufillo a nostalgia. En la misma publicación cuenta que un día su padre le puso la trompeta en las manos y le dijo: “He criado a vosotros, que son mi familia, con este instrumento. Tú harás lo mismo con la tuya”. Morricone no tuvo opción. Recién la tendría después de graduarse. Dejaría la trompeta, el instrumento con el que se había diplomado, para comenzar a ejercer la composición musical.

El italiano nunca pudo conocer el rumbo que habría tomado su vida de haber elegido otra profesión, pero a estas alturas el mundo sí conoce bien lo que hubiese perdido.

El incansable Morricone comenzó a componer por los años cincuenta, pero su debut cinematográfico se daría en 1961 con la banda sonora de la película El federal. Posteriormente adquiriría fama con trabajos en el género western. El silbido de El bueno, el malo y el feo (1966), protagonizada por Clint Eastwood, resuena más que nunca a casi medio siglo de su estreno.

Su versatilidad le permitió trabajar con distintos directores. Bien podría pasar de componer un material para alguna cinta de Sergio Leone o Bernardo Bertolucci a trabajar de la mano de Brian de Palma o el propio Quentin Tarantino. La crítica alababa su profesionalidad, lo que permitió recorrer distintos géneros con melodías que no solo deslumbraban por su vanguardismo, sino que mantenían un equilibrio con lo comercial. Su música, decía Morricone, estaba supeditada a un fin mayor: la película.


“Si una película requiere música nostálgica, la compongo. Si necesita música dramática, también. La música del cine no pertenece al compositor que la escribe. Pertenece a la película. Si hay algo del compositor, suele ser algo muy personal, muy íntimo”, señaló en una entrevista hace una década.

Pero por más que su trabajo musical pretendía mantener su lugar y orden en el cine, muchas veces lo sobrepasó. Basta recordar su trabajo en Cinema Paradiso (1988). La película de Giuseppe Tornatore, ganadora del Oscar a Mejor película de habla no inglesa, da la impresión de haber sido realizada en función de la conmovedora melodía, una declaración de amor al cine.

La misma fórmula se vislumbra en las bandas sonoras de Érase una vez en América (1984), La misión (1986), Los intocables (1987) y Los odiosos ocho. Aquellas son sus obras más reconocidas por la crítica.

En 2018, Ennio Morricone inició la gira The Final Concerts World Tour para despedirse de los escenarios. Treinta y cinco ciudades europeas tuvieron la suerte de decirle adiós a una carrera laboriosa.

Pero su más grande logro –solía decir– fue haber conquistado a su “mentora” María, su esposa por casi seis décadas. Es por ello que no sorprendió que la parte más triste de aquella emotiva carta de despedida sea dedicada a ella, la madre de sus cuatro hijos. “Por último, María (pero no última). A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. Para ella es mi más doloroso adiós”.

Ennio Morricone ha muerto y el cine lo lamenta profundamente.

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