Había un cronómetro a un costado de los escenarios estelares de ‘ para indicar la duración del show y cuánto falta para que comience el siguiente. A algunos les sobró tiempo, como a . Otros salieron a la hora, como Interpol. Y supuestamente debía tocar más. El tiempo apremia en un festival de más de 17 horas con unas 100 propuestas musicales en siete escenarios.

La oferta de anteayer, más abierta en cuanto a géneros, fue un acierto. Era posible comenzar con El Mató a un Policía Motorizado, seguirla con Los Mirlos y terminar con Dolores Delirio y Chabelos. O arrancar con Kanaku y el Tigre y Lorena Blume, hacer una parada en Cuarteto de Nos y recaer en las seductoras mezclas de Lima Sound System y Shushupe. No hubo presentación con campos vacíos.

Al caminar por el amplio circuito era posible divisar distintas banderas, como la de Bolivia y Venezuela. Por otra parte, en hip hop, género que va ganando cabida en esta edición, no faltaron aquellos docentes llamados Fucking Clan o la consolidada Janice.

Atardeció con Bullet for my Valentine. En otro escenario, Los Shapis se despedían diciendo “Gracias totales”.

"Lima está que arde, y por los mejores motivos, no como otros lugares", dijo Fito tras abrir su show. Entre juegos de luces, entonó sus éxitos y fue uno de los que más frases dejó para los asistentes. "Gracias por dejarme vivir tantos años en su corazón", expresó al final.

Por su parte, para Interpol el público coreó la cuenta regresiva. Tres, dos, uno, y dio inicio a un show compacto, potente. Por momentos, denso y nostálgico. Cerraban el 2019 con su segunda presentación en Lima y lo dejaron todo. Fue uno de los grupos que más sufrió con las fallas de sonido.

En el otro escenario, con sus características máscaras, , a las 9:30 p.m., interpretó su versión del Apocalipsis. El credo de la banda: “People=shit”, como el título de uno de sus temas. Otro decía: “Si tú eres cinco, yo soy 666”, y el pogo se fue convirtiendo en algo parecido a una estampida o una tortura. También presentaron material de su nuevo disco, lanzado hace unos meses. En sus casi dos horas de show, no dieron descanso y descargaron gritos para hablar de delirios, furia y condenas.

Hacia las 11:30 p.m., la multitud se agolpaba frente al escenario estelar B para ver al mito que se estrenaba en Lima. Entre ellos, los que vestían un polo que decía “solo vine por The Strokes”. En la ansiedad de la espera, el estadio cantó el himno nacional, “El cervecero” y “Cariñito”. Luego otros himnos los pondría la banda neoyorquina, como “Reptilia” y “Someday”.

En 2001, el rock dejó de tener canas y tomó un nuevo impulso en una banda, la que teníamos al frente. Cuando comenzaron a popularizarse sus canciones, la gente aún usaba discman. Verlos era el sueño de una generación.

“No sé qué decir a veces”, anotó Julian Casablancas, ensimismado; por momentos hablaba más con sus compañeros y se perdía la conexión. Por cierto, el público voceaba los nombres del bajista Nikolai Fraiture, del batero Fabrizio Moretti y de los guitarristas Nick Valenzi y Albert Hammond Jr. Este último tuvo el micrófono y pronunció algunas frases en español. A través de él y de Casablancas nos enteramos de que su abuelo era peruano.

A pedido del público, regalaron “Machu Picchu”, que no tocaban desde 2016. “Solo trato de encontrar una montaña que pueda escalar” es la referencia a nuestro representativo monumento. En medio de los clásicos de la banda cabeza del cartel, asomó una llovizna tímida, que no alcanzó a refrescar a los fanáticos que pedían agua a gritos.

"Última noche" fueron las palabras de Casablancas antes de encender la arena con su máximo hit, "Last Nite". En el cuadro de los horarios que se publicó, figuraba que los Strokes tocarían dos horas. Surreal, porque sus shows tienen una duración promedio de una hora y cuarto. Esto suscitó la decepción de muchos. Un error que no debe repetirse.

Con todo, hubo pogo, saltos, fiesta, hasta mares de luces con el celular (por ejemplo, con Fito). El festival, en su undécima entrega, parece comenzar a madurar. Deja de encerrarse en el pasado y comienza a mirar al presente. Aunque no faltaron desajustes logísticos: comprar comida era una odisea, faltó una zona para personas con discapacidad y depósitos para la basura, que terminó acumulándose en varias zonas del recinto deportivo.

Violines, flautas, trompetas, timbales, quenas, sintetizadores y mezcladoras tuvieron su momento en un recinto en el que los sonidos de los escenarios dibujaban un recorrido por un espectro musical más amplio y que comienza a dialogar sin etiquetas.

Como fin de fiesta, Armonía 10 intercaló entre sus canciones acordes de “Manuel Santillán, el León” y “Matador” de los Fabulosos Cadillacs, y “Bohemian Rhapsody” de Queen. Dijeron: “El Perú es un país milenario, diverso, de muchas culturas. No tiene por qué haber conflicto”. Suscribo. El campo donde sonaban sus sentidas canciones estaba abarrotado, con la gente coreando a todo pulmón. Y es que vivir por el rock también puede significar tener mentalidad abierta.