Una novela por entregas: Noveno capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’

Este es el noveno capítulo de la novela ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’, de Juan José Roca Rey. Ilustrado por Mechaín.
Una novela en entregas ilustrada por Mechaín (Perú21).

No todo es tan malo

por Juan José Roca Rey

Pasaron algunas semanas sin respuesta de Linda, pero Nicolás se sentía menos culpable al respecto. Había retomado contacto a la distancia con su amiga Mari, una de las jóvenes descendientes de la colonia alemana de Pozuzo, en Oxapampa. Cuando Nicolás la conoció años atrás, quedó embobado por lo atractiva y despreocupada que era. Andaba como quien no tiene problemas y eso le daba una extraña tranquilidad.

– ¡Estoy yendo a Lima para visitarte! –dijo Mari al teléfono.

– ¿En serio? –contestó Nicolás emocionado.– Aquí te espero.

– ¡Mamá, carajo! –se escuchó un grito en la puerta de la pensión.

– Tengo que colgar. Estamos hablando en unos días –Nicolás colgó el teléfono para ver lo que pasaba.

MIRA: Una novela por entregas: Octavo capítulo de ‘La escala de colores entre el cielo y el infierno’

Cuando salió de su habitación, vio a la señora Clauss entrando con su hija, Clarita.

– Hola, Nicolás –dijo esta.

La señora Clauss era una persona solitaria que ya pasaba los cincuenta y cinco años. Como dueña de la pensión, aparecía cada mes para cobrar la renta.

– Voy por la plata –dijo Nicolás.

– No he venido por eso –respondió la señora Clauss, acercándose a Nicolás.

– ¿Pasó algo?

– Escuché que has estado un poco deprimido porque peleaste con tu novia.

– ¿Quién te dijo eso? –preguntó Nicolás sospechando de Eduardo.

– Eso no importa.

– En realidad, ya pasó hace un tiempo –Nicolás se incomodó.

– Es que ya he tenido problemas con un inquilino depresivo –susurró la señora Clauss.

– Debe haber sido un fastidio –dijo Nicolás, sarcástico.– Haré lo mejor para no incomodarles cuando me mate. –continuó riendo.

– He escuchado que te gusta el… –la señora Clauss empinó el codo, haciendo como si tomara.

– Estoy controlándolo últimamente –contestó Nicolás.

– No te hagas el santo. Lo digo para ver si me puedes invitar algo. Ya no soporto a esta mierdecita –la señora Clauss señaló a Clarita, que caminaba hacia el garaje sumergida en su celular como cualquier adolescente.– Desde que me divorcié de su padre, ha tenido unos ataques de ira que me tienen harta.

Nicolás fue a servir dos vasos de whisky a la cocina, mientras la señora Clauss ordenaba y barría un poco la sala, quejándose de que nadie cuidaba sus cosas. Dejó la escoba en la puerta y se sentó con Nicolás.

– Así que cuéntame. ¿Qué es lo que has estado haciendo últimamente?

– Desde que recibí la herencia de mi padre, solo he estado intentando no joder lo que tengo –respondió Nicolás.

– ¿Por qué lo joderías?

- No sé. Siempre termino alejando a todo el mundo.

– Bueno, créeme que no me voy a alejar mientras tenga que cobrarte cada mes.

Se rieron.

– Me refiero a personas como Linda.

– ¿Linda era esa novia de la que escuché?

Nicolás asintió y tomó un gran sorbo.

– Hay más peces en el mar –dijo la señora Clauss.– Solo no tengas hijos.

A medida que se terminaban los vasos, esta se acercaba de a pocos a Nicolás.

– Pero, ¿no has tenido nada con nadie desde que se fue? –preguntó.

– No soy un santo, pero nadie la ha podido igualar.

– ¿Qué es lo que tiene ella que no tiene el resto?

– No sabría decirte. Pero despierto pensando que todo es una mierda y saber que ella existe me hace pensar que tal vez no todo es tan malo.

– Me he acalorado con solo escucharte.

– Desde niño, ella ha sido mi único escape –continuó Nicolás.

– El padre de Clarita tenía una buena situación y era una buena persona. A veces nos hacen pensar que eso es suficiente para pasar la vida con alguien.

Se quedaron callados bebiendo unos minutos.

– ¿Puedo preguntarte algo? –dijo la señora Clauss, tocándole la pierna a Nicolás–. Si intento hacer algo ahora, ¿qué harías?

– Si es algo bueno, te dejaría hacerlo.

La señora Clauss intentó besarlo.

– ¡Mamá! ¿Qué haces con ese horrible? – gritó Clarita desde el otro lado de la habitación, cogiendo la escoba.– ¡Aléjate de mi mamá, asqueroso!

Automáticamente se pusieron de pie. La señora Clauss avergonzada y Nicolás en posición de guardia para que no le peguen un escobazo.

– ¿Qué haces? – dijo Nicolás.

– ¡Clarita! ¡Suelta eso en este instante!– gritó la señora Clauss.

Clarita obedeció y salió renegando hacia la calle.

– ¿Cómo se te ocurre meterte con un inquilino? ¡Aj! –exclamó.

– Vaya pesadilla tu niña –dijo Nicolás.

– Ha sido un gusto. Espero verte pronto –se despidió la señora Clauss con picardía.

Aún exaltado con lo sucedido, Nicolás cogió el teléfono y llamó nuevamente a Mari.

– Tienes que sacarme de aquí –dijo, mientras escuchaba a madre e hija insultándose en la calle.

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