Thalía Mallqui, bronce en los Panamericanos: “En la Química y la lucha aplico la dedicación”. (Fernando Sangama/GEC)
Thalía Mallqui, bronce en los Panamericanos: “En la Química y la lucha aplico la dedicación”. (Fernando Sangama/GEC)

Ganó y dio un salto. Cayó en los brazos de su esposo, el luchador Abel Herrera. El siguiente paso fue para buscar a Oziel, el hijo de ambos y también aspirante a luchador profesional con 10 años de edad. Es la escena que protagonizó tras ganar la medalla de bronce en la modalidad de 50 kg de lucha femenina por los Juegos Panamericanos Lima 2019. “La pelea fue bien dura y lo primero que quería hacer era celebrarlo. Ellos son parte del sacrificio que hemos hecho”, me dice determinante y, a la vez, risueña. Para lograr la presea tuvo que separarse de su hijo. Fueron unos tres meses los que se preparó. Viajaba, volvía, estaba un par de días y otra vez a viajar. Y luego se concentró en La Molina casi un mes.

“Las experimentadas me revolcaban”, revela sobre sus inicios. Se define como “recontra picona”, combustible suficiente para continuar y no paró hasta integrar la selección nacional en juveniles, e hizo su primer viaje internacional, a Venezuela. Con 20 años campeonó en el Panamericano juvenil. Hoy el número de medallas obtenidas ya supera las 30. ¿Qué te falta? “Tokio es lo último que nos falta”, responde.

Estamos sentados sobre la colchoneta de lucha del Team Ludus, academia que fundaron la deportista chalaca y su esposo, en 2012, en la Casa de la Juventud de Pachacamac, Villa El Salvador, a pocos metros del hogar de los Herrera Mallqui. Rodeados de colchonetas, llantas para practicar y muñecos de entrenamiento, apuramos la entrevista porque en dos horas tiene clases en la Universidad del Callao, donde estudia Ingeniería Química. Es Thalía Mallqui y su lucha por ser mejor.


-¿Qué fue primero: la lucha o el amor?

Abel y yo nos conocimos en la lucha. Él entró antes que yo. Yo practicaba en el Callao. En la Videna lo conocí, cuando se concentraba para los campeonatos. Era el año 2004. Nos hicimos amigos.

-El fruto de ese amor es Oziel, quien se perfila para ser luchador profesional. ¿O no?

Ozielito se ha metido en la lucha debido a que nosotros estamos en esto. Cuando formamos el club, tenía 3 años. Abel le enseñaba a sus sobrinos y Oziel se metía y repetía todo lo que hacían. Por imitación aprendió. Hoy entrena acá, hasta viene solo a entrenar.

-¿Ya compite?

Oziel empezó a los 6 años en los campeonatos que realiza la federación. Ya ha ganado. Lo veo y me sorprendo. Ese niño es más eléctrico que los dos juntos (ríe). Pero me da nervios verlo en el colchón. Será decisión de él ser luchador o no, porque la lucha es un deporte muy sacrificado.

-¿Y tú cómo llegas a la lucha?

Fue por mi mamá. No le gustaba que estemos en la calle perdiendo el tiempo. Yo había acabado el colegio y me dijo que la academia la empezaba en marzo; mientras tanto, fue a averiguar y encontró dos deportes gratuitos: lucha y halterofilia (levantamiento de pesas). Dije: “La halterofilia no va conmigo”, y elegí lucha.

-Un deporte, en teoría, más relacionado con los varones.

Sí, cuando llegas a un local en que hacen lucha, la mayoría son varones. Para mí fue por el gusto de hacer ejercicios: saltar, correr, rodar, las técnicas y sus combinaciones. Entonces, la lucha te hace pensar mucho cuando te estás enfrentando. Todo eso me gustó. Y ahora tratamos de enseñar valores como la puntualidad, ser responsables en el colegio y, sobre todo, respetar a la persona que tienes al frente.

-También está el estereotipo de que la persona que hace lucha es el bacán del barrio, el más fuerte.

Siempre se les repite a los chicos: “Lo que haces acá no lo puedes hacer fuera del colchón”. Incluso, a mi sobrino un tiempo le hacían bullying en el colegio y eso que él era luchador. Los chicos lo interiorizan tanto que aplican la lucha solo en el colchón.

-¿Ser madre, ser mujer son formas de luchar?

En todo aspecto de la vida uno siempre tiene que lucharla. Hoy las chicas estamos compitiendo a la par con los chicos. Pero no se trata de ser mejor o peor que ellos, sino de hacerlo por uno mismo.

-Tu otra lucha es estudiar Ingeniería Química.

Me gusta mucho desde que era niña. Mi papá estudió eso y no pudo concluirlo. Y él siempre me hablaba de química. En casa me ponía a jugar con las cosas que había. Jugaba con el lavavajilla y el champú, hacía unas mezclas raras. En el colegio, la clase de Química era la que más me gustaba.

-¿Aplicas algo de la Ingeniería Química en la lucha?

Está la dedicación. Es una carrera fuerte, donde tienes que estudiar mucho.

-¿Qué es más difícil: la lucha o la Química?

Ahorita, la carrera (ríe a carcajadas). Me ha costado un poco, porque terminas en el colchón muerta, solo quieres llegar a tu casa para dormir.

-Parte de las dificultades en la lucha son las lesiones. En 2018 te operaron del hombro. ¿A un año de competir en los Panamericanos, cómo fue ese proceso de recuperación?

Entrenando sufrí una subluxación del hombro. Me costó tomar la decisión de operarme por el temor de no quedar bien. Hice los ejercicios, cumplí con las terapias, dos meses sin entrenar. Fue difícil, pero la cosa es perder el temor.

-¿Y lo perdiste?

Creo que sí. Previo a Lima, hubo un Panamericano en Argentina, que fue mi primer campeonato tras la operación. Ahí tuve más temor, pero también logré bronce e, incluso, peleé con la misma ecuatoriana a la que le gané luego en Lima 2019. Aunque en esa oportunidad yo iba perdiendo.

-¿Ganar plata en los Juegos de Toronto y ahora en Lima bronce te deja conforme?

La presión en Lima me jugó en contra. Mi cuerpo no reaccionaba. Nunca me había pasado eso.

-¿Qué es la derrota?

Es un paso, nada más. Pero es de lo que puedes aprender.

-¿Y el triunfo?

El premio al sacrificio.

AUTOFICHA

“Soy Thalía Jihann Mallqui Peche. Mi mamá dice que me puso el segundo nombre porque lo leyó en un cuento. Tengo 32 años, nací en Lima. Estudio Ingeniería Química en la Universidad del Callao. Ingresé como deportista calificada. Mi hijo se llama Oziel, significa fuerza. Sé que tengo que ser ejemplo para él”.

“De los triunfos que recuerdo con más cariño está haber quedado campeona panamericana en dos ocasiones: una en juveniles y otra en mayores, en 2013, cuando retomé mi carrera después de tener a Oziel. También la medalla de Toronto y la de Lima, de valor sentimental”.

“Ahora toca prepararse para quedar dentro del grupo para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Creo que clasifican 16, seis en el Mundial, en el Panamericano de lucha van los dos primeros y luego hay otros preolímpicos para las demás clasificaciones, y otros torneos continentales. Yo quiero estar en Tokio”.