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Teresa Ruiz Rosas: “La foto y el like apelan a una felicidad postiza”
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Su padre, el poeta José Ruiz Rosas, fue un hombre fundamental en la vida de Teresa. Nunca le censuró lectura alguna entre la vasta cantidad de títulos que llegaban a su librería en Arequipa, donde Teresa solía fisgonear y ayudar para atender a la clientela. Así fue como descubrió la magia y el poder de la literatura: completamente libre. Poco a poco, ella fue encontrando su propio camino. Había entrado a la Universidad de San Agustín, pero, debido a las huelgas, no comenzó las clases a tiempo. Luego tuvo la oportunidad de irse a estudiar a Europa gracias a una beca y allá emprendió su carrera como filóloga. Teresa siempre volvía al Perú. Un poco antes de que su padre muriera, vino y jugó más de 30 partidas de ajedrez con él. Era uno de sus competidores más duros y amaban sentarse horas frente a frente con un tablero para batirse en batalla. Teresa es ahora una prestigiosa traductora y autora. El Perú tiene una deuda con ella, pues su obra no es tan popular aquí, a pesar del gran reconocimiento que sí tiene en el extranjero. La escritora ha llegado desde Alemania, donde reside, para presentar su reciente publicación Estación delirio.
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¿Cómo era la Arequipa de su infancia?
Mucho más pequeña; en cierto modo, el Centro era más pintoresco. La Arequipa de mi niñez también está muy ligada a la librería de mis padres, que se fundó cuando yo tenía cerca de cuatro años y me acompañó hasta casi cuando terminé el colegio. Pasaba muchas horas ahí.
¿Qué era lo que más le gustaba hacer en su librería?
Recuerdo que por estas fechas, en diciembre, nuestro lema era “El mejor regalo es un libro”. Estaría bien insistir en ese lema ahora, ¿no? Yo empaquetaba todo el tiempo. Me gustaba mucho hacerlo. Después ya fui colaborando en la venta y, sobre todo, podía leer lo que quisiera.
Era un privilegio tener todas las novedades literarias.
Sí, tenía todo. Además, mi papá me dijo que leyera lo que quisiera, nunca me puso una censura en la lectura y me dijo que la censura sería mi propia comprensión lectora. Decía que una misma iba a dejar el libro si no lo entendía. Así también me acerqué a los diccionarios, es pesado estar buscando en esos textos, pero a la vez es muy bonito porque descubres palabras nuevas, que eventualmente incorporas a tu vocabulario y vas teniendo una mayor riqueza léxica, lo que significa conocer más el mundo porque cuanto mejor sabemos nombrar, más conocemos lo que nos rodea.
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En su reciente novela, Estación delirio, aborda el tema de la salud mental. ¿Por qué quiso abordar ese tópico?
Es un tema que siempre me ha interesado. La salud mental siempre ha sido algo que me ha llamado mucho la atención y me he preguntado qué ocurre, por qué a una persona le pasa esto, por qué hay esa fragilidad. La protagonista de esta novela es una amiga que, de hecho, vivió y falleció hace muchos años. Fue una amiga importante para mí. Me contó que había trabajado en una clínica de salud mental y me habló sobre las circunstancias en que había tenido que encargarse de embarcar a las pacientes en una estación de tren. Me impresionó mucho.
¿Cree que es difícil lidiar con una enfermedad mental?
El propio paciente debe aprender a convivir con su enfermedad. Así como hay personas que conviven con la diálisis, quimioterapias.
¿Por qué cree que las personas tratan de ocultarlo?
Lo tratan de ocultar porque la sociedad lo estigmatiza. Ahora más que nunca hay un exceso de consumo de fármacos. Estos son paliativos para los síntomas, pero no solucionan la raíz del problema, que va más bien por el hecho de saber escuchar. Mientras la persona no pueda verbalizar su problema con alguien que quiera escucharlo, que quiera darle cierto calor, esperanza, comprensión, esa persona va a seguir con eso adentro.
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¿Qué papel juegan las redes sociales en esa dinámica?
La sociedad ahora está muy orientada a la felicidad entre comillas. Con toda esta irrupción de las redes sociales, hay una vida virtual que existe paralelamente. Hay, pues, mucha falsedad. Los dos conceptos básicos que se han extendido son el del triunfador o el del perdedor, el famoso loser. Nadie quiere ser un loser y un enfermo mental se considera un looser por definición. Entonces, la persona que se empieza a sentir mal no quiere que se sepa; por eso se va escudando en fantasías virtuales.
¿Es necesario ocultar la tristeza?
No hay una naturalidad en tratar las emociones. Si una persona llora, la miran mal en lugar de aceptar un llanto. Hay una hipocresía en inventarse una felicidad que no existe. Es muy legítimo aspirar a ser feliz, pero la felicidad se da en momentos. Esta obsesión de la foto, del like, apela a una felicidad postiza.
¿Qué considera que hace a un escritor más destacado que otro?
Depende de lo que entiendas por destacado. Uno puede destacar por muchas razones. Es muy extraño que una obra de alta calidad literaria pueda al mismo tiempo tener unas ventas enormes. No hay que olvidarse de que las editoriales son empresas y para eso necesitan productos que tengan una comercialización relativamente fácil y eso no suele ocurrir con obras de mucha calidad literaria. Se arroja un canon de lo que podrían ser autores destacados que no necesariamente tienen que ver con la calidad literaria. Algunos premios serios ayudan a mejorar el desequilibrio que a veces produce el mercado.
¿A los lectores no nos gusta la buena literatura?
Yo soy de la opinión –que vale también para la televisión– de que hay una subestimación del público. Yo creo que si al público se le ofrece un buen producto, va a tardar un poco, pero al final lo va a consumir y lo va a querer. Pero predomina una idea de hacer cosas muy baratas, basura a veces –me refiero sobre todo a la televisión–, porque eso es lo que se vende, porque eso es lo que la gente quiere, pero esa frase a mí me da tortícolis porque no estoy tan segura de que sea así. Soy muy optimista.
AUTOFICHA:
- “Soy Teresa Ruiz Rosas. Nací en Arequipa, en 1956, en la casa donde ahora está la biblioteca que fundó mi padre, que lleva el nombre de mi bisabuelo: Mariano Ambrosio Cateriano, en la calle Villalba 426. Viví ahí hasta los 19 años, luego fui a estudiar a Budapest con una beca”.
- “Cuando me fui al extranjero, estaba en el tercer semestre de Lengua y Literatura en la Universidad de San Agustín. En Hungría seguí primero un año de preparatoria y después empecé a estudiar Filología Húngara, Germanística y un poco de Filología Hispánica”.
- “Lo primero que leí fueron novelas de internados de Louisa May Alcott. Me las devoraba, me parecía fascinante. A ratos pensaba: qué pena que no estoy en un internado. Como iba al colegio peruano alemán, también leí cuentos infantiles en alemán. También están Platero y yo, el Quijote, Crimen y castigo”.
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