Para romper las reglas, primero hay que conocerlas. Es por eso que, pese a que recibió el prestigioso diploma de la Asociación de Caligrafía Inglesa CLAS (Calligraphy and Lettering Arts Society) y de su constante formación académica profesional, Silvia Cordero le dedica especial atención a la enseñanza de la, un método que combina el estudio clásico y formal con la personalidad de cada alumno.

La conocí personalmente en 2017, cuando estuvo en Lima para ofrecer un singular taller que logró que sus alumnos no vuelvan a ver de la misma manera lo que salía de sus manos.

¿Cómo se gestó tu inclinación por la caligrafía?

Fue cuando egresé como diseñadora gráfica de la Universidad de Buenos Aires, en 1988, y conocí a una calígrafa norteamericana. Justo en el último año de la carrera llevé el curso de tipografía; entonces, al encontrarme con esta calígrafa y teniendo una vocación de artista plástica, fue como encontré en la caligrafía el lugar donde desarrollarme. Un lugar donde coinciden las letras, el diseño, lo proyectual, la metodología y la disciplina fusionados con lo artístico.

En países “desarrollados”, el estudio de la caligrafía es más formal y metódico, casi matemático. ¿Qué diferencia ves en Latinoamérica?

Lo que pasa es que en Norteamérica y en Europa hay una cultura de la caligrafía. Los que están en París cruzan la calle, van al Museo Cluny o a la British Library en Londres y pueden analizar un manuscrito original y absorber ese conocimiento. En Latinoamérica no tenemos otros registros más allá de los de nuestros próceres o de documentos traídos por los españoles.

Entonces, ¿dirías que los que se dedican a la caligrafía en Latinoamérica lo hacen de manera más intuitiva?

Bueno, tenemos que tomar como referencia modelos que son históricos, que son producto de una evolución que no podemos negar y que no tienen origen en Latinoamérica. Debemos remontarnos a los griegos, los romanos, etc., es una genealogía que hay que seguir. Si queremos dedicarnos a esto, debemos estudiar esos antecedentes.

En la vida diaria estamos rodeados de letras y tipografías. ¿Cómo hacemos para que se valore el hecho de que detrás de cada cartel hay un autor, un diseñador?

Estamos en un momento de resignificación. Por ejemplo, los carteles hechos a mano de locales comerciales que antes los hacía un letrista ahora los hacen los que estudian esa disciplina, los sign painters, que es gente joven que retomó y revalorizó ese oficio.

También debemos considerar que estamos en una época de mucha producción, y cuando eso sucede, vemos cosas buenas y cosas malas. Hay tanto que a veces se subvierte la calidad del trabajo. Pero, por otro lado, tener mucho también es positivo y hay que saber aprovecharlo.

Se sigue dando la controversia de si el diseño es arte al ser un oficio que con el tiempo se convirtió en una profesión. ¿Sucede lo mismo con la caligrafía?

Para mí, el diseño no es arte. Que haya gente que diseñe con una impronta artística, con un estilo que potencie su trabajo como autor, es otra cosa. Pero el caso de la caligrafía es especial porque es una actividad amplia y toca aspectos artísticos. En primer lugar, es una obra que se hace in situ, como resultado de lo que has aprendido y de la disciplina pero elaborado en un instante específico, con la tinta que fluye –o que no fluye tanto– en un estado único que se relaciona más a algo artístico.

En el Perú existen las letras chicha, hechas con colores brillantes y que se usan en los carteles de conciertos populares, en los camiones, etc. ¿En Argentina hay algo similar?

Claro. Existe el filete porteño, una caligrafía popular que se originó con las carrozas que se pintaban en Italia. Cuando llegaron los inmigrantes, fusionaron esta actividad con expresiones culturales locales como el tango, creando un estilo propio.

Estas raíces si bien son informales, son una base fuerte. ¿No crees que igual deberían servir como referencias porque son actividades que han ido de generación en generación?

Sí, pero ahora esta influencia ya se ha sistematizado. El calígrafo popular tal vez no tiene el estudio, pero tiene el oficio, tiene un sistema de trabajo.
En la cocina, es como preparar la receta de la abuela; lo puedes hacer bien, pero cuando la haces continuamente, la perfeccionas y puedes llegar a ser profesional.

¿Qué significa para ti ser docente?

Yo empecé como docente en la universidad. Como era una carrera nueva, los profesores veían que alumnos podrían transmitir esos conocimientos. Y tomé la decisión arriesgada, fui un kamikaze. Yo no tenía una formación como tal, la fui forjando a lo largo del tiempo. Después, para enseñar caligrafía, creé mi propio método, pero a partir de conectarme con otros maestros y tratando de ponerme en lugar del alumno y preguntarme qué me gustaría a mí que me digan. Siempre quise tener un maestro honesto, que si no sabe algo, que me diga “no lo sé”, y cuando me equivoque, que me lo diga, y es lo que yo siempre intento ser.

¿Tienes alguna anécdota como maestra?

Me pasó algo con un alumno. Yo era docente en una cátedra de diseño, tipografía e historia del arte. Era una época de racionalismo, tomábamos la escuela suiza, en la que a ningún alumno se le permitía dibujar (en términos ilustrativos) y había un alumno que había hecho unos carteles con unas ilustraciones muy realistas. La cátedra prácticamente lo expulsó. Yo me sentí muy culpable porque era mi alumno, me sentí muy mal. Después de muchos años, lo vi desde el colectivo, le grité pero no me escuchó. Lo busqué en el Facebook y lo encontré.

–¿Te acuerdas de mí? –le dje– Yo me sentí culpable pues las autoridades de la cátedra te desaprobaron y fíjate ahora. Ya existe la materia de ilustración en la universidad, mira cómo cambiaron los tiempos.
Y me contestó: “No te preocupes, ahora soy artista plástico”. Bueno, igual me siento culpable, pero yo fui muy sincera con él y le dije lo que pensaba y lo que estaba pasando. Ahora los de la cátedra estarían muy orgullosos. A un alumno no se le pueden cortar las alas.

Enseñar caligrafía, como cualquier disciplina artística, debe ser complicado. ¿Cómo evaluar algo tan intangible como la capacidad, sensibilidad o habilidad de un alumno?

No es fácil, pero, como te decía, uno debe ser honesto. Si le enseño a un alumno un manuscrito original, del que yo puedo tener mi versión, debo enseñarle no a copiarlo, sino a reescribirlo, analizándolo y estudiándolo. Hay que enseñarle a entender y a comprender para que tenga una capacidad crítica y así pueda crear su propia versión.