Sergio Bellota, conservador y restaurador: “Cuando llegué al museo, dije: ‘este es mi mundo’” (César Campos/GEC)
Sergio Bellota, conservador y restaurador: “Cuando llegué al museo, dije: ‘este es mi mundo’” (César Campos/GEC)

Sufrió un derrame cerebral. Se enfrentó a la muerte y volvió a casa. Pero la sensación de tranquilidad, de haber sorteado el infortunio no duró mucho. El cambió el mundo y él no pudo seguir con las terapias ni siquiera salir a la esquina.

“Tengo 40 de fiebre”, le dijo su esposa. Eran los primeros días de un virus del que solo se conocía su nombre. “Tienes COVID, caballero nomás”, le respondió con voz agitada, resignada. Ella salía del cáncer y él no podía caminar por los estragos del derrame. Pero partieron a la aventura de buscar un taxi. Nadie paraba, nadie salía a hacer taxi. Era la ciudad en cuarentena. Logró llevarla de emergencia, pero no existían las pruebas, ni cómo tratar la enfermedad. Regresaron a casa, donde siempre han sido solo dos. Hasta el 1 de julio, que a él se le revientan las úlceras. Como dos sobrevivientes, ya nada podía ser peor.

Sergio Bellota, una vez más, volvió a casa, a seguir trabajando en la azotea donde instaló un taller para continuar con su labor, a la distancia, como conservador y restaurador del, la que es su casa laboral desde hace 34 años. Su historia es la historia del Mucen, que este 2022 cumple 40 años.

Cuando camina aún quedan las huellas del derrame. Viste polo blanco, pantalón azul y zapatos y correa de color caqui. Algunos lo confunden con el pintor Gerardo Chávez, tal vez por la sonrisa amable, el cabello cano y la mirada sabia. Le agradan las pinturas de Pancho Fierro, las acuarelas. Nos sentamos en medio de una sala del segundo piso del Mucen, al lado de las piezas de Pancho Fierro. Y con voz grave y amigable me dice que para ser restaurador hay que tener paciencia.


-Después de todo lo que ha vivido en esta pandemia, ¿ya paró la mala racha?

Ya paró gracias a Dios, estoy caminando mejor, estoy en terapia y estoy bien.


-¿Qué labor realiza ahora que trabaja desde casa por la pandemia?

Me he dedicado a hacer cajas de acuerdo a las medidas que me envían. Soy conservador y restaurador en cerámica, además apoyaba en las exposiciones itinerantes en los colegios y todo eso. Hacer las cajas es parte de un proyecto que ya estaba planeado. Vino la pandemia y se puso en marcha todo eso. En la azotea de mi casa tuve que adaptar un tallercito y trabajar ahí hasta ahora, y me dicen que está bonito el trabajo, que la bóveda está quedando perfecta, más ordenada, las piezas ya no sufren por la humedad que hay en Lima. El estuche protege las piezas.


-¿Y cómo llega usted al Mucen en el año 88?

Tenía un grupo de amigos que eran restauradores de lienzos y a mí ya me gustaba mucho la cerámica. Un día un amigo me pasa la voz, que había un trabajo temporal de verano en el museo. Vine y me conocí con quien fue mi jefa, la doctora Cecilia Bákula. Muy buena gente.


-¿Cómo se volvió restaurador?

Hace 30 años en el Perú, en Lima, no había restauradores. Yo fui al primer congreso de restauradores en Trujillo. No éramos más 50 a nivel nacional. En ese tiempo todavía se hacía un trabajo empírico. Después llevé un curso de conservación y restauración de cerámica en el Museo de Arqueología y Antropología, donde me fue muy bien. Hablé con la doctora Bákula y armamos un taller de conservación y restauración de cerámica, metales y pintura.


-Usted era ceramista. ¿Cómo así?

Yo soy del Cusco, de San Blas, el barrio de los artesanos. En San Blas hay que saber leer, escribir y ser artesano. Desde los 14, 15 años ya hacía piezas. Mis hermanos también eran ceramistas. Trabajé con el famoso escultor Mendívil.


-¿Por qué migró a Lima?

Viajé a Europa y de regreso me quedé en Lima.


-¿Por qué se fue a Europa?

Una amiga (ríe). Estuve un año en Europa.


-¿Y al volver por qué no siguió su camino hacia Cusco?

Porque tenía amigos restauradores en Lima y me reunía con ellos. Y ahí es que me dicen que había el trabajo en el museo. En esa época se iba hacer la primera exposición de la cultura Vicus, entonces había que limpiar y preparar las piezas, y se hizo ese trabajo. La doctora Bákula me decía que me quede tres meses más, otros tres meses más, hasta que llegó el nombramiento en el mismo 88.


-¿Al ser ceramista no se dedicó a la creación?

Hacía trabajo de artesanía para el turista. Toda la vida he querido ser escultor.


-¿Por qué no lo fue?

No se dio. Cuando llegué al museo, dije: “este es mi mundo”.


-¿Qué es lo apasionante de ser restaurador?

Por ejemplo, hay piezas salinizadas y hay que hacerles un proceso para volverlas a su originalidad; esa es la pasión, dejarla tal como era. Es lograr que las piezas se vean así, restauradas. Es apasionante estar acá en el museo. Además, tengo compañeros extraordinarios y hay unión. Pero tuve una anécdota graciosa: hay una rampa y yo regresaba con dos piezas de cerámica, me resbalé y las dos se fueron al suelo. La doctora Bákula estaba mirando y me dijo: “¿qué vamos hacer?”.


-Estarían hechas trizas.

Me asusté, pero la doctora me dijo: “tú no lo has tirado, yo he visto. Eres restaurador, restaura”. Y las restauré (sonríe).


-¿Sus padres también fueron artesanos?

No, no, yo no vivía con mi padre, solo con mi madre. Ella falleció antes de que me vaya a Europa, su muerte me obligó a buscar algo donde poder tener dinero, porque tenía dos hermanos menores; en esa época yo era el mayor porque mi hermano mayor había muerto en un accidente. Hoy mis hermanos son profesionales.


-¿Piensa en la jubilación?

Me falta un año. En el museo he aprendido mucho. Pero cuando me jubile yo creo que me dedicaré a viajar, necesito descansar, ya me siento de 68 años.


AUTOFICHA

-“Soy Sergio Bellota Martorell. Tengo 68 años, nací en Cusco. Hice dos años de universidad. Mi esposa es arqueóloga. Yo estuve estudiando Arqueología en Cusco antes de irme a Europa. Pero a ella la conocí en un intercambio de museos. Ya tenemos 30 años juntos”.

- “Trabajo en el Mucen desde hace 34 años. He participado en todos los montajes que ha habido acá, incluso, he sido parte de los inventarios anuales. No tengo piezas especiales, todas son una belleza total. Pero en cerámica me gusta bastante todo lo que es Vicus”.

- “En pintura me fascina Pancho Fierro, un acuarelista empírico, de la nada, pero es un trome. He debido ir a una escuela de acuarela, porque me gusta mucho. Debo recalcar que gracias a los chicos de limpieza se pueden hacer los montajes. Y agradezco a todos los jefes que han pasado por el museo”.


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