Villa Elisa era un pueblo pequeño, católico, conservador. De personajes con una vida pública muy pulcra y cuidada, pero que en las sombras protagonizaban hechos terribles. “Para mí eso era bastante opresivo, la sensación de que todo estaba muy reglado, sobre todo para la mujer”, me dice.
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De familia de clase obrera, padres que se casaron en la adolescencia y un entorno algo disfuncional, ella era anti. “Creo que haber leído con mucha pasión desde muy chica me hizo ver que había otras maneras y otros mundos”, me dice.
Son tres hermanos y Selva Almada es la del medio, la más lectora, la que finalmente escribió. En este siglo transitó de la autopublicación a conformar el catálogo de Penguin Random House, editorial con la que publicó No es un río, novela que la trajo a la última edición de la Feria del Libro de Lima y obra con la que fue finalista del International Booker Prize 2024 del Reino Unido. Y No es un río completa la trilogía conformada por El viento que arrasa y Ladrilleros.
Un día su abuela dijo “me voy a Buenos Aires a buscar trabajo”. Y se fue. Enviudó joven y a los 50 años partió sola a la capital para trabajar de mucama. Una mujer cercana a su nieta, a Selva. Ese viaje de la abuela quizás fue un gesto que guardó, un “bueno, si esta mujer se va a esa edad, capaz yo también me puedo ir”. Y Selva se fue, al terminar la escuela, a los 17 años. Dejó la provincia de Entre Ríos rumbo a la capital.
Cuando empecé a leer ‘No es un río’, por un instante sentí que estaba leyendo a una escritora colombiana. Por alguna razón olvidé tu origen, fui a la solapa del libro y confirmé mi ignorancia.
(Sonríe). Es la primera vez que me lo dicen. No sé por qué te pasa, tal vez puedo arriesgar una respuesta: quizá la literatura argentina que se conoce es la del Río de la Plata, la literatura porteña; de repente al leer una literatura que habla de otros sitios, donde la naturaleza está tan presente te hace pensar en literatura de otros países latinoamericanos, tal vez la literatura argentina está más asociada a lo urbano.
Y también porque hay un lenguaje particular.
Sí, quizás… Yo pienso bastante en cómo se mira la literatura argentina desde otros países, qué fantasía hay de la literatura argentina; y a veces es una fantasía que se replica dentro del país, pensar que la literatura argentina está solo hecha por los escritores rioplatenses. Es algo que me cuestiono siempre hacia adentro del país, por qué no le damos importancia a las literaturas que se producen en otras regiones que no son del Río de la Plata.
¿Desde Entre Ríos te ha costado ser escritora?
Me mudé a Buenos Aires a fines de los 90, pre internet, pre redes sociales, que hoy son vías que ayudan bastante a la difusión y a circular como escritora. En ese momento prácticamente no existía la editorial independiente. Y sí me costó bastante. Mis primeros libros los publiqué en editoriales independientes, muy pequeñas y recién mi primera novela, que fue mi tercer libro, la publiqué en una editorial independiente pero con una proyección un poco más grande, una editorial chiquita pero prestigiosa, y eso permitió dar ese salto: de ser una escritora que pasaba desapercibida a que se me prestara atención.
¿Tocaste muchas puertas para publicar?
Mi primer libro lo publiqué con una editorial que habíamos armado con otro amigo, fue una autoedición; el segundo libro lo publiqué en la editorial de la Universidad de la Plata porque hacía un taller con un chico que después dirigió la editorial y me convocó. Mi primera novela se la di a leer a varias editoriales y por una cosa u otra no terminaba de cuajarles el proyecto.
¿El ambiente conservador de tu natal Villa Elisa hizo nacer a la escritora que eres?
Yo quería ser periodista. Para mí el periodismo estaba hecho de personas vivas y la literatura de personas muertas. Todos los escritores que leía estaban muertos o eran (lejanos), un escritor era alguien que estaba en los libros nada más.
Casi un semidiós.
No era una persona.
¿Y eso ha cambiado?
Sí, está bien porque ningún escritor es un semidiós y está raro en el sentido de que a veces nos encontramos hablando de temas que dices “¿por qué le consultan a un escritor sobre algo que no tiene nada que ver con su escritura?”, hay como una panelización de los escritores; no me parece muy interesante que opinemos de cualquier cosa por ser escritores. Tampoco me parece interesante la vida de los escritores, conocer su backstage por las redes sociales.
También está la idea de que todos eventualmente podemos ser escritores. Y no sé si eso está bien o mal.
Yo tampoco sé si está bien o mal. Es muy personal considerarse escritora. Yo escribí durante 10, 15 años y no sentía que era escritora. Me daba un poco de vergüenza decir “soy escritora”, porque sentía que me faltaba un montón. Publicar no te hace escritora.
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En ‘No es un río’ no hay explicaciones, hay escenas, hay paisajes. Ni el amor ni la amistad son mencionados, son narrados o, como diría la escritora Gabriela Cabezón Cámara, “te tocan”. ¿Por qué contar más que explicar?
Es casi como una regla de la escritura, de la narrativa: no hay que explicar. También siento que escribo como me gusta leer. Y no me gustan los libros en general que están señalando cosas, me gusta que me dejen atar cabos, que me dejen cosas sueltas, que yo tenga que ir a reponer con mi propia experiencia de lectura y de vida. Me gusta escribir de esa manera, que no esté todo dicho, todo hecho, sino que también los lectores tengan que trabajar y poner de su parte.
No se entiende la lectura como un ‘trabajo’, como un esfuerzo.
Y, además, no se entiende la lectura como un acto creativo. Me parece que la lectura es también un acto creativo, así como la escritura, y que a veces se completan, se complementan, discuten. La lectura no es un mero entretenimiento; aunque defiendo que la literatura también tiene que entretener. Pero ese entretenimiento no tiene que ser que esté todo dado.
En todo caso, está malentendido el entretenimiento.
Claro. Es un trabajo leer también, por eso mucha gente no lee, es trabajoso, no es fácil leer.
Se suele decir “voy a relajarme, voy a leer”.
(Sonríe). O no es la posición de lectura que a mí me gusta. Me gusta, incluso, estar incómoda cuando leo.
¿Incomodidad de qué tipo?
De cualquier tipo.
¿“Qué quiso decir acá” o “esto que dice me jode, no estoy de acuerdo”?
Cualquiera de ellas. Es bueno que te interpele, te haga pensar, te muestre cosas, ver cómo ese escritor construyó el personaje, cómo los haces dialogar.
O cómo se narra… Por ejemplo, me encanta cuando usas la palabra adobado, porque es provinciana, gastronómica, descriptiva, casi tiene olor…
Creo que tengo mejor oreja que vista. Observo mejor con el oído que con la vista. Tengo memoria para guardar esas palabras que me resuenan de alguna manera.
Autoficha:
-“Le pregunté a mi padre por qué me pusieron Selva, y su respuesta fue ‘porque me gustaba’. Lo cierto es que en mi pueblo, en mi generación, había varias Selva. Yo creo que era un nombre que, más o menos, estaría de moda. Y en los 70 había una actriz de moda: Selva Alemán”.
-“Nací en Villa Elisa, en la provincia de Entre Ríos (Argentina), en 1973. Tengo 51 años. Cuando nací era un pueblo de 5 mil personas, de calles de tierra, no había desagüe. No había librería, había un bazar que traía libros. Yo iba a una escuela pública que tenía una biblioteca importante, ahí empecé a leer”.
-“Ya empecé a escribir una novela, pero está bastante verde todavía. La idea es estos meses trabajar más intensamente. Publiqué un libro de cuentos (Los inocentes) con mi hermana en la editorial de la provincia de Entre Ríos y ahora saldrá por un sello de Penguin. Estamos viendo incluir un par de relatos más”.
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