Conversamos con el escritor Selenco Vega. (Perú21/ Marco Ramón)
Conversamos con el escritor Selenco Vega. (Perú21/ Marco Ramón)

Cuando era un niño, Selenco y sus doce hermanos se juntaban alrededor de su madre, sus tías o su abuela, cada noche, para escuchar sus relatos a la luz de las velas dentro de su casa en San Juan de Lurigancho. No tenían electricidad debido a las continuas voladuras de las torres de alta tensión, perpetradas por el grupo terrorista Sendero Luminoso. Aquellas fascinantes historias sobre Áncash –de donde proviene la familia de Selenco– y sus mágicos personajes iluminaron esos días aciagos. Ese poder de transformar la realidad a través de la ficción empezó a germinar en la mente del escritor. Su padre era ferretero y recorría las tiendas de la avenida Paruro para vender su mercadería. Muchos de sus clientes eran inmigrantes japoneses que habían llegado a este país para trabajar en las haciendas costeras. Gente muy trabajadora que ahorró y logró poner sus propios negocios. Selenco se inspiró en esas experiencias transmitidas por su papá para crear el cuento cuyo título es el mismo de su libro El japonés Fukuhara (Asociación Peruano Japonesa, 2017).El Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Literatura 2019 a este conjunto de cuentos que arranca con la historia de tres generaciones de japoneses y peruanos que sobreviven a los golpes de la Segunda Guerra Mundial, el azote del terrorismo y los abusos del Estado peruano.

¿Tienen algo en común los migrantes que se desplazan desde el interior del país hacia Lima con los que vienen del extranjero?

Yo creo que sí. Un inmigrante –y esto lo aprendí de la boca de mi padre– tiene una vida muy difícil, llega prácticamente sin nada a la tierra que lo va a acoger. Un inmigrante no puede buscar que el resto se adapte a él, ellos tienen que adaptarse. En ese tránsito va a pasar por pésimos momentos: va a enfrentar la incomprensión, fastidio, intolerancia, xenofobia y racismo. Eso es una moneda corriente para todos los inmigrantes.

¿Sus padres, que llegaron de Áncash, también padecieron lo que describe?

Sintieron muchas veces el golpe de estar en una ciudad grande. A veces los trataban con indiferencia, con formas un tanto pesadas. Tuvieron que adaptarse debido a sus hijos. Lo mismo pasó con los japoneses cuando llegaron acá, desde 1989 aproximadamente.

¿Cómo fueron esos años de los japoneses en Perú?

Tuvieron el gran problema de que cuando empezó la Segunda Guerra Mundial sintieron con mucha fuerza la xenofobia, una de las taras más terribles que puede tener una sociedad pero que está instalada ahí. A veces hace falta un chispazo, una pequeña tontería para que la pradera se incendie. La gente y el Estado hostigaban a los nipones porque el Perú le declaró la guerra a Japón.

¿Realmente tuvieron que cambiar hasta el nombre de sus propiedades para que no los hostiguen?

Mi papá me contó que en Paruro hubo un japonés que vivió la Segunda Guerra Mundial. En esos años no solo los rechazaban, sino que empezaron a confiscar sus negocios. Para evitarlo, agarró a su empleado, un cajamarquino, y puso la tienda a su nombre. Para intentar asegurar que no le fuera tan mal, lo casó con su hija. El hombre no tenía vuelo comercial y terminó malogrando el negocio y su matrimonio. Fue una historia que terminó muy mal. Esa es solo una de las tantas cosas que les ocurrieron a los japoneses, pero que no se conocen tanto.

¿Por qué cree que ese nacionalismo perverso continúa tan presente en casi todo el mundo?

Porque es una manera terriblemente fácil de culpar a otros por problemas propios. Es lo que está pasando ahora con los venezolanos. Yo soy peruano desde 1971 y el problema de la delincuencia está instalado en este país desde muchísimo antes, así que no me pueden decir que el problema de inseguridad se debe a ellos.

En su cuento los personajes más antiguos tienen más principios que los jóvenes. ¿Usted cree que conforme avanza el tiempo hay una decrepitud mayor?

Creo que tal vez las formas de la maldad van cambiando. No soy muy optimista. Creo que la perversidad es algo que todos tenemos instalada. Pero también pienso que la educación y la cultura son esas herramientas que te permiten domesticar ese lado agresivo y primitivo que uno tiene como parte de su propia naturaleza. Hubo muchas épocas en nuestro país muy malas.

¿Cómo cuáles?

Por ejemplo, si me das la opción de regresar a la época de los años 50, yo te diría que no. En este país el racismo es una de las taras más feas que tenemos hasta ahora, pero de una manera un poco más disfrazada. Mi papá me contaba que en la época del gamonalismo en Áncash, la gente que llegaba del ande no tenía derechos. En la plaza de Carhuaz un indio no podía caminar por la vereda, tenía que cederle el paso a los señores del pueblo y tenía prohibido el ingreso a muchos lugares. Te juro que yo digo déjame en esta época. El racismo es una de las pocas cosas que no aguantaría.

En otro de sus cuentos del libro se habla de un engaño doble en una relación romántica. ¿Por qué están tan presentes los personajes torcidos en sus historias?

Edgar Allan Poe dice en uno de sus relatos algo así como que dentro de cada uno de nosotros hay un monstruo, solo que lo vamos enclaustrando en diferentes paredes para que no salga, pero no muere, se queda ahí. El asunto es qué tan sólidas construyes esas paredes para que no se vayan minando. Creo que hasta la persona más santa, ante una circunstancia extrema, puede actuar como menos quisiera. La literatura se pone en esas situaciones.

¿La literatura es un tubo de escape?

En el fondo la literatura te sirve para experimentar todas esas cosas que no harías en tu sano juicio, incluso para saber cuáles serían las consecuencias.

AUTOFICHA

- “Soy Selenco Vega Jácome, hijo de inmigrantes ancashinos. Mi papá es del Callejón de Conchucos y mi mamá del Callejón de Huaylas. Fueron parte de esa oleada de inmigrantes que llegaron a Lima a partir de los años 50 y cambiaron el rostro de la capital”.

- “Mis papás y buena parte de mis familiares llegaron a La Victoria, ahí tuvieron a sus primeros hijos. A fines de los años 60 consiguieron un lugar en San Juan de Lurigancho, en un barrio que era Zárate. Yo he vivido prácticamente toda mi vida ahí. Ya bastante mayor me mudé a La Molina”.

- “Mi hermano Roy es un gran poeta. Yo he escrito poesía, pero la dejé cuando me di cuenta que él empezó a escribir de la manera que a mí alguna vez me hubiera gustado alcanzar. Lo admiro mucho. Yo gané el premio Poeta Joven del Perú en 1999 y él lo ganó el 2017”.