La madre de Mónica falleció súbitamente en diciembre de 2010. Una mañana la señora se levantó, tomó el desayuno, leyó el periódico y mientras aún estaba en la mesa hizo un gesto de dolor, se echó hacia atrás y eso fue todo. Su muerte afectó de una manera tremenda a Mónica.

Esa sensación de pérdida me acompañó mucho tiempo. Creía que nadie entendía mi dolor, pues pensaba que solo ella hubiera podido comprenderlo. La gente, con cariño, me decía: “No sufrió nada, qué suerte”. Yo me sentía algo desintegrada, mi cabeza parecía razonar y decir “es verdad”. Sin embargo, me sentía perpleja, con rabia y un inmenso vacío. Frases que en algún momento me habían parecido consoladoras como “el tiempo, bálsamo lento pero seguro es”, ya no tenían sentido para mí”, confiesa la experta en su libro Madres inmortales, hijas mortales: De la completud al duelo (Ediciones Libro Amigo, 2020).

La partida de una madre no es fácil para nadie, pero el duelo fue especialmente difícil para la especialista en Educación y Psicología, por eso intentó buscar explicaciones en la ciencia, pero solo halló investigaciones sobre lo que sucede en niños y adolescentes cuando muere la madre.

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En 2011, Mónica Vargas empezó a estudiar un doctorado en Psicología y ya tenía claro que en su tema de tesis iba a abordar el vínculo entre una madre y una hija adulta. La pregunta de investigación que Mónica desarrolló en su trabajo es ¿Cómo fue el vínculo que sostuvo la relación madre-hija (recordado por las hijas como bueno) que determinó que la muerte de la madre haya sido vivida con un alto potencial de disruptividad y con un duelo prolongado?

En su libro, ella cuenta su tránsito como espectadora de la muerte de su mamá y luego como protagonista del duelo, también detalla la metodología y hallazgos de su investigación y replica los aprendizajes sobre un grupo de mujeres cuando les tocó sepultar a sus madres. Una necesaria y útil lectura.

¿Cómo fue el proceso tras la muerte de su madre?

Ella tenía 88 años, entonces yo podría haberme quedado tranquila y en paz. Triste pero no con esa sensación de vacío, de perplejidad. Eso me llevó a preguntarme cuál era el vínculo que nos había unido, por qué sentía esa orfandad como si tuviera cinco años. Yo veía que pasaba lo mismo con bastantes amigas, que habían tenido un vínculo bastante bueno con sus mamás. No había quedado nada pendiente, ningún pleito, pero era como si nos hubiesen arrancado algo. Y en realidad, lo que debería pasar cuando una procesa un duelo es quedarse con algo de la persona que ha muerto.

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Usted explica que en los vínculos tan estrechos entre madres e hijas se juegan necesidades emocionales no resueltas. ¿De qué necesidades estamos hablando?

Cada vínculo es diferente. Tal vez en mi vínculo era una necesidad de completud. Mi mamá quedó huérfana de padre a los seis años, quizás le quedó un vacío que ella quiso llenar en la relación conmigo. En general, el ser humano se enfrenta a un vacío existencial que es propio de nuestra condición y creo que las madres que yo llamo aquileicas tratan de que sus hijos o hijas no sufran y de suplir todas sus carencias. Entonces, tú no te das cuenta de que hay un problema, pues las mujeres son autónomas, activas laboralmente, tienen hijos; pero cuando muere la mamá se devela que ocupaba un espacio que te hacía sentir completa.

¿Es muy diferente el vínculo entre una madre y un hijo?

Yo escogí madre e hija porque fue mi vivencia, quería entender y procesarla mejor. Hay muy poca bibliografía sobre lo que sucede cuando los padres mueren y los hijos son adultos. Se tendría que hacer una investigación para estudiar la relación entre madres e hijos, padres e hijos, padres e hijas. Hay que trabajar en esos temas.

¿Por qué sería importante que se estudien esas relaciones?

La sociedad espera que si tu padre o madre ya murió –y era mayor– entonces tú no debes estar triste. Ese es el discurso. A mí me decían: “Da gracias que tu mamá ya descansó”. Yo pensaba: “Mi mamá no estaba cansada, le encantaba vivir”. Uno no encuentra mucha receptividad para hacer un duelo cuando sus padres mayores mueren.

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Usted propone el concepto de “madre aquileica” ¿cómo es este tipo de mamá?

Primero quiero hacer hincapié en que no quiero aumentar la idea de las madres perfectas, porque creo que no existen. Además, la imagen de la madre abnegada, siempre contenta, también es irreal porque nosotras nos molestamos, sentimos cólera, es parte de la vida. Teniendo eso en cuenta, digo que las madres que promueven la autoestima, que son empáticas, que te apoyan, deben saber que no pueden cubrir todas las necesidades de sus hijos. Como madre puedo querer evitar que mis hijos sufran, pero eso no es posible porque todos debemos enfrentarnos al vacío y al sufrimiento.

¿Y por qué el término “aquileica”?

Es en referencia a la diosa griega Tetis, que quería proteger a su hijo Aquiles de la mortalidad, lo sumergió en un océano para hacerlo inmune, pero lo sostuvo de un talón, y este se convirtió en su punto más vulnerable. Me parece que hay un símil con ese mito griego y las madres que intentan proteger de todo a sus hijos y cumplen una función de prótesis.

Escultura de Tetis sumergiendo a su hijo Aquiles en el río Estigia.
Escultura de Tetis sumergiendo a su hijo Aquiles en el río Estigia.

¿Qué recomienda para quienes enfrentan un duelo de este tipo?

Hay que aceptar la tristeza, no se puede saltar la etapa de duelo. Hay que darse tiempo porque los duelos no son todos iguales y en algunos casos, buscar la ayuda de un especialista. Los estudiosos del duelo hablan de un concepto que me gusta: la continuación del vínculo con el fallecido. Es decir, en vez de olvidarlo, lo incorporas a tu vida. Lo recuerdas en su santo, haces una torta como la hacía tu mamá, lees sus libros. Piedad Bonnet dice que los muertos tienen la fuerza que le dan los vivos. Ahora en la pandemia es terrible no poder tener rituales que nos ayuden en el pasaje de la muerte. Pero es bien importante encontrar la manera de hacer algo para poder despedirnos de un ser amado.

AUTOFICHA

- “Soy Mónica María Vargas Polack, nací el 5 de julio 1958 en Lima. Soy licenciada en Educación Inicial y puse un nido donde trabajé por 20 años. Cuando recién empecé sentía que me hacía falta una herramienta para la contención de los niños, por eso estudié Terapia Sistémica e hice una maestría en Psicopedagogía”.

- “Luego me fui a Buenos Aires a hacer otra especialización, dejé el nido y me dediqué a la terapia, pero sentí que me faltaba otra herramienta para validar el trabajo psicológico. Me presenté a la Universidad del Salvador (Argentina) para hacer mi doctorado en Psicología, me tardé en total cuatro años en hacer la investigación”.

- “Mi libro se puede adquirir en Book Vivant, ubicada en San Isidro. Me encanta leer, me gusta caminar, jugar tenis. Recién he terminado de lerr el libro Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnet. Tengo tres hijos varones y dos nietos varones”.

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