Del colegio a la imprenta. Era corrector del diario El Oriente, decano de la prensa loretana. Cuando los periódicos se imprimían con el sistema de tipos, él debía supervisar que no haya errores al colocarlos: un tipo por cada letra hasta formar las palabras. Puestas en planchas, se les echaba tinta y eran presionadas contra el papel, como si fueran sellos. Y así se imprimía página por página. Un día de 1957 se le ocurrió —el sentido de detectar y pedir la oportunidad sería su impronta— proponerle al director del diario que le entregara una credencial para ir a Lima como corresponsal del medio en el Sudamericano de Fútbol. Así ocurrió y Rulito Pinasco empezó su carrera periodística a los 16 años.
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Episodio de su vida que ahora lo narra en el libro Memorias de un tremendo cañonazo (Planeta, 2025), donde a sus 84 años deja constancia de todo lo vivido. Animador, presentador, maestro de ceremonias, narrador de noticias, comentarista deportivo, locutor, relacionista público, actor, productor de televisión son parte de una extensa lista de sus quehaceres desde la televisión en blanco y negro hasta los tiempos de la inteligencia artificial.
Rulito abre la puerta. Su mirada pícara y sonrisa amable nos reciben. A continuación dice: “Esta casa la hicimos a punta de cafés-teatros”, y reímos.
Eran buenas épocas.
El café-teatro era lo máximo que había en Miraflores. Estaba Tulio Loza, nosotros, un montón de gente. Comenzamos en el Leonel, después pasamos a los altos de La Tiendecita Blanca. Estuvimos catorce meses con Adán y Eva. Sonia (Oquendo) salía con una malla espectacular, resaltaba todo su hermoso cuerpo que tiene.
¿En ese tiempo usted ya hacía varias labores?
Toda la vida. ¿Qué no habré
hecho?
¿Por necesidad o curiosidad?
No había quién lo hiciera (risas). Reemplacé a Pablo (de Madalengoitia), a Kiko (Ledgard).
¿Pero los reemplazaba a pedido de los productores o porque usted se ofrecía?
Yo estaba a disposición de todo el mundo. Sabían quién era yo y cómo me comportaba. Yo nunca dije que no al trabajo. He llegado a ser gerente de Relaciones Públicas de Radio América. Creo que soy de las personas que más ha hecho en la televisión peruana.
¿Dónde aprendió a hacer todo lo que ha hecho?
Nunca he ido a una escuela de teatro, todo lo aprendí por imitación. Me encantaba ver los programas argentinos.

¿Cómo empezó a narrar partidos de fútbol?
En el 70, llego al canal un día y me dicen: “Rulito, hay el clásico, vamos a transmitir”. Fui a hablar con el dueño para preguntarle si íbamos a transmitir. Me dijo que ya había firmado contrato. Le pregunté quién lo va a hacer. “No sé”, me dijo. “¿Y lo puedo hacer yo?”, propuse. “Hágalo pue”, me dijo (ríe). Y se me ocurrió incluir en la narración la información de cuánto calzan, cuánto pesan, cuánto miden los jugadores, y no recuerdo que antes alguien lo haya hecho.
¿Y cuándo nace el “tremendo cañonazo”?
Eso lo populariza Alan Diez (periodista deportivo). Claro, yo a cada rato decía “tremendo cañonazo”, que nació en un partido equis, que no recuerdo cuál fue, quizás en uno de Cristal, en los 70.
Al final de las memorias, cuenta un episodio delicado y reciente de salud en Egipto. ¿La idea del libro nació a partir de eso?
El libro nace por sugerencia de mis hijos y la gente que nos rodea… Me decían “¿por qué no escribes un libro?”. Hasta que me decidí, pero me demoré un montón… Tuve un ACV, un pequeño derrame cerebral, que me afectó un poco la memoria, me recuperaba de lo que me pasó en Egipto.
Recordemos lo de Egipto.
Mi mujer había salido de expedición y de pronto me ahogué, no me sentí bien y la llamé. Le dije “creo que tengo un infarto”. Volvió y me llevaron a la clínica, que era un desastre, qué barbaridad, una cosa de locos.
¿Y hoy, cómo está?
Perfecto.
Nació en Iquitos. ¿Por qué vino a Lima?
Con gran parte de los amigos de la promoción del colegio nos vinimos a Lima. Cada uno a buscarse la vida. Me presenté tres años a San Marcos. Pero no entré. Entonces, me metí a la escuela de periodismo de la Católica. Alfredo Kato era compañero nuestro en la escuela y en ese momento estaba por salir un vespertino que sacaba La Prensa para apoyar la candidatura de Pedro Beltrán. Entonces, nos llevó a ocho patas al diario. El jefe de redacción iba a ser Guillermo Thorndike. Luego trabajé en Radio Miraflores, adonde llegué a través de un concurso.
Usted siempre se mandaba.
Siempre, como hacha. Pasé por una serie de comisiones y me hice muy amigo de mucha gente. Y así llegué a la televisión también.

¿Qué le falta hacer?
La misa (risas). La hubiera hecho bien. He sido de los rosacruces, masón.
¿De acá a 100 años cómo lo tendrían que recordar?
Como la persona que más cosas ha hecho en la televisión… Toda mi generación se está muriendo.
¿Eso lo deprime?
Bastante.
¿Cómo se vence esa depresión?
Rezando y pensando cosas bonitas, buenas y viviendo la vida como se presente.
Autoficha:
-“Soy Luis Ángel Kurt Pinasco Riess. En la época de mis padres Iquitos parecía las Naciones Unidas, había de todas las nacionalidades. Mis padres nacieron en Iquitos, de familia italiana (paterna) y alemana (materna). Desde chicos las familias los mandaban a Europa”.
-“Mi padre fue cónsul de Italia en Iquitos por 30 años. Y fue cinco años presidente del CNI de Iquitos. Yo soy hincha de la ‘U’, pero cuando me preguntaban decía que era del CNI (ríe). Llegué a ser gerente de Relaciones Públicas en la ‘U’, pero estuve unos seis meses nada más”.
-“A Sonia (Oquendo) la quiero mucho, en dos años cumpliremos nuestras bodas de oro. Desde el primer día que estuvimos juntos hasta hoy, en los momentos de disputa nunca nos hemos peleado con malas palabras, eso me ha dado excelentes resultados, porque lo que se rompe no se vuelve a pegar”.
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