Raquel Prialé, con 91 años de edad, acaba de publicar su segundo poemario (Foto: Renzo Salazar).
Raquel Prialé, con 91 años de edad, acaba de publicar su segundo poemario (Foto: Renzo Salazar).

Todos reunidos alrededor de Raquel Prialé. Sus hijos, los nietos y dos periodistas de este diario. En medio de la sala de su casa, la miramos y escuchamos atentos cuando empieza a contar por qué recién a los 85 años de edad se animó a publicar un libro de poemas escritos a lo largo de su vida y ahora, con 91 años, presenta su segundo poemario en la Feria del Libro. Con voz enérgica y una sonrisa iluminándola, narra que a los 14 años perdió a su madre, sobre la ausencia de su padre –sí, el líder histórico del aprismo–, el asesinato de su esposo a manos del terrorismo y una pena que la ha acompañado sin tregua desde la adolescencia: no tener a alguien que la ame como ella siempre quiso. Su historia y obra no solo son una lección de vida, sino también la expresión genuina del amor.

¿Por qué recién a los 85 años de edad se animó a publicar su primer libro?
Siempre paro en mi escritorio, porque me gusta leer y escribir. Hasta que llegó un momento en que no me quedaba espacio para poner cosas. Tenía cajones llenos de papeles, donde estaban escritos mis poemas. Soy bien desordenada y no pongo fecha ni lugar de lo que escribo. Mi intención no fue ser una poeta, ni siquiera lo he pensado.

¿Qué pensaba entonces?
Que era una mujer con una vida interior muy intensa, pero ignorada, porque yo no quería decirle a nadie sobre esa intimidad.

¿A qué se refiere con “una vida interior muy intensa”?
Yo quería que me amen. Quizá el amor lo tenía muy idealizado y nadie me entendía. Ni mi propio hijo hasta que reaccionó cuando le dije que iba a botar o quemar esos papeles. Se los llevó, consultó con un amigo poeta y me dijo que eran buenos poemas. Vino asustado y me reclamó: cómo iba a quemar esas hojas (risas).

¿Por qué sentía la necesidad de ser amada?
Digamos que sentía soledad, pero no por estar sola, sino porque no era entendida. Pese a mi sufrimiento, soy alegre y he logrado reírme de mí. El único que me produjo esa ansia de amor juvenil fue mi primer enamorado, que no olvidé nunca, pero me porté mal. Me fui. Íbamos de la manito y solo me dio un beso.

¿Por qué no lo ha olvidado?
Hay muchas cosas que me ha inspirado. Pero él se resintió, porque me porté mal. Vine a Lima y me siguió. Me ubicó, se sentó al frente de mi vereda, en la calle. Estuvo ahí dos días, pero yo no salí, porque le tenía pánico a mi tío, que era el dueño de la casa donde estaba. Al tercer día, cuando salí, se había ido. Y no lo volví a ver más en mi vida.

Tal vez aún está vivo y lee esta entrevista.
Le diría que me perdone. ¿Por qué será que no lo puedo olvidar?

¿Y el padre de sus hijos?
Era completamente opuesto a mí. Fue periodista y, además, tenía unos ojos muy bonitos. Dije: “este chico tan guapo” (risas). Yo trabajé en el diario La Voz de Huancayo y ahí lo conocí. Era un hombre muy práctico. Fue empresario y logró adquirir, solo con su inteligencia, una radio. Pero lo mataron los terroristas, el 31 de enero de 1992. Lo asesinaron entrando a la casa en Huancayo.

Entonces, en esas hojas que fue acumulando fue escribiendo sus sufrimientos.
Así es, mi ansia de amor, mi decepción. Mi poesía es así: comienza sufriendo, pero termina con esperanza.

¿Cómo se puede vivir con el sufrimiento adentro durante tanto tiempo?
En mi matrimonio, me convertí en una autómata. No podía contar nada. Qué le iba a decir a mis hijos, qué sabían –siendo pequeños– del sufrimiento de una madre. Ellos eran felices. Porque sí he sido una buena madre. Me dediqué a mis hijos íntegramente. Y son lindos. Ahora soy muy feliz. Prefiero ser vieja a ser joven. Sufrí mucho.

Su primer poemario es 'Como cuando se riega jacintos tiernos' y este último título es 'Muña con olor a viento'. Hay una mirada a la naturaleza. ¿Por qué?
Siempre me ha gustado Huancayo. Me gustaba ver la muña y la retama en Zapallanga, donde había una acequia tan linda donde nos bañábamos. Tenía tumbos, nísperos, guindas. Esa era mi juventud. Pero yo no pensé que podía escribir.

¿Sigue escribiendo?
Así es. Acabo de encontrar más poesías. Y sigo escribiendo, porque no podría dejar de hacerlo.

Su infancia ha sido complicada. ¿Qué recuerda de la relación con su madre?
Ella murió tuberculosa. Tenía en un rincón su cama y yo la veía desde una ventana. Me mandaba besos de lejos, no me tocaba porque estaba con la enfermedad. Y un día regresé y ya no la encontré (se quiebra).

Y su padre, Ramiro Prialé, estaba deportado.
Sí, en Panamá. Estuvo varios años allá. Yo estuve siempre arrinconada en casas de parientes.

¿Quizá ahí esté la raíz de la necesidad de afecto?
Sí. La madre de lejos y el padre ausente. Cuando lo liberaron, muy poco hablé con él. Era el papá del mundo, de la calle, del pueblo. Muy poco tiempo nos dedicó a nosotros. Si no estaba en el Senado, estaba en el bendito Partido Aprista. Y luego no me llevé bien emocionalmente con el esposo y siguió la orfandad.

Encima lo mataron los terroristas.
Me impactó ver a mi marido con las balas en su cuerpo. En Huancayo, el terrorismo fue terrible. Mi esposo colaboró con los militares para enfrentar al terrorismo. Sendero Luminoso lo amenazó.

Y ahora, además de esta suerte de liberación emocional, ¿por qué decide publicar sus poemas?
Porque me di cuenta de que no eran malos mis poemas. Quiero dejarle ese legado a mis hijos. Me gustará que me recuerden como poeta. Ahora sí me siento poeta.

AUTOFICHA:
“Nací en el distrito de El Tambo, en Huancayo. Nuestra casa colindaba con el colegio Salesiano. Estudié la primaria en Huancavelica, porque vivíamos con mi abuelito. La secundaria en Huancayo y de ahí entré a la Normal Urbana de Junín a estudiar para maestra. Y luego he dirigido un jardín por 28 años”.

“No estudié otra cosa porque solo quería ser mamá. He criado con mucho amor a mis hijos. Era capaz de sacrificar todo por ellos. Y no extrañé cuando dejé el jardín porque no podía ver a mis hijos. Me absorbía mucho. Si no hubiera estudiado para maestra, quizá sería abogada”.

“Al comienzo me interesó la política, pero luego ya no. No soy aprista, pese a que el apellido me honra por mi padre, quien fue un buen hombre. Hasta hay una avenida con su nombre. Me gusta cocinar, me sale muy bien el patachi. Hoy soy cristina y leo mucho la Biblia. Sueño con morir en paz, sin sufrir”.

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